La conexión entre Raphael y América trasciende cualquier intento de explicación racional. Desde el inicio, la pasión mutua que surgió a medida que el artista visitaba país tras país adquirió dimensiones tan profundas que sólo aquellos que la hayan experimentado en primera persona podrían comprender su magnitud.
Con una trayectoria como la de Raphael, marcada por innumerables hitos durante décadas en decenas de países alrededor del mundo, resulta complejo determinar cuáles de esos logros son los más espectaculares, innovadores o significativos. Es difícil discernir, aunque a veces caigamos en la tentación de hacerlo con demasiada seguridad, si una gira fue más trascendental que otra o si un concierto concreto representó más para su carrera que cualquier otro.
De la misma forma, es casi imposible calcular dónde el público lo aclama con mayor entusiasmo, qué nación pronuncia su nombre con más fervor o en qué teatro ha recibido las ovaciones más prolongadas. Podríamos hacer suposiciones y, aunque emprendiéramos una extensa encuesta, encontraríamos opiniones diversas. Algunos insistirían en que nada supera su primera presentación en El Patio de México. Otros defenderían que la gira por la Unión Soviética en 1971, el concierto en el Carnegie Hall de Nueva York en 1991, su actuación en el Liceo de Barcelona en 2010 o su participación como invitado en el Festival de Viña del Mar en 1982 son los momentos más memorables. Por suerte para Raphael –y especialmente para su público–, existe una amplia variedad de acontecimientos excepcionales para elegir según los gustos y las vivencias personales. Nosotros, afortunadamente, disponemos de un gran archivo histórico que recopila casi al detalle el día a día del artista durante los últimos cincuenta años. Una amplia hemeroteca nos brinda acceso a miles de artículos que documentan rigurosamente cómo se han desarrollado los momentos clave de su carrera. Sin embargo, hay cuestiones –como esta sobre cuáles son sus mayores éxitos– que dependen más de emociones subjetivas que de datos concretos.
¿Cuál es entonces el país donde es más amado? ¿España, Rusia o México?, ¿quizás Argentina, Chile, Venezuela, Estados Unidos, Colombia o Perú? Es una pregunta cuya respuesta resulta esquiva. Lo que sí podemos afirmar, sin temor a equivocarnos y sin necesidad de jerarquizar ni herir sensibilidades, es que la relación entre Raphael y América es extraordinaria en muchos sentidos. La conexión es tan especial que resulta incomparable con cualquier otra región. Esto no solo se refleja en el número de países donde ha cosechado éxitos e indestructibles recuerdos desde sus primeros pasos allí hasta la actualidad. Es un vínculo profundamente emotivo y difícil de igualar.
En el caso de Raphael, con relación a sus conciertos: él es lo que es hoy gracias a cada espectáculo que ha ofrecido durante su carrera. Incluso aquellos que quizá no alcanzaron el nivel esperado son parte fundamental del camino hacia sus innumerables triunfos.
Raphael no sería quien es hoy sin el apoyo incondicional de millones de personas que han asistido a sus conciertos a lo largo del tiempo. Y muchas de esas personas, debido a esa especial conexión mencionada o simplemente al peso estadístico, son americanas. Con toda certeza puede decirse que Raphael no habría alcanzado su lugar actual sin América.
Comienzo de gira
Aunque su voz ya había cruzado el Atlántico gracias a algunas de sus primeras canciones, fue el estreno de su película Cuando tú no estás lo que lo impulsó definitivamente hacia la fama, haciéndolo uno de los artistas más solicitados por empresarios teatrales y programas de televisión en múltiples países de América.
Su primera visita, en 1967, fue un auténtico huracán. Tanto que, con el paso del tiempo, resulta complicado ordenar todo lo que ocurrió. Buenos Aires, Lima, Caracas, Bogotá, Ciudad de México, San Juan de Puerto Rico… cada lugar tuvo su propio capítulo dentro de ese fenómeno llamado Raphael.
La llegada al aeropuerto de Ezeiza, en la capital argentina, fue desbordante. Raphael estaba programado para participar en un programa de televisión donde interpretaría en vivo sus mayores éxitos. Aunque ya había sido recibido por miles de fans en Madrid tras su paso por Eurovisión, lo del aeropuerto bonaerense fue el primero de sus masivos «recibimientos internacionales.» Multitudes de admiradores y decenas de periodistas esperaban al nuevo ídolo, al fenómeno de masas que —con la perspectiva que dan los años— había llegado con la intención precisa de quedarse en el corazón del público para siempre.
Fue allí, en Buenos Aires, donde comenzó la conexión. La maravillosa y mutua conquista entre Raphael y América. Pero no la conquista entendida como el esfuerzo por alcanzar algo superando dificultades; más bien la conquista del amor, ese vínculo profundo y sincero entre artista y público. De esa relación conquistada entre Raphael y sus seguidores es precisamente de lo que hablamos aquí.
Argentina, Perú, México, Guatemala, Panamá, Venezuela, Estados Unidos, Bolivia, Brasil, Costa Rica, Chile, Puerto Rico, Colombia, Uruguay, Ecuador, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Paraguay, República Dominicana… Cada país guarda su propia historia con Raphael y mantiene un vínculo especial —algunos más profundo que otros— con el artista.
Si la conquista comenzó en Buenos Aires, fue en México donde se consolidó y se grabó para siempre en la memoria colectiva. En esa misma gira debutó con una presentación legendaria en vivo en el renombrado local El Patio, situado en la Ciudad de México. Aquella noche marcó un antes y un después en su trayectoria por tierras americanas. Con ese primer concierto frente al público mexicano, Raphael ascendió a la categoría de ídolo absoluto, superando cualquier expectativa previa.
Aunque resulta complejo enumerar los momentos clave que marcaron la vida de Raphael, no cabe duda de que su llegada a México y aquella primera velada en El Patio forman parte fundamental de su historia. Fue una de esas noches únicas que transforman carreras, un éxito arrollador que elevó al artista a alturas que muy pocos habían alcanzado antes. Raphael dejó de ser simplemente un cantante prometedor; se convirtió en una auténtica figura excepcional. Ese concierto fue un punto de inflexión.
La locura apenas empezaba
Para comprender el impacto que tuvieron esas primeras giras americanas basta con leer los titulares que ocupaban las páginas de la prensa en aquel entonces. Fue ese descomunal boom lo que sentó las bases para muchas de las cosas que vendrían después.
Decían los diarios:
“No hay duda: Raphael es el artista de mayor impacto que ha pisado México en la última década.”
“Nunca antes se había vivido en la Alameda Central una histeria colectiva semejante.”
“El único artista hispano que provoca reacciones comparables a las de los Beatles.”
“Dos centenares de agentes policiales fueron necesarios para garantizar su seguridad durante un concierto al aire libre.”
“Un fenómeno sociológico y artístico como no se había visto.”
“El impacto de Raphael en el público puertorriqueño no tiene antecedentes.”
De México a Puerto Rico, de Argentina a Venezuela, de Chile a Colombia, todos los países sucumbieron ante el carisma y talento de Raphael en su primer viaje al continente. Fue una verdadera aproximación inicial, un encuentro íntimo entre el artista y un público sudamericano que reservaba su admiración para los más grandes, los elegidos, los capaces de recoger la cosecha más singular. Un público que aguardaba por aquellos que lograban marcar la diferencia. Raphael, ese joven con PH que ya había triunfado en España y Europa, llegó a América dispuesto a arrasar. El muchacho nacido en Linares desafiaba todas las expectativas y destrozaba las quinielas.
Aquella conexión fue tan profunda que, incluso hoy en día, esa conquista mutua sigue intacta. Una amalgama de naciones elevó al artista de Linares como el nuevo símbolo, el ídolo más emblemático que jamás hubiera pisado América.
Con cada parada en su primera gira, Raphael no sólo añadía países a su recorrido; también consolidaba su leyenda. El fenómeno crecía como una avalancha y la expectación aumentaba conforme se difundían noticias de sus triunfos previos. El recibimiento en San Juan de Puerto Rico superó cualquier previsión: cientos de policías escoltaron al cantante desde el aeropuerto hasta el hotel como si se tratase de un jefe de Estado. Miles de personas aguardaban su llegada y colmaban las calles simplemente para verlo pasar en el coche descapotable preparado para él por los empresarios locales.
En Santiago de Chile, la situación alcanzó niveles aún más sorprendentes. Es difícil precisar cuánta gente se congregó en cada lugar, pero hablamos de miles y decenas de miles, un auténtico desborde numérico. La prensa chilena reportó 15,000 personas en el aeropuerto, aunque las imágenes de distintas cadenas y vídeos independientes dan la impresión de que esa cifra se quedó corta. A ello se sumaban multitudes que permanecían bajo su ventana en el hotel durante horas y horas, esperando un saludo desde el balcón o algún movimiento del artista hacia su próximo destino: ya sea un estudio de televisión, un teatro, un acto de reconocimiento o las recepciones que mantenía con los presidentes locales en su ajustadísima agenda.
Para evidenciar el impacto popular, basta con revisar una encuesta hecha por la revista Ídolos del rock en 1968. En ella se destacaban las figuras más importantes del año: Raphael, Elvis Presley, Davy Jones, Frank Sinatra, Brenton Wood y Paul McCartney. El orden era revelador y peculiar al mismo tiempo, especialmente al ver cómo Raphael y Sinatra fueron etiquetados como exponentes rockeros. Más allá de esta curiosidad, la encuesta reflejaba claramente la magnitud del fenómeno: una masa nueva de seguidores esperando, clamando y emocionándose por este ídolo que logró hacerse espacio en un estilo donde no pertenecía.
Desde aquel primer viaje en 1967, Raphael ha cruzado el Atlántico dos o tres veces al año sin interrupciones, acumulando cerca de cien giras en América. Muchas de esas vivencias seguramente han quedado grabadas indeleblemente en su memoria.
Auditorios como el Auditorio Nacional y Bellas Artes de México; teatros icónicos como el Luna Park y el Ópera en Buenos Aires; legendarios escenarios neoyorquinos como el Madison Square Garden y Radio City Music Hall; templos artísticos como el Teresa Carreño en Caracas o el Greek Theater en Los Ángeles; festivales como Viña del Mar y tantos otros espacios forman parte de ese extenso legado construido año tras año. América se convirtió en su segundo hogar.
Han pasado décadas desde aquella primera visita, pero el fervor no ha menguado. Las imágenes iniciales en blanco y negro ahora se transforman en vívidas escenas llenas de color gracias al testimonio constante de su trayectoria. Un artista que debutó como ídolo en los escenarios de Argentina, México y más allá, y que hoy continúa llenando salas incluso más grandes que aquellas que marcaron su inicio.
Raphael fue una estrella de apenas 24 años que revolucionó la música popular para siempre. Fue aquí, en el inmenso continente americano, donde obtuvo el empujón decisivo para seguir cautivando al mundo entero.