El Palacio de la Música tiene un vínculo especial con Raphael y la Gran Vía madrileña. A lo largo de los años, numerosos recintos teatrales han acogido momentos inolvidables del artista, pero uno en particular destaca como testigo privilegiado de muchos de sus espectáculos más memorables: un espacio donde se escribió gran parte de su leyenda.
Su primera actuación en el Palacio de la Música tuvo lugar el viernes 7 de octubre de 1966. Este concierto seguía al impactante recital ofrecido en el Teatro de la Zarzuela y marcaba su segunda gran presentación teatral en Madrid. En aquellos años, lo que hoy resulta común era una hazaña inaudita. Ni él ni nadie en su entorno sabía entonces que este escenario jugaría un papel trascendental en su trayectoria y albergaría durante años algunos de los momentos más destacados de su carrera artística.
Apenas mes y medio después de ese primer concierto, el Palacio fue escenario del estreno de gala de su primera película como protagonista. Fue un viernes también, específicamente el 25 de noviembre de 1966. Esa noche, a las diez y media, llegó a los cines Cuando tú no estás, dirigida por Mario Camus y con un elenco que incluía a María José Alfonso, Ricardo Lucia, Margaret Peters y José Martín. La Gran Vía quedó desbordada por miles de admiradores que querían ver al artista pasar; las entradas se habían agotado rápidamente y el estreno se convirtió en un evento social de gran impacto. España rara vez había presenciado una respuesta popular tan abrumadora.
En años posteriores, otras películas del cantante se estrenaron en el mismo recinto, todas acompañadas por similares multitudes. Pero regresando al tema central, vale la pena enfocarse en sus conciertos…
Los conciertos
En 1966 tuvo lugar un recital único en dicho teatro; no obstante ese evento evolucionó a cuatro conciertos consecutivos los días 5, 6, 7 y 8 de diciembre de 1968. Esta vez, Manuel Alejandro dirigió la orquesta. La crítica comenzaba a fijarse en el despliegue artístico que Raphael reflejaba como figura principal y productor del espectáculo. Quedaba claro que tenía un propósito firme: elevar el estándar, ya fuese poco a poco o bruscamente. Aunque por sí solo ya representaba un atractivo suficiente como para garantizar la venta total de entradas y llenar los cuatro recitales, él deseaba ofrecer algo más al público.
En esa ocasión estuvo acompañado por una orquesta sinfónico-ligera excepcionalmente amplia; además agregó bongoseros, un coro procedente de Londres y un grupo compuesto por más de diez guitarristas para ciertas interpretaciones. Este despliegue marcó ante el público y la crítica un giro claro: los conciertos de Raphael comenzaban a superar los límites de lo que convencionalmente se esperaba para un recital, algo ya extraordinario teniendo en cuenta las prácticas escénicas del momento. Pero aquello solo fue el inicio; aún quedaban muchos pasos por dar.
Al año siguiente, entre el 1 y el 12 de octubre de 1969, el artista regresó al Palacio de la Música. Los cuatro conciertos que un año antes habían sorprendido a miles de personas, incluidos sus críticos, se transformaron esta vez en catorce recitales. Si ya en 1968 Raphael había demostrado su vocación por ofrecer espectáculos memorables, en esta ocasión redobló esfuerzos tanto artísticos como económicos para brindar un show de una magnitud nunca antes vista en España. Y el impacto fue tal como lo había planeado. Los anuncios a página completa en decenas de periódicos, junto con un enorme cartel que cubría la fachada del Palacio de la Música —al igual que el año anterior— proclamaban con orgullo: ¡En escena! RAPHAEL. Recitales 1969. Del 1 al 12 de octubre. Coros del Maestro Perera, guitarras españolas, bongoseros, coro rítmico de Raphael y una gran orquesta sinfónico-ligera dirigida por Franck Pourcel.
Raphael no escatimó en recursos al contratar a Pourcel, uno de los directores de orquesta más reconocidos a nivel mundial. Este francés había dado nueva vida a grandes canciones y melodías, convirtiéndolas en éxitos internacionales. Su versión del clásico Only You le había conquistado al público estadounidense, y su lista de colaboraciones incluía nombres como Yves Montand, Lucienne Boyer, Charles Aznavour, Gilbert Bécaud y Tino Rossi. Además de ser una verdadera estrella con cerca de quince millones de discos vendidos, Pourcel había conocido a Raphael en México el año anterior.
La incorporación del célebre director para acompañar los recitales generó gran interés en los medios de comunicación. En una entrevista para el diario Pueblo, Pourcel expresó su admiración por el artista español, señalándolo como un extraordinario showman. Al preguntarle sobre Raphael como cantante, afirmó que era el intérprete con mayor alcance internacional del momento, y destacó además la amistad que lo unía a él. Sobre cómo surgió la colaboración declaró: «Nos encontramos un día en Nueva York y él se acercó para decirme: ‘Franck, tienes que acompañarme. Daré un recital de doce días en Madrid y quiero lo mejor. Te pido que tú dirijas la orquesta’. ¿Cómo iba a negarme? Raphael es un chico encantador.»
Los recitales de 1969 —a cuyo estreno acudieron figuras como Natalia Figueroa y Antonio el bailarín— se convirtieron en un éxito histórico. Fue un espectáculo innovador, único en su tipo, que nunca se había visto hasta entonces en España y tal vez nunca después, dada su originalidad y despliegue escénico. Con todo el bagaje acumulado tras recorrer numerosos escenarios del mundo y asistir a espectáculos en ciudades como Las Vegas, Nueva York, Londres, París y México, Raphael aspiraba a alcanzar el más alto nivel… Y eso fue exactamente lo que logró presentar sobre el escenario del Palacio de la Música.
En aquellos recitales debutó Balada de la trompeta, interpretándola por primera vez en directo acompañado por el gran Arturo Fornés, quien en sus tiempos competía con Raphael tocando con su conjunto en locales madrileños como La Galera. El impacto fue tan grande que días después Raphael grabó la canción en estudio para incluirla en su álbum Corazón, corazón.
Las crónicas
Las crónicas que aparecieron en diarios y revistas durante octubre de 1969 reflejaron fielmente lo que supusieron estos catorce conciertos realizados en doce días consecutivos: un espectáculo monumental que llegó a incluir hasta noventa y cuatro participantes simultáneamente sobre el escenario. Para quienes vivieron aquella tercera etapa del cantante en el teatro madrileño, estos recitales dejaron una huella imborrable.
Algunas reseñas destacaban: «Nueva actuación de Raphael en Madrid; nuevo éxito en el Palacio de la Música con lleno absoluto y un entusiasmo desbordante acompañado por las ya acostumbradas manifestaciones de fervor de sus numerosos admiradores (…). La orquesta dirigida por Franck Pourcel fue impecable. El Ave María constituyó un prodigio musical al igual que Corazón, aquella canción suramericana. La colaboración Raphael-Pourcel fue insuperable y perfecta. Sin embargo, el público estuvo tan embelesado con su ídolo que apenas logró percibir la magistral dirección del gran Franck.»
Otro artículo en la revista Ondas de Barcelona señalaba: «Bueno, tal vez esta vez sea apropiado utilizar el tópico de ‘no hay quien dé más’. Y es una verdad indiscutible. Nadie puede ofrecer más —al menos en nuestro país— que lo que Raphael presenta en todos los recitales este año. Primero en Madrid y luego en Barcelona. Comenzando por el número de conciertos: catorce en total, algo que sería un desafío físico para cualquier cantante sin facultades excepcionales. Continuando con la presentación: simplemente fabulosa, impecable, perfecta tanto en forma como en contenido. No se ha escatimado nada, ni en recursos humanos ni económicos. Cincuenta músicos españoles de gran nivel muestran su talento y profesionalismo bajo la dirección del maestro Franck Pourcel. Este destacado músico francés tiene magia en las manos, logra una orquestación única y hace brillar a cada uno de los intérpretes. Gracias a él, todo el espectáculo se convierte en un éxito rotundo. Raphael arrastra multitudes como ningún otro artista hacia los teatros. Aunque las entradas no son precisamente baratas, eso no importa. Lo esencial es verlo actuar, moverse, entregarse al público. Las ovaciones y salas repletas son diarias, y, sin lugar a dudas, por lo que ofrece, no queda más remedio que afirmar que es un espectáculo económico y bien merecido. Nadie puede marcharse decepcionado; vale la pena ver a ese monstruo artístico llamado Raphael».
El asombro de la prensa era evidente. Otro periodista insistía en la misma idea: «El cantante de Linares, sin discusión alguna, ha querido dejar su marca; lanzó un ‘¡aquí estoy yo!’ que solo él puede lanzar, no solo por su capacidad financiera sino por su calidad artística y su poder de atracción sobre el público. Me parece estupendo que un artista pueda proclamarse —sin necesidad de alzar el dedo— como el ‘número uno’. Todo está en demostrarlo, y Raphael ciertamente lo hace. Para empezar, ha preparado un espectáculo de lujo, deslumbrante tanto en cantidad como en calidad. Una orquesta grandiosa integrada por cincuenta y cuatro profesores, todos solistas de los mejores conjuntos madrileños, dirigida por Franck Pourcel, quien junto a Ray Charles [nota: se refiere a Ray Conniff] ostenta el liderazgo mundial como director y arreglador de música ligera. Además, un magnífico coro compuesto por veinticuatro voces bajo la batuta del maestro Perera. Bongoseros, arpistas, e incluso un coro rítmico importado de Inglaterra… Franck Pourcel me confesó: ‘Esto no se había hecho nunca antes’. Ni Edith Piaf en sus mejores tiempos.»
En esa misma crónica se recogían declaraciones de Raphael sobre el monumental despliegue que lideraba: «Aunque el teatro se llene todos los días —me comentó Raphael— no ganaré dinero. Pero no he querido aumentar los precios ni recortar el presupuesto del espectáculo. Esto lo hago como homenaje a mi público porque siento que debo hacerlo, sin pensar en la parte económica. La gente me ha dado mucho; ahora es momento de devolver algo.»
Ese era precisamente el espíritu detrás de los conciertos que, desde ese punto, tendrían lugar en el Palacio de la Música. Este enfoque era algo que Francisco Bermúdez reafirmaba cada vez que se le consultaba sobre las finanzas relacionadas con su artista exclusivo. «Yo me encargo de las giras; Raphael se ocupa de sus conciertos en Madrid. Su nivel de despliegue es tal que no toma en cuenta los gastos, aunque esté un mes con el teatro lleno. Por ello, no obtiene beneficios con estas presentaciones.»
Como era habitual tras los mayores éxitos del cantante, volvía a surgir la eterna pregunta entre críticos y tal vez también entre el público: «¿Qué puede venir después de esto? ¿Cómo se supera algo como catorce conciertos de esta magnitud? ¿Ha llegado Raphael a su techo artístico?». Sin embargo, cada vez que parecía que no había forma de superarse, la respuesta llegaba sorprendentemente rápido. En el caso de sus actuaciones en el Palacio de la Música, después de una temporada cancelada a finales de 1970 debido al agotamiento tras un mes de presentaciones en Las Vegas y otra serie de catorce conciertos en 1973, llegaría su exhibición más espectacular: del 24 de abril al 9 de junio (incluyendo una prórroga) del año 1974.
Una vez más, bajo un enorme cartel que cubría toda la fachada del teatro, las interminables filas para adquirir entradas rodeaban, literalmente y día tras día, la manzana.
Raphael inauguró su nuevo espectáculo con un despliegue de recursos aún más impresionante que el de sus conciertos de 1969. Ballet, coros, orquesta, mariachis… La opinión de la crítica, como no podía ser de otra manera, reflejó —con mayor o menor entusiasmo, con más o menos admiración— lo evidente.
En el diario ABC, José Baró Quesada escribió: ¿Es posible superarse y renovarse constantemente después de catorce años cantando ante multitudes? Raphael nos ha demostrado con contundencia que sí, con su apoteósica presentación en el Palacio de la Música. Un espectáculo amplio, dinámico, entretenido y variado que deja al público con ganas de más pese a su extensa duración. Su cierre, majestuoso y de gran impacto emocional, es una genuina recreación intelectual con elementos patéticos, trascendentes, antiguos y modernos. Inicia con Sandra Lebrocq —hermosa y talentosa— interpretando la canción de María Magdalena de Jesucristo Superstar, una ópera rock que generó profundas controversias entre el público y la crítica. Durante La balada de la trompeta, los asistentes se pusieron en pie y le brindaron a Raphael los aplausos más ensordecedores que he oído en todos mis años en los teatros. Lo mismo sucedió al final de esta extraordinaria función y en varios momentos de la actuación incansable del ilustre cantante, quien una vez más ofreció una lección de profesionalismo y confirmó su asombrosa capacidad de trabajo. El mariachi Oro y Plata de José Chaves acompañó a Raphael en bellísimos números mexicanos; el ballet, el coro y la orquesta dirigida por José Chova sumaron al brillante éxito. Arturo Fornés y José Luis Medrano demostraron gran maestría con la trompeta. El vestuario de Herrera y Ollero fue espectacular. Dirección, decorado y luminotecnia estuvieron impecables bajo la supervisión del propio Raphael. Un montaje lujoso, fascinante y original que arrancó una ovación rotunda desde el inicio gracias a su impactante puesta en escena.
Esa temporada marcaría la última actuación del artista en el Palacio de la Música. A partir de entonces, el teatro se dedicó casi exclusivamente al cine. Aunque Raphael consideró en 1980 regresar allí con su espectáculo del 20 aniversario, no fue posible y finalmente lo presentó en el Monumental.
En 1983, el lugar fue remodelado para convertirse en un multicine.