Es innegable que México representa un antes y un después en la trayectoria de Raphael. Sin caer en comparaciones innecesarias con otros países, este destino puede considerarse como el primer lugar fuera de España donde el «fenómeno raphaelista» se manifestó con una intensidad desbordante y alcanzó niveles extraordinarios.
La historia comienza con el debut del cantante en la capital mexicana y los acontecimientos que sucedieron poco después. Esto ocurrió entre 1967 y 1968. Luego de visitar Argentina, Venezuela, Ecuador y Perú, México fue el quinto país incluido en la primera gira americana del artista durante su inicio en los escenarios transoceánicos. Raphael aterrizó en el Distrito Federal el 2 de mayo de 1967.
Acostumbrado a recibimientos multitudinarios y a gestos de histeria colectiva allí donde iba, especialmente en países que compartían cierta afinidad cultural como toda Latinoamérica, el encuentro inicial con Ciudad de México no reflejó ese entusiasmo al nivel esperado. Quizá porque su vuelo aterrizó de madrugada, exactamente a las 4:35 según reportaron diversos periódicos de la época, procedente de Lima en el vuelo 92 de Aerolíneas Peruanas. Esto podría explicar por qué Raphael se sintió algo desconcertado e incluso decepcionado al no encontrar cientos o miles de fans esperándolo cerca del avión.
En el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México únicamente estaban presentes Carlos Camacho, gerente de discos Gamma (la filial mexicana de Hispavox), una representante del empresario Pepe León, quien organizó las presentaciones de Raphael en el país, y algunos periodistas locales. Sin embargo, no hubo una gran cantidad de medios ni seguidores presentes en este primer contacto del artista con tierra mexicana.
Raphael no podía prever, tras aquel frío recibimiento, lo que le aguardaba en aquella tierra ni hasta dónde llegaría su vínculo con el pueblo mexicano.
El debut en El Patio
En México, no era sencillo ganarse al público. Era, y sigue siendo, un país exigente para cualquier artista. De hecho, buena parte de la prensa local lo recibía con cierto escepticismo. La revista Cine Mundial ya lo anticipaba días antes de su llegada: «Aunque la crítica lo considera el non plus ultra, en México deberá esforzarse mucho para demostrarlo. Está comprobado que muchas figuras, incluso más reconocidas que él, han fracasado rotundamente en esta capital».
El debut de Raphael tuvo lugar en El Patio, un icónico salón de fiestas que durante décadas fue el principal centro nocturno del país. Sin embargo, hacía ya un tiempo que permanecía cerrado. Pepe León lo había alquilado y reformado específicamente para la presentación del artista, convenciendo previamente a Francisco Bermúdez —quien se había desplazado al país meses atrás para evaluar diferentes alternativas— de que aquel era el escenario perfecto para introducir a Raphael al público mexicano.
Desde su inauguración en los años treinta, por el escenario de El Patio habían pasado los nombres más destacados del espectáculo internacional, entre ellos Josephine Baker, Eddie Fisher, Lola Beltrán, Edith Piaf, los Platters, Paul Anka y los Panchos. También se habían presentado espectaculares números de variedades traídos desde Las Vegas o París. En sus mesas se habían sentado personalidades tan variopintas como Walt Disney, el boxeador Joe Louis, Agustín Lara, María Félix o Manolete, además de figuras relevantes de la sociedad mexicana e internacional.
Sin embargo, los días gloriosos de El Patio habían quedado atrás. Su época dorada se había esfumado. Por ello, llevar a Raphael a aquel recinto representaba una apuesta arriesgada. Intentar revivir la popularidad de una sala que había estado cerrada no era tarea sencilla.
El debut del artista se realizó el 5 de mayo de 1967, coincidiendo además con su vigésimo cuarto cumpleaños. Fue un concierto privado, sin acceso al público general. Aquella noche se invitó exclusivamente a representantes de la prensa, productores de cine y televisión, directivos de emisoras de radio y ejecutivos del ámbito publicitario. Si ya el público mexicano era conocido por ser complicado y exigente, los asistentes a este evento lo eran aún más.
Para Raphael, sin embargo, retos como este formaban parte de su esencia artística. Esa noche no hubo espacio para disfraces ni subterfugios; desde que pisó el escenario, se entregó por completo. Era una jugada a todo o nada que podía coronarlo o llevarlo al fracaso. Pero para alguien como él, victorias y riesgos iban de la mano.
El debut marcó historia. Aquel 5 de mayo de 1967 sería recordado como una de las veladas más gloriosas y significativas de la trayectoria del cantante.
Nada mejor que las críticas recogidas al final de la noche para comprender lo que ocurrió allí. En El Heraldo, uno de los periódicos más reconocidos del país, Raúl Velasco titulaba: «Raphael llegó, vio y triunfó», y su crónica enfatizaba: «El público que llenaba El Patio estaba lejos de ser un público común y corriente. Era el más difícil de complacer, porque todos acudimos con las tijeras bien afiladas y terminamos rendidos ante el arte incomparable del cantante español».
Por su parte, Rómulo Arnedo admitía en su reseña: «Raphael nos dejó deseosos de discutirle y derribarlo. El joven artista de veintiún años no es una de esas tantas falsedades convertidas en aparentes verdades gracias a la propaganda. Es auténtico, es toda una gran verdad. Nos lo aseguraron quienes ya lo conocían, pero queríamos debatirlo e incluso destrozarlo. Si Hollywood o París hubieran sido quienes lo avalaran, lo habríamos aceptado como tantas veces hacemos: como borregos deslumbrados. Sin embargo, nació en Linares (España), habla nuestro idioma y comparte nuestras creencias y pensamientos. Eso, tanto allá como aquí, ¡es imperdonable!».
En Cine Mundial, la revista que días antes había amenazado con una crítica despiadada si la actuación decepcionaba, se leía: La fantasía y la leyenda, alas de un mismo pensamiento, quedan superadas por la realidad en el caso de Raphael, quien puso en peligro los cimientos de El Patio ante las ovaciones y vítores de los periodistas durante el breve recital del joven prodigio de la canción. Si Francia tiene a su Bécaud y su Aznavour… Si las barras y las estrellas resuenan con el hombre de Extraños en la noche… Si los melenudos sansones británicos reciben condecoraciones de Su Majestad la reina Isabel… Al igual que ellos, tanto como ellos, tanto como Gilbert y Charles, como Sinatra y como los Beatles, Raphael es un valor positivo de la canción contemporánea que cruza los Pirineos, el Atlántico y el Mediterráneo, rumbo a todos los países del mundo.
Raphael había logrado conquistar, por unanimidad, a los críticos más exigentes. Los había hecho levantarse de sus asientos, aplaudir y exclamar «¡bravo!» como nunca antes había sucedido en México. El Patio no era un teatro convencional, sino una animada sala de fiestas donde los asistentes cenaban o bebían mientras el cantante ofrecía su espectáculo. Sin embargo, Raphael transformó completamente esta dinámica: Cuando él canta no se escucha ni volar una mosca; el público se comporta como si estuviera en un templo, temeroso de perturbar al artista y diluir su magia. Raphael fascina a la gente, les hace vibrar, les entusiasma.
Su primer encuentro con México fue mucho más que exitoso y sorprendente. Incluso hoy resulta difícil poner en palabras lo que ocurrió en aquel recinto recién rehabilitado, lleno de espectadores que aguardaban para juzgar a un joven artista venido de lejos, pero portador de algo desconocido y extraordinario.
Las actuaciones en El Patio habían sido programadas del 5 al 19 de mayo, pero debido a la abrumadora respuesta del público fueron extendidas hasta el día 27. Fue toda una revolución.
Raphael había expresado en diversas entrevistas su profunda admiración por María Félix, la gran estrella del cine mexicano. No sé qué será de mí si viene a verme…, confesó a uno de los periodistas. Y así fue. La reconocida actriz asistió al concierto el 6 de mayo, el segundo de la serie, junto a su esposo Alex Berger.
María Félix, conocida como La Doña gracias a su emblemático papel en la película Doña Bárbara, era una figura mítica de la época dorada del cine mexicano junto a nombres como Jorge Negrete, Pedro Infante o Dolores del Río. Había trabajado en Francia con Yves Montand bajo la dirección de Jean Renoir y con Luis Buñuel. Agustín Lara le había dedicado la inmortal canción María Bonita. Su personalidad era electrizante. En una ocasión, al ser interrogada en España por un periodista sobre su presunto lesbianismo, respondió sin titubear: Si todos los hombres fueran como usted, claro que sería lesbiana.
La Doña no se guardaba nada; sus palabras tenían un peso considerable en el mundo del espectáculo. Al salir del concierto de Raphael, ofreció una breve declaración al periódico El Heraldo: ¡Es un genio!
Ese concierto marcó el inicio de una gran amistad entre Raphael y María Félix, una relación que perduró años hasta el fallecimiento de la icónica actriz en 2002. Gonzalo Elvira, distribuidor de Cuando tú no estás en México, tuvo la intención de que ambos realizaran una película juntos. Aunque hubo conversaciones y un interés inicial por parte de ambos, el proyecto nunca llegó a concretarse.
Para Raphael, aquel primer viaje a México no solo fue memorable por su trascendencia artística. También marcó un hito personal, ya que tuvo la oportunidad de conocer figuras que admiraba profundamente, como la extraordinaria cantante Lola Beltrán, Jacobo Zabludowsky, Miguel Alemán y Jaime Rentería, todos ellos futuros amigos cercanos. Este último, quien trabajaba como relaciones públicas por aquel entonces, fue clave para expandir el fenómeno Raphael dentro de la alta sociedad mexicana.
El viernes 26 de mayo, víspera del último espectáculo de la temporada en El Patio, se realizó un emotivo homenaje al artista. Frente a un público que repletaba la sala, como ocurría cada noche, y entre el cual se encontraban destacadas figuras del cine, teatro y música, Raphael cantó por primera vez acompañado de un grupo de mariachis. Esa noche, el artista vestía completamente de negro, evocando sus momentos más icónicos.
Raúl Velasco plasmó en las páginas de El Heraldo sus impresiones sobre lo sucedido: «Lo que presenciamos en El Patio el pasado viernes con motivo del homenaje a Raphael, quien se despidió ayer de México, no tiene precedentes en la historia del espectáculo nocturno mexicano: tres mil, quizás más personas, enloquecieron repentinamente y una lluvia de objetos diversos descendió sobre la pista del cabaret: chaquetas, servilletas, flores e incluso se alcanzó a ver una prenda íntima femenina. El cantante recibió esa lluvia de objetos arrodillado y con lágrimas en los ojos». Así se cerró el primer encuentro entre Raphael y un público inolvidable.
Un homenaje complicado
Al año siguiente, Raphael volvió a conquistar El Patio, consolidando una relación especial con México. En esos años, su presencia parecía ininterrumpida, según puede deducirse de los registros de prensa. A sus actuaciones en la emblemática sala se sumaron el rodaje de la película El golfo en Acapulco, un concierto multitudinario en La Alameda con 50 mil asistentes y diversas participaciones en programas especiales de televisión. Su éxito se reflejó también en galardones como el Trofeo El Heraldo y la Medalla de Oro del Ministerio de Turismo, en reconocimiento a su labor artística y su papel como puente entre culturas. Además, cuatro de sus álbumes ocuparon los primeros lugares en ventas del país.
Durante esta etapa mexicana, Raphael decidió realizar un gesto especial de agradecimiento al país y su gente. En colaboración con el padre José Cenobio, quien años después oficiaría su boda con Natalia Figueroa en Venecia, el artista cantó el Ave María acompañado por cuarenta integrantes del Conjunto Coral Mexicano en la Basílica de Guadalupe. Sin embargo, aquel domingo de junio estuvo marcado por acontecimientos que casi derivan en una tragedia.
Meses antes, tras un concierto en La Alameda donde miles de personas colapsaron su salida, Raphael tuvo que ser evacuado en un vehículo blindado para evitar incidentes graves. Sin embargo, este antecedente no fue tomado en cuenta al planificar su presentación en la basílica. Confianza excesiva llevó a uno de los organizadores a declarar días antes: «Creemos que el público sabrá respetar la casa de Dios». Pero ese optimismo resultó equivocado.
Alrededor de siete mil personas lograron ingresar al templo mientras que una multitud estimada en veinticinco mil quedó fuera intentando entrar por cualquier medio posible. Saltando barreras e incluso pasando por encima de otras personas, la desesperación inundó la escena. A pesar de los esfuerzos del padre Cenobio por mantener el orden, la situación se desbordó rápidamente.
La policía fue llamada para controlar la aglomeración. No obstante, sólo cuarenta agentes aparecieron para intentar contener a una multitud desbordada de más de treinta mil individuos. Tras cantar el Ave María y acompañar la misa, Raphael y su séquito fueron resguardados en una pequeña habitación junto al altar antes de ser escoltados hacia un vehículo que los esperaba en las afueras del templo.
El momento crítico llegó cuando cientos de personas rodearon y empujaron el automóvil mientras los policías intentaban despejar el camino. La marea humana provocó caídas, desmayos y avalanchas dejando más de cincuenta heridos. A pesar del caos reinante, afortunadamente no hubo víctimas fatales y todo concluyó sin mayores consecuencias.
Diversos medios de comunicación calificaron la iniciativa como extremadamente irresponsable. Leopoldo Mendivil, periodista de El Heraldo, quien vivió todo desde una posición privilegiada, describía en su crónica cómo Raphael, visiblemente pálido, clamaba desesperado hacia los representantes de su casa discográfica: «¡Deberían haberme prevenido, deberían haberme avisado que esto iba a suceder!».
A pesar del gran susto que marcó el homenaje, este no logró empañar la conexión entre el artista y México ni detener lo que estaba por venir en su relación con el público del país.