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A finales de los años cincuenta, con la década siguiente a punto de comenzar, Rafael Martos tomó una decisión clave para el desarrollo de su todavía incipiente carrera artística: inscribirse en la academia dirigida por el maestro Manuel Gordillo.

Después de abandonar la escolanía de la iglesia de San Antonio en 1953, Rafael dejó de cantar durante cerca de seis años. Este lapso coincidió con una primera adolescencia marcada por alegrías, dificultades, descubrimientos y pasiones. Sin embargo, su determinación a regresar al canto y convertirlo en el eje central de su vida lo llevó a reactivar su talento. Así, en 1959, ya consciente de sus metas futuras, se dirigió al barrio madrileño de La Latina, donde se encontraba la academia del maestro Gordillo.

Manuel Gordillo era un compositor sevillano que se había establecido en Madrid en 1932 con el objetivo de perfeccionar su formación musical y fundar una editorial y academia musical. Su éxito fue esquivo hasta que comenzó a colaborar con Marifé de Triana en 1957, momento en el que compuso temas como Torre de arena. Ese triunfo le permitió reunir los fondos necesarios para abrir la ansiada academia. Además, Gordillo creó otros éxitos destacados como Mi cante para Rafael Farina y Yo quiero ser mataor para Antonio Molina. Incluso trabajó ocasionalmente con los famosos Quintero, León y Quiroga, consolidándose como una figura respetada dentro del género.

Cuando Rafael llamó a las puertas de la academia solicitando ser admitido como alumno, su interpretación sorprendió al maestro. Aunque su voz requería aún educación técnica, su potencia y timbre excepcional eran evidentes. Cabe recordar que Rafael había recibido clases de canto durante su infancia bajo la tutela del padre Esteban en la escolanía. Aunque había pasado tiempo desde entonces, esa formación inicial le daba cierta ventaja frente a otros estudiantes novatos.

Durante los primeros meses como alumno en la academia, Rafael solapó sus estudios con sus últimas jornadas como aprendiz y repartidor en una sastrería donde había trabajado desde los catorce años. Aunque disfrutaba de aquel empleo y del modesto sueldo que ofrecía, decidió abandonarlo para dedicar tiempo completo al desarrollo de su talento vocal y a sus aspiraciones artísticas.

A pesar de las buenas impresiones iniciales que dejó en Gordillo, durante esos primeros meses en la academia no recibió demasiada atención. Esto se debía a que el centro tenía una marcada orientación hacia el género de la copla, mientras que Rafael parecía inclinarse más hacia otros estilos musicales.

Sin embargo, el hijo del maestro, que solía ayudar a su padre siempre que sus estudios de ingeniería le dejaban tiempo libre, se interesó de manera especial en aquel prometedor cantante procedente de Linares. Sin apenas titubeos, reconoció algo extraordinario en ese nuevo alumno, algo que lo distinguía claramente del resto. Convencido de su potencial, insistió con perseverancia para que su padre dedicara una atención especial a Rafael y admitiera que podía estar frente a un diamante en bruto. Este hijo del maestro era Paco Gordillo, quien desde ese momento se transformaría en una figura clave en la carrera de Raphael.

Tres nombres esenciales

Viéndolo en retrospectiva, aquella decisión de acudir a la academia de canto tuvo tres grandes consecuencias que, junto con el talento innato del artista, se convirtieron en los pilares fundamentales sobre los que se construiría su trayectoria profesional.

En primer lugar, está Manuel Gordillo, quien tomó la posta de su padre Esteban. No solo continuó trabajando en la formación vocal de Rafael, sino que también, gracias a sus influencias y conocimientos en el ámbito musical, fue determinante para los primeros pasos del joven artista.

Por otro lado, se destaca Paco Gordillo. Su nombre no tardaría en resonar con fuerza en el círculo cercano del cantante, y sería imposible entender los inicios de Raphael sin mencionar la figura de este hombre.

Finalmente, la llegada a la academia llevó al joven intérprete a cruzar caminos con Manuel Alejandro, un compositor cuyo impacto en los primeros años de la carrera de Raphael sería igualmente incalculable.

Raphael, Paco Gordillo y Manuel Alejandro coincidieron por obra del azar, o quizás como resultado de las curiosidades del destino. Sea como sea, esa conjunción marcó una relación tan estrecha y fructífera que el universo de la música ligera hispana les debe una porción importante de su historia.

Sin su presencia sería difícil relatar cómo se escribió el capítulo inicial de este extenso recorrido artístico, que estaba comenzando en 1959 dentro del barrio madrileño de La Latina.

La amistad entre Rafa y Paco se consolidó rápidamente, hasta convertirse en algo inseparable. Más allá de sus vínculos profesionales, compartían un sinfín de intereses y amistades. Paco, siendo mayor y contando con múltiples contactos gracias a ser el hijo de Manuel Gordillo, introdujo progresivamente a Rafael en diversos círculos artísticos madrileños. Hasta entonces, el joven nacido en Linares había llevado una vida alejada completamente del mundillo del espectáculo y todo lo relacionado con él era un terreno desconocido.

En aquel momento aún lejos de adoptar el nombre artístico de Raphael, la academia y el entorno creativo que gravitaba a su alrededor —predominantemente centrado en la copla— abrieron para este joven lleno de posibilidades una realidad completamente nueva. De hecho, su potencial encontró allí un espacio idóneo para evolucionar y, junto a Paco Gordillo, halló el compañero perfecto para iniciar un viaje artístico que perduraría por décadas.

Rafael decidió abandonar su trabajo en la sastrería, aunque ello implicara quedarse sin dinero y depender económicamente de Paco. Este último no dudó en costear los gastos del joven intérprete al principio, actuando casi como su mecenas. Más allá de la gran amistad que los unía, Paco creía firmemente en Rafael y estaba convencido de invertir en su futuro artístico. Tanto era así que llegó a abandonar sus propios estudios de ingeniería para dedicarse de lleno a impulsar la carrera del cantante—a pesar del riesgo que suponía, fue una apuesta que con los años demostró ser acertada.

En su autobiografía, Raphael recuerda a Paco con estas palabras: «Comenzó a preocuparse por mi futuro, dedicándose completamente a él. Esto fue lo que más me ayudó moralmente. No era solo porque me llevase aquí o allá, sino porque él ocupaba todas las horas libres en construir ese camino». Paco se convirtió en su confidente más cercano y le brindaba apoyo constante. Juntos visitaban casi a diario a Manuel Alejandro en un local ubicado en la calle La Ballesta llamado Picnic. Allí el compositor solía tocar el piano cada noche.

Este lugar, una sala destinada al alterne, no permitía la entrada a menores de edad por lo que Rafael accedía escondido por la puerta trasera. Muy cerca del piano aprovechaba para escuchar las composiciones con las que Manuel Alejandro ya empezaba a crear una trayectoria musical para él. Algunas canciones como Inmensidad, Te voy a contar mi vida, Tú, Cupido o Perdona, Otelo formarían parte del primer disco del artista apenas unos años después. Además existían otros temas inéditos que probablemente solo fueron escuchados por los clientes regulares que frecuentaban el Picnic.

Aquellos clientes desconocían que frente a ellos estaba quien con el tiempo se convertiría en el más grande compositor de música ligera, romántica o popular, o como se prefiera llamarla, en español, de todos los tiempos. Y detrás de ese piano, casi oculto, había un joven de apenas diecisiete años que, en menos de una década, lograría llenar el Madison Square Garden de Nueva York. Por el momento, era solo un muchacho que tomaba clases para dar voz a esas canciones y así, algún día, cumplir su sueño de ser artista; o mejor aún, de ser artista y ganarse la vida con ello.

En la academia, a cierta hora de la tarde, terminaban las clases y llegaban los profesionales a ensayar con el maestro. Raphael se quedaba a un lado, escuchando y aprendiendo. Por allí desfilaban artistas de renombre como Marifé de Triana, Rafael Farina o Gelu; en resumen, figuras que incluían en su repertorio las composiciones de Manuel Gordillo.

Concursos radiofónicos

Coincidiendo más o menos con su entrada en la academia, Rafael comenzó a dedicar gran parte de su tiempo a participar en concursos radiofónicos y, casi siempre, a ganarlos. Su asistencia era tan frecuente que tuvo que inventar seudónimos para poder inscribirse repetidamente. Durante un tiempo, Rafael Martos se transformó en Marcel Vivanco o Rafael Granados para aparecer en programas muy populares como Ruede la bola, presentado por Ángel de Echenique, Buenos días, María, conducido por Encarna Sánchez, o Conozca a sus vecinos, con Ferman. Este último programa se emitía a diario y los concursantes cantaban por teléfono desde sus casas o cualquier lugar donde hubiera un aparato telefónico. Los sábados reunían a los cinco ganadores de la semana en el estudio para competir entre ellos. El premio consistía en cien pesetas y un bote de Cola Cao.

En estos programas se interpretaban canciones de todos los estilos: rancheras, coplas, zarzuela, twist… Marcel Vivanco o Rafael Granados se atrevieron con todo. El objetivo era cantar y, por supuesto, llevarse el premio en metálico. En esta clase de concursos participaron muchos aspirantes a artistas; algunos de ellos, como Rocío Dúrcal o Ana Belén, lograron alcanzar ese sueño.

Rafael asistía asiduamente a estos programas usando cualquiera de sus seudónimos, y gracias a ello su voz empezó a ser reconocida—aunque no aún su nombre—por un público que incluso llamaba a las emisoras interesándose por él. Algunas personas aseguraban haber escuchado esa voz bajo otro nombre. Ese reconocimiento era motivo de orgullo para el joven artista: que su voz comenzase a ser inconfundible, que nadie pudiera ignorarla y que consiguiera destacar entre los demás.

Durante esos primeros años también llegaron los primeros compromisos profesionales—aunque «bolos» sería más apropiado—y la palabra va en plural porque fueron varios, pero no demasiados.

El cantante solía frecuentar un bar ubicado frente al teatro Calderón, en la calle Atocha. Era un lugar usualmente visitado por empresarios teatrales y donde, en ocasiones, surgían oportunidades para artistas que pudieran cubrir ausencias en espectáculos de variedades, incluso con poco margen de tiempo. Los contratos ofrecidos tenían condiciones bastante precarias, obligando al artista en cuestión a realizar hasta tres funciones diarias. Rafael tuvo la suerte—porque en aquellos tiempos lo era—de ser contratado al menos un par de veces. Una ocasión lo llevó a actuar en un pueblo cercano a Madrid; la otra lo llevó a León, donde presentó un espectáculo de canción española junto a Carmen Jara, compañera suya de la academia, y otros artistas. Entre sus recuerdos de aquella actuación destaca principalmente el intenso frío que hizo.

Sin embargo, durante los tres años que Rafael asistió regularmente a la academia, las cosas avanzaron muy lentamente para él. En ese periodo no hubo grandes hitos excepto el encuentro con Paco Gordillo y Manuel Alejandro. Aunque Rafael Martos poseía una voz prodigiosa y un estilo único e innovador que nada tenía que ver con lo establecido hasta entonces, esa misma singularidad se convirtió en un obstáculo. El maestro Gordillo enfrentaba una gran dificultad para «colocarlo», pues el joven no encajaba del todo con lo que buscaban los empresarios teatrales, los productores o las discográficas.

Así transcurrieron los años de 1959, 1960 y 1961. Sin embargo, nada parecía avanzar. La voz del joven Rafael mejoraba cada día, Manuel Alejandro componía grandes canciones y Paco Gordillo confiaba plenamente en él. Pero la realidad era que no hallaban el camino que les permitiera destacar en un mundo tan competitivo.

Fue en 1962 cuando todo cambió. Ese año, Manuel Gordillo logró tres hitos fundamentales que impulsaron definitivamente la carrera de un artista que llevaba tiempo preparado y a la espera de que el semáforo de oportunidades se pusiera en verde.

El primer logro fue conseguir que Rafael, todavía con «f», participara en la final española para elegir representante en el Festival de Eurovisión, celebrada en Barcelona. Aunque no ganó, logró visibilidad y se hizo notar, incluso en la televisión.

Pocos meses después ocurrió el segundo gran avance: una audición en la casa discográfica Philips que derivó en su primer contrato discográfico. Fue entonces cuando adoptó oficialmente el nombre Raphael con su característica «ph».

Por último, mediante influencias y contactos, Gordillo consiguió que Raphael actuara en el Festival de Benidorm, permitiéndole colocarse por fin en el frente mediático que tanto necesitaba.

Con esto, Gordillo había logrado situar al artista en el punto de partida ideal. A partir de ese momento, junto a Manuel Alejandro y Paco Gordillo, el destino estaba en las manos de Raphael.