Cumplir medio siglo de trayectoria en la cima no es tarea fácil. En el mundo de la música, una profesión tan intrincada y expuesta a tantas variables ―críticas, modas, apoyos, altibajos y, sobre todo, al impredecible gusto del público― mantenerse en lo más alto durante cinco décadas es prácticamente un milagro. Raphael, sin lugar a dudas, lo ha conseguido.
Con un estilo único e inimitable, una voluntad titánica, una voz privilegiada, un repertorio envidiable y, sobre todo, un público leal que se renueva año tras año, el artista sigue día a día enfrentándose a cada concierto con la misma intensidad. Ha conquistado a los seguidores de toda la vida, ha cautivado a nuevas generaciones y nos demuestra, constantemente, que su historia aún tiene muchas páginas por escribir.
La entrega de Raphael en un escenario no deja lugar a dudas: lo vive como si fuera el primer día y lo afronta con la pasión del último.
Desde que el éxito se convirtió en su inseparable compañero de viaje, ambos han recorrido juntos el mundo en una constante gira que comenzó en la década de 1960. Pero su desenlace es un verdadero misterio. En el corazón de esta historia encontramos factores esenciales: una voz y un carisma que nunca han defraudado, una pasión desbordante por su profesión, un deseo inquebrantable de seguir viviéndola sobre las tablas y un repertorio plagado de incontables éxitos. Todo esto estaría incompleto sin la pieza clave: millones de personas dispuestas a dejarse embelesar por ese cóctel único. Sin su público, la fórmula mágica simplemente no funcionaría.
Porque sí, lo que Raphael genera es magia. No hay otra forma de explicar cómo ha conseguido preservar una carrera tan larga y constante, ni cómo ha cultivado un vínculo tan sólido y apasionado con quienes le siguen.
Es cierto que Raphael no es el único cantante del mundo que puede presumir de semejante trayectoria. Pero los artistas que logran permanecer en la cima con el paso del tiempo son extraordinariamente pocos. Es un grupo reducido de privilegiados que lideran una y otra vez las listas de éxitos con sus nuevos trabajos, llenan teatros, auditorios y estadios como en sus inicios, y emotivamente conmueven como siempre lo han hecho. Pertenecer a ese selecto grupo requiere más que talento o suerte; exige trabajo incansable, dedicación absoluta y una determinación férrea. Porque la fortuna, aunque necesaria, por sí sola jamás será suficiente.
Una vida hecha escenario
Exagerando apenas un poco, podríamos decir que la vida de Raphael ha transcurrido casi íntegramente sobre el escenario. Esto hace difícil distinguir una gira de otra; todo parece parte de un único y extenso viaje artístico. Su carrera se asemeja a una interminable tournée mundial que se reinventa continuamente: cambiando formaciones musicales ―gran orquesta, piano solista, cuarteto o sinfónica―, añadiendo nuevos temas al repertorio mientras otros desaparecen para reaparecer años después. Las giras cambian nombres y escenografías, pero Raphael sigue adelante sin intenciones de detenerse ni mucho menos comenzar de cero. Simplemente no es necesario.
A diferencia de otros artistas, Raphael nunca deja espacios entre gira y gira. Los pocos momentos de pausa a lo largo de su carrera han estado dedicados al rodaje de películas, grabación de nuevos discos o preparación de espectáculos musicales. Pero nunca ha habido un descanso deliberado para «respirar» o poner distancia con su público. Es una forma particular de ser y entender su oficio; ni mejor ni peor… simplemente única.
Eso sí, Raphael ha sabido destacar ciertos aniversarios y ocasiones especiales con gestos memorables hacia su público. Son regalos inolvidables que han marcado su carrera: desde la temporada de 1974 en el Palacio de la Música de Madrid con una grandiosa puesta en escena repleta de músicos, coros y bailarines; hasta el imponente concierto en el estadio Santiago Bernabéu ante 114.000 espectadores; o la monumental gira mundial con motivo de sus cincuenta años sobre los escenarios.
Una fecha así no podía pasar desapercibida.
Raphael enfrentaba esa cifra redonda tras haberse sometido, apenas cinco años atrás, a un exitoso trasplante de hígado. Aquella donación, como todas, cargada de una generosidad infinita, no solo le había concedido una nueva oportunidad de vida, sino que también le había proporcionado una condición física comparable a la de más de dos décadas atrás, una voz aún más clara y potente, y un palpable sosiego que coexistía con una energía renovada y envidiable.
En múltiples ocasiones se ha dicho que Raphael representa la perfecta fusión entre pasado y futuro, el peso formidable de lo ya logrado y la ilusión por desafiar mañana como quien recién empieza. En este caso, sin embargo, no era simplemente una metáfora afortunada; era la más absoluta realidad. Tras el trasplante, su legado, lo que lo había llevado a ocupar un lugar privilegiado entre los grandes de la música, permanecía intacto. Sin embargo, ese fue también el inicio de una nueva etapa.
Por eso, Raphael se encontraba en un momento ideal para lanzarse a un proyecto único.
Un proyecto muy especial
Después de haber celebrado quince años en los escenarios, veinte, veinticinco, treinta, treinta y cinco, cuarenta… consciente de que llegar a cincuenta años cantando es un verdadero logro… —permíteme reformular esto— consciente de que cumplir cincuenta años dedicados al canto y seguir reuniendo a miles de personas que desean escucharte es algo extraordinario, Raphael tenía clara su intención de superarse y hacer algo especial para marcar ese hito. Algo realmente grandioso.
En lo que respecta a la música, sabía exactamente lo que quería: grabar un álbum de duetos junto a algunos de los artistas más destacados del panorama musical. Íconos de antes, de ahora y de siempre. De aquí y de allá. De estilos afines y diametralmente opuestos. Contemporáneos y jóvenes. También mayores… Con suficiente anticipación, inició personalmente una lista de contactos que rápidamente se convirtió en una serie de respuestas afirmativas llenas de entusiasmo.
Pronto comenzó a trabajar en el estudio con figuras como Joan Manuel Serrat, Alejandro Sanz, Joaquín Sabina, David Bisbal, Juanes, Alaska, Enrique Bunbury, Ana Torroja, Ana Belén y Víctor Manuel, Miguel Ríos, Miguel Bosé, Vicente Fernández, Armando Manzanero, Manuel Martos, Paloma San Basilio, Salvatore Adamo, José Luis Perales, Paul Anka y las voces inmortales de las fallecidas Rocío Jurado y Rocío Dúrcal. Este ambicioso proyecto representaba tanto un espectacular impulso para su gira como una prueba de compañerismo y admiración mutua entre colegas más allá de cualquier competencia. Posteriormente se sumarían nuevos duetos junto a Dani Martín, Charles Aznavour, Montserrat Caballé y Mónica Naranjo.
Como bien señala la letra de 50 años después —compuesta por Joaquín Sabina e interpretada en un dueto entre él y Raphael, una de las dos únicas canciones inéditas del álbum—: «Aquí estamos los dos, tan diferentes, tan imposibles, tan a contracorriente, celebrando la vida al alimón… Cincuenta abriles en el escenario; por mucho que se empeñe el calendario, nadie nos va a quitar esta canción…»
Y precisamente eso era lo que buscaban esta gira aniversario, este disco y esta celebración: mirar hacia adelante mientras se celebraba la amistad y el esfuerzo conjunto entre artistas. Entre amigos. Algunos de toda la vida; otros que recién comenzaban a formar parte de su recorrido. Pero al final todos unidos como compañeros.
En cuanto al enfoque para la gira, Raphael tenía muy claro que una celebración de tal magnitud no podía quedarse a medias tintas. Era evidente que debía ser algo grande. Muy grande. Algo que quedara marcado indeleblemente en su historia personal y que resaltara incluso sobre las giras especiales previas.
Así nació 50 años después. Fue un tour mundial que se extendió cerca de dos años (2009-2010), realizado en recintos de gran capacidad durante un contexto de crisis económica global. Pero Raphael estaba preparado para enfrentarse al desafío con una energía ejemplar. No había otra forma de celebrar cincuenta años sobre los escenarios que no fuera en términos extraordinarios. En grande. Gigantesca.
La gira significó el mayor despliegue técnico que jamás había acompañado al artista, utilizando recursos más habituales en géneros musicales como el rock que en la balada. Contaba con tres gigantescas pantallas móviles de leds sobre el escenario, junto a otras dos laterales para mejorar la visibilidad del público, además de una imponente estructura metálica para los músicos y el sistema de iluminación, y una extraordinaria potencia de sonido.
Cincuenta años después, Raphael regresó triunfante a grandes auditorios, palacios de deportes, arenas y teatros alrededor del mundo, algo ya común en sus giras anteriores. La aventura comenzó en el Auditorio de Roquetas de Mar, en Almería, y lo llevó a escenarios emblemáticos como el Auditorio Nacional de México, el Festival de Viña del Mar, el Movistar Arena de Santiago de Chile, el Coliseo de San Juan de Puerto Rico, el Palau Sant Jordi de Barcelona, la plaza de toros de Medellín, el Luna Park de Buenos Aires, el James L. Knight Center de Miami, el Palacio de los Deportes de Santo Domingo, el Auditorio WAMU del Madison Square Garden de Nueva York, la plaza de toros de Linares y la playa de Riazor en A Coruña, entre otras muchas locaciones en España, América y Rusia.
En todos estos escenarios, las entradas se agotaron completamente, colgando el cartel de «no hay localidades» como prueba del éxito.
Sin embargo, el momento más especial llegó el 26 de junio de 2009 en la icónica plaza de toros de Las Ventas en Madrid. Aquella noche singular reunió a Raphael junto a artistas invitados como Miguel Bosé, David Bisbal, Ana Torroja, Manuel Martos, Ana Belén y Víctor Manuel, Dani Martín y Alaska, quienes subieron al escenario para cantar a dúo con él. Fue una velada inolvidable para las diez mil personas que vibraron con la música de un cantante legendario pero aún fresco como un principiante. Raphael demostró cómo la experiencia acumulada puede convivir perfectamente con la ilusión del que encara nuevos retos.
El concierto celebraba medio siglo desde que Raphael se puso frente al público por primera vez. Aunque los recuerdos y las miradas al pasado eran inevitables, el protagonista absoluto fue el presente y el futuro.
La apertura de cada concierto incluía dos canciones que reflejaban su forma actual de ver la vida. La primera era «Cantares», escrita por Joan Manuel Serrat y Antonio Machado, cantada inicialmente a capela por Raphael hasta que los músicos se iban uniendo poco a poco. En su letra se escuchaban versos célebres como «Caminante, no hay camino. Se hace camino al andar. Al andar se hace camino y, al volver la vista atrás, se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante, no hay camino, sino estelas en la mar». La segunda canción era una composición reciente de Enrique Bunbury que Raphael había grabado pocos años antes como un manifiesto sobre su etapa actual: «Ahora que el tiempo ha pasado, he dejado de lado la competición. Veo más claro, escucho mejor. Doy gracias por haber llegado hasta aquí. Ahora que han pasado los años, intensamente vividos, exprimidos, sigo en forma. No estoy cansado. Y tengo decidido retrasar el final».
Ambas canciones exploraban distintas perspectivas sobre el paso del tiempo pero miraban hacia adelante, evitando refugiarse en la nostalgia. Cuando Raphael celebró sus primeros cincuenta años de carrera llevaba acumulados más de siete mil conciertos, cientos de éxitos musicales, casi cinco millones de kilómetros recorridos y presentaciones en los escenarios más prestigiosos de los cinco continentes. A pesar de este enorme legado, parecía abordarlo con ligereza. Su actitud transmitía calma y renovada energía para enfrentarse al tiempo venidero.
Al verlo caminar lentamente hacia el micrófono, al escuchar su agradecimiento pausado hacia las miles de personas que le ovacionaban o al comprobar que su voz seguía siendo inmune al paso del tiempo, quedaba claro que aún quedaban muchos capítulos por escribir en su historia.
La percepción era —y sigue siendo— que Raphael no parece conocer límites temporales en su carrera. Que no habrá suficientes aniversarios por celebrar y que el final todavía está muy lejos.