El matrimonio entre Natalia Figueroa y Raphael, que en sus inicios contaba con pocas expectativas por parte del público, ha demostrado ser una de las uniones más sólidas en el ámbito cultural y artístico español.
La historia comienza cuando Natalia Figueroa y Raphael se conocieron el 29 de junio de 1968 en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, durante una ceremonia organizada por la locutora Encarna Sánchez para premiar a destacados artistas del programa Esto es España de Radio Madrid.
En aquella gala, Raphael fue reconocido como el mejor cantante de música moderna; otros premiados incluyeron a Manolo Escobar, Juan & Junior, Karina, Rocío Dúrcal y Manuel Alejandro, entre otros. Natalia fue quien entregó el premio a Juan & Junior, quienes interpretaron su exitosa canción Anduriña. Por otro lado, Soledad recibió el galardón como artista revelación y tiempo después contrajo matrimonio con Paco Gordillo.
Raphael había regresado recientemente de México, donde ofreció multitudinarios conciertos y cantó el Ave María en un evento benéfico en la Basílica de Santa María de Guadalupe. Durante esa visita, conoció al sacerdote José Cenobio, quien le prometió oficiar su boda, sin importar dónde esta tuviera lugar, como agradecimiento por su contribución altruista.
Luego de la gala, los premiados y organizadores se reunieron en un almuerzo en el restaurante Riscal. Al finalizar la comida, Raphael se acercó donde estaba Natalia y dijo: «Bueno, ¿es que nadie nos va a presentar?». La sorpresa fue generalizada ya que muchos asumían que ambos se conocían. Fue el periodista Antonio D. Olano quien finalmente los presentó. Posteriormente, Natalia invitó a un pequeño grupo a su casa, entre los cuales estaban Los Payos, aún antes de su éxito María Isabel; Olano y Raphael. Aunque el encuentro fue breve, pues Raphael tenía compromisos en la sala Pavillón, marcó el inicio de una historia que aún no había despegado del todo.
Después de ese primer contacto, Raphael comenzó una extensa gira por España, Chile y Reino Unido. Fue en diciembre cuando un segundo encuentro se produjo: Natalia asistió al Palacio de la Música acompañada nuevamente por Olano para ver al cantante actuar en directo. Este evento resultó significativo para ambos; además, ese mismo día comenzó la transmisión del programa Nuevas gentes en Televisión Española, presentado por Natalia.
Todo son rumores
El último día de conciertos en el Palacio de la Música estuvo marcado por la euforia del público, cuya emoción desbordada generaba un ambiente tan ruidoso que Natalia confesó a Olano que apenas pudo escuchar al artista. Tras la actuación, visitaron el camerino donde Raphael los invitó a cenar en el restaurante Valentín y luego a ver un espectáculo de Lola Flores en el Fontoria.
Natalia decidió retirarse temprano y Raphael la acompañó hasta su coche. Antes de despedirse, acordaron continuar en contacto. Al día siguiente, el cantante no tardó en llamarla y ambos compartieron una velada en el restaurante Las Reses seguido de una visita al Corral de la Morería. Este inicio aparentemente casual fue el preludio de una relación que desafió las expectativas iniciales y pasó a convertirse en una de las historias más emblemáticas del mundo del espectáculo.
Tiempo después, el cantante comenzó el rodaje de su quinta película, El Ángel, y poco después emprendió una gira por América. Aunque entre ellos aún no había surgido nada romántico, Raphael empezó a enviarle a Natalia postales desde cada lugar al que lo llevaban sus conciertos. Era una costumbre que el artista tenía con su círculo íntimo de amigos: mensajes breves como «Un abrazo desde México», «Desde Bogotá, muchos besos» o «Recuerdos desde Nueva York».
Si hubiera que definir un momento clave en el que esa amistad evolucionó hacia algo más profundo, sería tras la crisis de agotamiento que sufrió Raphael a finales de 1970, luego de su exigente temporada de recitales en Las Vegas. Fue durante ese periodo que Natalia y él comenzaron a verse con más frecuencia.
El 10 de marzo de 1971 por la tarde, Raphael visitó el puesto que el marqués de Santo Floro tenía en El Rastrillo benéfico organizado por Nuevo Futuro. Natalia fue quien lo recibió allí, y los fotógrafos captaron las primeras imágenes de ambos juntos. La prensa no tardó en desatar un revuelo y comenzaron los rumores sobre un posible noviazgo.
Poco tiempo después, Natalia se mudó a Londres durante dos meses para tomar clases de inglés mientras Raphael emprendía su primera gira por la Unión Soviética. En esa época no existían relaciones diplomáticas entre España y la URSS, ni vuelos directos entre ambos países. Raphael y su equipo tuvieron que viajar primero a París, donde entregaron sus pasaportes y recogieron los permisos para ingresar en territorio soviético.
Natalia aprovechó para viajar hasta París y encontrarse con Raphael una última vez antes de que él se dirigiera a Moscú. Luego regresó a Londres para seguir con sus estudios. Esa «última vez» cobra especial relevancia debido a una «tormenta» mediática que casi da fin a la relación.
El 27 de abril de 1971, el diario Pueblo publicó a toda página un artículo firmado por César León con información completamente falsa que desató una oleada de especulaciones. Bajo el titular «¿Se casa Raphael con Natalia Figueroa?», el texto afirmaba categóricamente: «Se ha desvelado el secreto. Raphael contraerá matrimonio el 24 de mayo de 1971 en México, Distrito Federal, con la aristócrata española Natalia Figueroa […]. Raphael actúa en estos días en Leningrado. Natalia Figueroa está en Londres. No ha habido, pues, posibilidad de hablar con ninguna de las dos partes ‘contratantes’ o ‘contrayentes’. Un reducido grupo de íntimos conoce la noticia desde hace algún tiempo. El padrino será un hermano de Raphael. Hasta aquí los datos, sin posible desmentido oficial.»
La familia de Natalia recibió la noticia como un auténtico bombazo. Su relación con una figura tan popular como Raphael era motivo de preocupación. Agobiada por la presión mediática y familiar generada tras la publicación de esa falsa noticia, Natalia decidió poner punto final a la relación.
Pasaron algunos meses para que las aguas se calmaran en todos los aspectos. En ese tiempo, Raphael regresó de Rusia, pasó por Nueva York y finalmente volvió a Madrid. Poco después, el cantante escribió una carta que Alfredo Tocildo, amigo cercano, entregó personalmente a Natalia. Lo que quiera que haya escrito Raphael en esa carta tuvo el efecto deseado: retomaron su relación, lo cual no escapó al radar de la prensa.
Aunque el noviazgo seguía fortaleciéndose, los miembros de la familia de Natalia aún no lo aprobaban del todo. Fue entonces cuando, el 20 de marzo de 1972, Raphael decidió dar un paso definitivo y concertar una cita telefónica con el marqués de Santo Floro. Según relata el propio artista en su biografía, aquella larga e intensa conversación cambió el rumbo de todo. Raphael llegó como una persona non grata y terminó quedándose a comer. Tras ese encuentro, lo que antes era rechazo se transformó con el tiempo en una amistad cercana y un profundo afecto.
Como una película de espías
Gracias a aquel cambio inesperado en los acontecimientos, la pareja comenzó a planear su matrimonio. Desde ese momento hasta el día del enlace, todo lo relacionado con ellos parecía sacado de una película de espías.
El 24 de ese mismo mes, Raphael reanudó su gira. Él y Natalia comenzaron a considerar diferentes lugares para celebrar la ceremonia. Primero pensaron en la catedral de San Patricio en Nueva York, luego en una pequeña ermita en Mijas, Málaga, y más tarde en Lugano. Sin embargo, cada opción que barajaban acababa filtrándose a la prensa. Algunas personas con acceso a las conversaciones telefónicas entre ambos —en aquella época las llamadas en los hoteles pasaban necesariamente por la centralita— vendían la información a los medios. Evitar a los periodistas parecía una tarea imposible.
En mayo, Natalia y Raphael decidieron encontrarse en la casa del artista en Nueva York. Ella viajó desde Madrid y él desde México. Ambos acordaron que lo mejor sería que Raphael, al concluir su gira, hiciera un viaje discreto por algunos países europeos en busca del lugar perfecto para la boda.
Tras finalizar la gira y apenas dos meses antes de la fecha que habían elegido para la ceremonia, Raphael llamó a uno de sus grandes amigos, Michel Bonnet, director de EMI en Italia, quien vivía en Milán. Le pidió que localizara algunas iglesias en Venecia. El artista viajó poco después para examinar las opciones que su amigo había conseguido rápidamente, pero ninguna cumplía con los requisitos deseados. Incluso la catedral de San Marcos, que parecía ser la opción más prometedora, estaba cerrada al culto.
Venecia parecía descartada, pero mientras salía del hotel Danieli y se dirigía al aeropuerto en un motoscaffo, Raphael divisó una pequeña plaza con una iglesia: San Zacarías, un templo encantador repleto de obras de Tintoretto. En ese momento lo vio claro y regresó a Madrid para iniciar los preparativos necesarios. Su equipo estaba habituado a trabajar con rapidez, y pronto se reservaron dos hoteles: el Europa para los invitados de Raphael y el Danieli para los de Natalia. Además, se compraron los billetes de avión para todos y José Luis Ducasse, abogado del artista, se instaló en Venecia durante dos semanas para gestionar los trámites legales pertinentes.
Días después, Raphael y Natalia decidieron anunciar públicamente su boda mediante un comunicado acompañado por una fotografía juntos. Enviaron primero la información al periódico ABC —donde Natalia escribía— y posteriormente al resto de los medios. No revelaron ni la fecha ni el lugar exacto. Su objetivo no era mantener la boda en secreto, sino realizarla de manera discreta para evitar multitudes de curiosos y, en la medida de lo posible, a los periodistas.
Así se aproximaron los días previos al 14 de julio, fecha que finalmente quedó como definitiva para el enlace.
Raphael acudió a su oficina seguido por numerosos periodistas que llevaban días tras sus pasos, intuyendo que el momento de su boda estaba cerca. Como era habitual en él, entró al edificio por el portal principal y más tarde salió sin ser visto utilizando el garaje que conectaba con una calle secundaria, en otro coche conducido por su hermano Paco.
Tanto él como Natalia y sus padres lograron esquivar a los periodistas hasta llegar al aeropuerto de Barajas, donde embarcarían rumbo a París. Aunque antes de abordar fueron reconocidos por varios curiosos, habían alcanzado su primera meta: dejar atrás a los medios.
Esa noche, Raphael, Natalia y sus respectivos padres se hospedaron en el hotel Royal Monceau de París. Allí les esperaba Juana Biarnés, amiga cercana de la pareja y reconocida fotógrafa, quien había llegado el día anterior trayendo consigo el vestido de la novia. Por unos momentos el vestido se extravió, pero afortunadamente apareció poco después.
A los invitados se les comunicó que debían presentarse al día siguiente por la mañana en el aeropuerto sin saber aún el destino final. Tomás Chávarri, cuñado de Natalia, distribuyó los billetes al grupo de amigos de la novia indicando que harían escala en Roma, mientras Paco Gordillo y el hermano de Raphael entregaron los pasajes a los amigos del novio, quienes volarían primero a Milán. Ninguno de los grupos conocía el destino definitivo hasta llegar a esas ciudades. Sin embargo, algunos periodistas lograron descubrir qué agencia había vendido los billetes y ya conocían las horas y ciudades de escala. Solo les faltaba seguirles hasta el destino final.
Así llegaron todos a Venecia: los invitados acompañados por una veintena de periodistas españoles que habían logrado seguir el rastro.
Ante la expectación generada, Raphael y Natalia decidieron alquilar una góndola y realizar un breve recorrido por los canales venecianos. Con este gesto, permitieron que los reporteros tomaran las fotografías necesarias sin incitar persecuciones ni sobresaltos.
La noche del 13 de julio tuvo lugar una cena en la taberna de La Fenice, ubicada frente al emblemático teatro de la ciudad. El evento fue escenario no solo de celebraciones, sino también del primer encuentro entre los padres de Raphael y Natalia.
Al día siguiente, en una tarde cargada de emoción, llegó el momento esperado. Rodeados por testigos atentos, un reducido grupo de amigos, algunos turistas curiosos y un pequeño contingente de fotógrafos, comenzó la ceremonia. Todo transcurrió en orden, sin gritos ni tumultos, en un ambiente de relativa tranquilidad. El padre Cenobio, quien tiempo atrás había prometido a Raphael en la Basílica de Guadalupe que viajaría a cualquier rincón del mundo para oficializar su matrimonio, levantó los brazos desde el altar de San Zacarías y formuló la clásica pregunta. Ante él, los novios afirmaron su compromiso con un rotundo «Sí, quiero».
Finalmente, tras meses de especulaciones, desmentidos, tensiones familiares y reconciliaciones, secretos y confirmaciones, Raphael y Natalia consolidaron su unión.