Skip to main content

Coincidiendo prácticamente con otros eventos como la participación en las eliminatorias del Festival de Benidorm y sus primeras apariciones televisivas en programas de Televisión Española, y gracias a la intervención del maestro Gordillo —quien había sido el guía vocal de Rafael durante años en su academia— se pactó una visita a la casa discográfica Philips.

En aquella época, Philips gozaba de gran prestigio en el universo de la música grabada. Sin embargo, lo concertado inicialmente no era ni una audición ni una prueba formal. Se trataba más bien de un primer encuentro distendido, una conversación preliminar con los encargados de la discográfica. Nada más.

Pero para Rafael, eso ya significaba muchísimo. A pesar de todos los años dedicados a perfeccionar su talento, aún no se había materializado en un disco ni en una canción grabada. Por ello, esta visita adquiría un matiz especial y urgente. Aquellos que rodeaban a Rafael compartían la convicción de que era imprescindible grabar cuanto antes, ya que en aquellos tiempos la ausencia de un disco era prácticamente como no existir dentro de la escena musical.

Finalmente llegó el día señalado: el momento clave en el camino discográfico que comenzaba a trazarse para el joven artista. Aunque luego vendrían grandes contratos con multinacionales y éxitos internacionales, aquella visita sería el primer paso, el inicio del camino. Paco Gordillo, acompañado de su padre y del compositor Manuel Alejandro, pasó por la casa de Rafael para recogerlo. Juntos emprendieron el corto trayecto hacia el Paseo de las Delicias donde se encontraba la sede de Philips. Ese breve desplazamiento se convertiría en un hito determinante para su carrera musical. Si lograba agradar a los ejecutivos de la compañía, si conseguía convencerles con su talento y potencial, pronto se abrirían las puertas a un contrato, una grabación y un disco.

Sin embargo, había un asunto pendiente que debía resolverse: el nombre artístico. Rafael llevaba tiempo explorando distintas opciones sin llegar a encontrar una que lo representara verdaderamente. Durante los concursos radiofónicos había optado por seudónimos como Marcel Vivanco o Rafael Granados, pero ninguno había terminado de convencerle. Incluso su nombre original, Rafael Martos, lo sentía poco comercial y carente del impacto necesario. La dilatación de esta decisión alcanzó su punto final durante el trayecto hacia Philips. Dentro del coche guiado por Paco Gordillo, los cuatro viajeros discutían ideas mientras sentían la presión de resolverlo antes de la gran cita. La necesidad apremiaba: debía ser algo poderoso, llamativo, memorable. Y entonces ocurrió. Al acercarse al edificio circular, coronado con grandes letras que rezaban «Philips», fue como si el destino jugara su carta maestra. La imagen del logo apareció ante sus ojos con una claridad reveladora. Philips provocó un momento casi místico, una chispa de inspiración… Raphael. La PH le proporcionó esa singularidad sonora que tanto buscaba. Un nombre capaz de resonar no solo en España, sino en las calles de Francia, América, Inglaterra y Estados Unidos; un nombre fuerte y trascendente. Aunque hubo dudas iniciales sobre cómo se leería en español —donde la PH era algo atípico—, rápido se disiparon. Raphael se convertiría en uno de los rasgos distintivos más importantes del artista y en una marca indeleble dentro de la música ligera en español. Fue el primer paso hacia una trayectoria que acabaría multiplicándose en escenarios alrededor del mundo.

La llegada

Al llegar al destino, aparcaron junto al edificio y fueron recibidos por el maestro Valero, director musical del sello discográfico, y el señor de La Torre, uno de los altos directivos. Gordillo hizo las presentaciones formales con Rafael y el ambiente se mantuvo sereno y relajado. En el despacho de Valero, la conversación fluyó durante largo rato entre temas musicales y planes futuros. Rafael impresionó a todos con su carácter carismático y su habilidad para conectar rápidamente con quienes le rodeaban.

Sin embargo, lo inesperado ocurrió cuando los representantes decidieron solicitarle que cantara algo allí mismo. Aquello no estaba contemplado ni por Rafael ni por el grupo que lo acompañaba. Los nervios se apoderaron por momentos del joven artista, pero sin dudar demasiado aceptó el reto. Se dirigieron juntos a una sala de ensayo donde Manuel Alejandro tomó asiento frente al piano para acompañar al cantante. Rafael comenzó a interpretar la pieza seleccionada pero el resultado no fue el imaginado: su voz sonó débil, chillona e incluso alcanzó momentos desafinados que contrastaban con las expectativas generadas previamente.

El desenlace parecía incierto; pero este episodio solo sería un punto más dentro del complicado pero fascinante camino hacia la grandeza que él estaba destinado a alcanzar.

Un silencio final llenó la sala. Una pausa que, aunque probablemente natural, se le hizo interminable al joven cantante. Fue el maestro Valero quien rompió la quietud hablando primero. Dirigiéndose al maestro Gordillo, afirmó que el chico tenía un talento excepcional. A pesar de que aquella jornada no había cantado especialmente bien, quizá por la ansiedad o cualquier otra razón, y contra todo pronóstico, la audición dejó una impresión muy positiva. Tan fue así que ambos maestros acordaron citarlo para realizar una prueba con micrófono.

Mientras se disponían a retirarse, Valero se dirigió a Gordillo para preguntar el nombre del muchacho. Antes de que pudiera contestar, el propio Rafael dio un paso al frente y, con una seguridad absoluta, como si aquel nombre hubiese sido suyo toda la vida, respondió: Raphael. «Mi nombre es Raphael, pero con P y H», añadió con determinación.

Nadie mostró sorpresa alguna.

La firma

En ese preciso momento, Rafael Martos cedía su identidad artística al recién nacido Raphael. Con apenas unas horas de reflexión y casi como producto de un impulso, había dado vida a un nombre que, sin que nadie pudiera imaginarlo entonces, trascendería fronteras y resistiría el paso del tiempo como pocos lo hacen. Ese nombre ficticio no tardaría en ocupar un lugar destacado en los carteles y marquesinas de las capitales del mundo, transformándose en un concepto cargado de misterio y magnetismo que cambiaría para siempre el panorama internacional de la música en español.

Días más tarde, Raphael regresó a los estudios de Philips para grabar algunas maquetas como prueba. Aunque él mismo admite que se sintió extraño al escucharse en esas primeras tomas, su voz era muy superior a la que mostró durante aquella inicial audición. Los nervios habían desaparecido, dejando espacio únicamente a un deseo inmenso de seguir avanzando en su carrera.

La prueba de micrófono obtuvo el visto bueno de la discográfica, y finalmente Raphael fue llamado para firmar su primer contrato profesional. Era la realización de uno de sus mayores sueños, un logro impulsado por horas interminables de trabajo y una ilusión desbordante. No estuvo solo en ese día tan especial: en el mismo lugar y momento, otro joven cantante que llegaba desde Granada también firmaba contrato. Se trataba de Miguel Ríos.

Todo sucedía con una velocidad vertiginosa. Y lo que estaba por venir prometía ser aún más rápido y emocionante.

Su debut discográfico con Philips llegó como un EP que contenía cuatro canciones escritas por Manuel Alejandro: Te voy a contar mi vida, Perdona Otelo, Inmensidad y Tú, cupido. Aunque el lanzamiento tuvo un éxito moderado, era solo el comienzo.