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Desde su victoria en el Festival de Benidorm en 1962 hasta 1965, la popularidad de Raphael avanzó gradualmente. En aquel entonces, ya se hablaba en la prensa sobre él como la gran promesa de la música ligera en España. Sin embargo, fue tras el éxito de «El pequeño tamborilero» y su concierto en el Teatro de la Zarzuela cuando todo dio un salto monumental que nunca antes se había visto.

De repente, en cuestión de semanas, Raphael se transformó en una estrella gigantesca. No es exagerado utilizar términos impactantes para describir lo ocurrido ese año en su carrera. Atendiendo estrictamente a la realidad, se puede afirmar que dejó de ser simplemente un cantante destacado para convertirse en un fenómeno de masas. De forma inesperada, protagonizó cientos de portadas de revistas, miles de artículos en prensa y pasó de ser una promesa a consolidarse como una realidad arrolladora. Raphael rompió con todas las expectativas sobre lo que significaba ser un artista exitoso y redefinió el concepto mismo del estrellato.

Todo lo que se pueda expresar sobre aquel momento —entendiendo por «momento» los años 1965 y 1966— siempre quedará corto. Por más adjetivos que se añadan, siempre habrá espacio para muchos más. Y aún así, sería imposible aproximarse siquiera a todo lo que ocurrió.

En una trayectoria artística como la de Raphael, no basta con hacer un resumen de los eventos destacados. No sirve simplemente cuantificar cuántos discos se vendieron en sus primeros lanzamientos, ni precisar el número de fans que abarrotaron el aeropuerto de Barajas esperando el avión que llegaba de Luxemburgo. Tampoco basta con enumerar titulares de prensa —sean cinco o veinte— porque no se trata de narrar una batalla histórica ni de contar una biografía típica. Lo que aquí se aborda busca ir más allá: mezcla datos con sensaciones, haciendo eco de los sentimientos que surgieron entre el público hacia un artista. Para quienes no vivieron ese fenómeno directamente, su comprensión —en el mejor de los casos— solo sería parcial, incluso si alguien se tomara el tiempo necesario para leer con paciencia todo lo publicado en vivo durante aquella época. Sumarían testimonios que retratan la sorpresa general causada por un fenómeno que explotó con fuerza y se expandió rápidamente por casi todo el mundo. Incluso las personas más cercanas al cantante probablemente no puedan entender en su totalidad lo que significó.

En cualquier caso, resulta adecuado realizar una cronología de lo que representaron los años 1965 y 1966 en la carrera de Raphael; o mejor aún, reflexionar sobre la influencia que tuvo dicho artista en el panorama musical español antes de expandirse como un verdadero incendio a otros países.

El fenómeno Raphael

De la noche a la mañana, el cantante comenzó a aparecer en cientos de portadas de las revistas más importantes, rodeándose de un auténtico torbellino informativo compuesto por entrevistas, críticas y noticias constantes. Durante los primeros meses de 1966 grabó Yo soy aquel, una de sus canciones más emblemáticas, anunciándose además que representaría a España con ese tema en el Festival de Eurovisión celebrado en Luxemburgo el 5 de marzo.

Los artículos publicados por la prensa dejaban claro que el «fenómeno Raphael» había prendido con fuerza desde finales de 1965, consolidado por su memorable recital en el Teatro de la Zarzuela, que lo posicionó como una figura indiscutible dentro de la canción ligera en español. Aunque ya había actuado en conciertos y programas televisivos de países como Francia, Italia, Alemania, Portugal, Turquía, Líbano, Grecia, Suiza y Austria, su trayectoria internacional apenas estaba empezando. A pesar de ello, muchos ya lo describían como «el más universal de nuestros cantantes». Raphael comenzaba a forjarse como la primera gran estrella española con proyección internacional.

En una entrevista, tras expresar su admiración por cantantes nacionales como José Guardiola, respondió a una pregunta sobre la falta de internacionalización de otros artistas españoles. Raphael afirmó: «Eso se debe a que solo son cantantes…, y en Europa triunfan los verdaderos artistas, aquellos capaces de interpretar las canciones dándoles una personalidad propia y distinta; los que convierten sus actuaciones en un auténtico espectáculo del cual el público participa… Ahí están como ejemplos Milva, Gilbert Bécaud, Rita Pavone o el propio Charles Aznavour, quien tiene poca voz pero es todo un artistazo. Mientras un cantante se limite a actuar en una sala como mero acompañante para parejas que bailan, nunca logrará traspasar nuestras fronteras».

Esa era precisamente la esencia del éxito de Raphael. Más allá de su voz excepcional, lo que realmente lo hacía destacar era su manera única de interpretar las canciones. Poseía una clara vocación artística —no solo musical— y desde aquellos primeros años ya era plenamente consciente del largo camino que debía recorrer para alcanzar sus metas. Sabía que llegar significaba mucho esfuerzo y dedicación. El éxito momentáneo podía lograrse con promoción adecuada y buenas canciones, pero mantenerse requería constancia y trabajo duro. «Como artista, estoy lleno de ilusiones aun estando en los primeros escalones de mi carrera porque, ¿sabes?, soy muy ambicioso y espero, si Dios quiere, llegar a los sesenta años sobre el escenario. No quiero hacerlo como una vieja gloria, sino como una auténtica estrella.»

La prensa seguía de cerca cada movimiento de Raphael. Además de sorprenderse por el récord alcanzado con El pequeño tamborilero, que vendió en España 250,000 copias en solo un mes, los medios acumulaban detalles sobre sus presentaciones, las multitudinarias firmas de discos y autógrafos, y cualquier evento relacionado con el cantante. El diario Madrid describió una de estas sesiones de firmas: «Que la música ligera española va adquiriendo, poco a poco, su mayoría de edad, está fuera de toda duda. Ayer tuvimos un nuevo ejemplo. Raphael firmó ejemplares de su último disco en unos grandes almacenes, y aquello fue algo que no habíamos visto nunca. Bueno, sí, lo habíamos visto cuando se trataba de cantantes extranjeros, pero nunca el entusiasmo de un público había llegado a tales extremos tratándose de un cantante español […]. Un cuarto de hora largo tardaron sus acompañantes en preparar la salida. Pero todo fue inútil. La plaza del Callao conoció un espectáculo no habitual. Ya no eran cientos, eran miles de personas que le rodeaban».

Cuando Yo soy aquel salió al mercado, desbancó rápidamente a El pequeño tamborilero y se posicionó como el número uno en todas las listas del país. Apenas unos días antes de su participación en el festival de Eurovisión, que atraía gran parte de la atención mediática, Raphael presentó también la canción en París.

En el festival, celebrado el 5 de marzo, Raphael consiguió un sexto lugar, lejos de sus expectativas personales. Sin embargo, numerosos periodistas europeos, especialmente franceses, lo señalaron como el vencedor indiscutible del evento, considerando que había sido víctima de intereses ajenos a lo meramente musical. Pese al resultado, su regreso a Madrid fue una auténtica reafirmación de su éxito en todos los sentidos: primero, por la enorme exposición internacional ante unos 250 millones de telespectadores; segundo, por el recibimiento multitudinario en el aeropuerto de Barajas; y tercero, porque su nombre comenzó a resonar como nunca antes.

La resaca eurovisiva se prolongó durante algunas semanas. Cada actuación iba acompañada por preguntas incesantes de los periodistas locales sobre su opinión respecto al festival, si consideraba justo su resultado o qué impacto había tenido en su carrera. No obstante, pronto todo volvió a la normalidad, y Raphael retomó los titulares por sus conciertos, discos y apariciones públicas para recibir los primeros premios que empezaban a llegar. Su presencia estaba siempre marcada por tumultos organizados a su alrededor. En menos de cinco meses, Raphael se había convertido en un auténtico fenómeno de masas, algo jamás visto con un cantante español. Sorprende leer ahora los titulares que documentaron el fenómeno con frases como «las fans de Raphael alteran el orden público».

Entre los primeros galardones que recibió por entonces destaca el prestigioso premio Popular del diario Pueblo, además del Garbanzo de Plata, entregado por primera vez a un «cantante moderno». Raphael llegó a la ceremonia tras un descanso durante las pruebas de maquillaje y vestuario para Cuando tú no estás, la película que estaba a punto de rodar. En su discurso de agradecimiento y acompañado por artistas como Lola Flores, Conchita Velasco y Juanita Reina, dijo: «No hace mucho tiempo perseguía a Lola Flores, Conchita Velasco y Juanita Reina para que me dieran su autógrafo. Ahora ellas están a mi lado y el homenajeado soy yo. Esto es más de lo que podía soñar».

La ocupada agenda del cantante comenzaba a transformarse en lo que sería su rutina permanente: una sucesión abrumadora de compromisos. Los premios, el rodaje del filme y su primera aparición en el show de Petula Clark en la BBC eran pausas dentro de lo que realmente le apasionaba: los conciertos, el eje central de su éxito. Durante ese verano recorrió el país dando presentaciones en Bilbao, Valladolid, Valencia, Logroño, Oviedo, Vigo, Santander, Alicante, Cádiz, Mallorca, Sevilla, Tarragona, Málaga, Benidorm, Murcia, Lérida, Barcelona, Jerez…, cada vez con mayor repercusión. Sus actuaciones se habían convertido ya en auténticos fenómenos sociales.

Durante esos meses, Estuve enamorado irrumpió como un torbellino en las listas de éxitos, donde aún permanecía Yo soy aquel tras más de veinticinco semanas. Ambas canciones competían por los primeros puestos junto a dos temas de la familia Sinatra: Strangers in the Night, interpretada por Frank, y These Boots Are Made for Walking, a cargo de Nancy.

Todo el mundo, incluso los críticos más acérrimos, reflexionaba sobre el alcance del «fenómeno raphaelista», un término que ya comenzaba a afianzarse. Raphael daba así un paso más en su trayectoria, erigiéndose como tema recurrente en las conversaciones.

Julio Ruestes, desde La Nueva España, escribía: «Raphael. ¿Un mito? ¿Una realidad? ¿Cuál es el secreto de Raphael? Veinte años [sic] tiene el ídolo de la juventud. Es sencillo, educado, amable, sincero y poseedor de una gran inteligencia. Durante casi una hora continúa lo he visto cantar; se identifica con sus canciones de tal manera que impresiona y hace pensar. Tiene un tremendo poder psicológico; es un cantante genial y también un gran actor. Vive y siente en su sangre, quizá como ningún otro, el arte mágico de la canción. Junto con Charles Aznavour, está considerado actualmente como el número uno de Europa. Ése es Raphael».

El impacto del primer recital en el Palacio de la Música

Una de las grandes veladas de este «boom raphaelista» llegó el 7 de octubre de 1966. Tras cientos de actuaciones por toda España –y una creciente incursión en territorios internacionales– se organizaba el segundo gran recital. Después del mítico evento celebrado en el Teatro de la Zarzuela el año anterior, era el turno del Palacio de la Música, emblemático teatro ubicado en plena Gran Vía –por entonces llamada avenida de José Antonio– que con el tiempo albergó algunos de los triunfos más memorables del artista.

La prensa, expectante ante el acontecimiento, reflejaba ya semanas antes los signos del éxito, anunciados desde las propias taquillas: «Las entradas puestas a la venta en el Palacio de la Música se agotaron en apenas hora y media». «Todos los amantes de la canción viven con enorme inquietud el gran problema que supone que, cinco días antes de la actuación, no quede ni una sola localidad para presenciar el recital que Raphael ofrecerá en el Palacio de la Música. Este hecho puede considerarse insólito en los anales del teatro y refleja fielmente la magnitud del evento».

Incluso los anuncios publicitarios eran contundentes: «Aviso: agotadas todas las localidades. Rogamos al público que evite acudir a las taquillas para evitar molestias».

El éxito del recital fue apoteósico. Con el titular «Veredicto general: es el mejor», Jesús Hermida escribía una crónica detallada en el periódico Pueblo sobre cada aspecto del evento. Relataba desde los «bravos» y los «olés» de Lola Flores hasta las ovaciones y clamores del público. Concluía afirmando: «Ésta es una nota que considero necesaria. Yo no soy crítico. Solo soy narrador de hechos. Lo de Raphael, anoche, fue así: no hubo ninguna voz discordante. Pero creo sinceramente que Raphael se proclamó –como antaño hacían los emperadores– el mejor cantante español de nuestra época. Lo digo consciente y sereno».

Otras crónicas coincidían, afirmando: «Aceptemos la verdad: Raphael es, posiblemente, la única estrella indiscutible de la canción española actual». También se aseguraba que «en el Palacio de la Música, el viernes pasado, Raphael recibió la adhesión popular más cálida y desbordante jamás concedida a un cantante español».

Después del recital, ya consolidado en la cima del panorama artístico, el intérprete iniciaba su primera gran gira por los teatros más destacados de España: Victoria Eugenia en San Sebastián, Calderón de la Barca en Valladolid, Gran Teatro Fleta en Zaragoza, Teatro Campoamor en Oviedo, Romea en Murcia, Isabel la Católica en Granada y Lope de Vega en Sevilla, entre otros. Este formato se convertiría en una norma habitual a partir de entonces.

Una pancarta simbólica empezaba a emerger entre el público y resumía lo que muchos pensaban: «Raphael, el mundo entero a tus pies».