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Entre 1973 y 1976, años fundamentales en los que Raphael celebraba el decimoquinto aniversario de su carrera artística, las giras del cantante continuaron expandiéndose por lugares inéditos del planeta. Eran rincones donde su música ya había llegado a través de los discos, pero cuyos escenarios aguardaban con entusiasmo el momento de recibirlo en persona.

Raphael había cumplido treinta años, recién se había convertido en padre por primera vez y llevaba apenas un año casado. Aunque joven, el vertiginoso ritmo de trabajo que había mantenido desde el inicio de su carrera provocaba que, para muchos en los medios de comunicación, ya fuera considerado un veterano. Las crónicas de la época, al destacar sus éxitos ininterrumpidos, comenzaban a usar titulares que decían «Raphael sigue siendo…», como si quisieran reafirmar su relevancia ante quienes se atrevían a cuestionarla. Algunos audaces incluso se aventuraban con interrogantes como «¿El ocaso de Raphael?», preguntas que hoy, décadas después, parecen cuanto menos irónicas. Parecía haber cierto empeño por parte de algunos en «jubilar» a un artista que, según ellos, ya había alcanzado su cénit.

Estas dudas, sin embargo, no eran nuevas. Críticos acostumbrados a ciclos más cortos en la trayectoria de la mayoría de los artistas se planteaban si Raphael tenía algo más que aportar o si estaba al borde del declive. Este tipo de cuestionamientos reaparecían cada lustro, alimentados quizás por la magnitud de su éxito.

La realidad objetiva contradecía estas especulaciones. No había indicio alguno de agotamiento en su lista de triunfos, conciertos o nuevos contratos internacionales. En aquellos años, otros artistas como Julio Iglesias y Camilo Sesto comenzaban a ganar reconocimiento mundial, siguiendo la senda trazada por Raphael. De hecho, es ampliamente reconocido que él fue quien abrió las puertas del mercado extranjero para sus compatriotas, pero lejos de mostrar signos de desgaste, Raphael seguía consolidándose con una fuerza admirable. Por eso resultaba sorprendente leer en algunas crónicas de hace cuatro décadas predicciones sobre un supuesto declive inminente.

Sin importar los comentarios ajenos, Raphael continuó fiel a lo que siempre había sido desde que su nombre adquirió esa icónica «p» y «h»: un viajero incansable. No dejó de recorrer escenarios y países, adoptando como lema personal una de las frases de El viajero, canción compuesta en 1973: «yo quiero ser el viajero de mil caminos sin rumbo, que pateando senderos llegó a salirse del mundo».

Un viajero incansable

Para 1973, el artista ya había dejado su huella en gran parte del mundo. Actuó en España y países como Francia, Gran Bretaña, Alemania, Sudamérica, Estados Unidos, Sudáfrica, Turquía, Hungría, Líbano y Portugal, llegando incluso a ciudades tan remotas como Tashkent en la Unión Soviética, cerca de la frontera china. Pero todavía tenía nuevos horizontes por conquistar.

Fiel a una filosofía que encapsularía décadas después en una autobiografía titulada Y mañana, ¿qué?, Raphael mantuvo siempre su mirada hacia adelante. Era un convencido de que «lo bonito de esta profesión es que jamás se llega. Día tras día tienes que volver a empezar», palabras extraídas de una entrevista concedida en esos años. Este pensamiento era el motor de todo lo que hizo entre 1973 y 1976, y también lo sería en las etapas posteriores. En otra estrofa de El viajero se escucha: «No se paraba más tiempo que para hacer un amigo, y para envidia del viento seguía estrenando caminos…». Esa frase no solo describía sus intenciones sino también su gran logro: mantenerse como eterno viajero de escenarios y vidas.

Durante el verano de 1973, Raphael tenía por delante una extenuante gira por España. Eran tantos los conciertos, que el artista declaró públicamente que iba a tener que alquilar un avión para poder cumplir con todos sus compromisos. Y El Cordobés, gran amigo suyo, le prestó su avioneta para que pudiera hacerlo.

En septiembre se estrenó Volveré a nacer, última película de Raphael hasta la fecha, y primera para mayores de dieciocho años…

Y llegó uno de esos pasos adelante tan sorprendentes en un «veterano»: la primera gira por Japón.

Aunque su música ya era conocida y muchos de sus discos habían sido editados en el país del sol naciente por Nippon Columbia, hasta entonces no se había presentado en directo ante el público japonés. Pero había llegado el momento y, vía Amsterdam, Raphael aterrizó en octubre en el aeropuerto internacional de Narita, de Tokio. Al llegar, se encontró con una grata sorpresa: entre los numerosos admiradores que le esperaban en la terminal de llegadas para conseguir autógrafos se encontraba, ya perfectamente constituido, su primer club de fans japonés. Las chicas iban uniformadas, como en España y otros países del mundo, con falda negra y camisa roja, aunque, eso sí, al más puro estilo oriental.

Raphael había sido contratado por el potentísimo Kyodo Group, la más importante agencia japonesa del espectáculo, que había llevado al país a artistas como Bob Dylan, The Beach Boys, Cliff Richard, Eddie Fisher, B.B. King, The Eagles, Neil Young, Ray Charles o Abba, entre muchos otros.

Japón, especialmente en esos años, era un país con unos adelantos tecnológicos que estaban a años luz de los de España. Raphael aún recuerda cómo en el llamado «tren bala», que une Tokio y Osaka, en medio de la nada, una voz por la megafonía del vagón rogaba al señor Rafael Martos que se acercara al teléfono pues tenía una llamada de Francisco Bermúdez desde Madrid. Algo que, en 1973, parecía casi futurista…

Esa primera visita al país incluyó cuatro conciertos en el Yubin Chokin Hall de Tokio, y otros en el Festival Hall de Osaka. El éxito fue apoteósico y, como había sucedido en México, Gran Bretaña o la Unión Soviética, el artista se marchó del país prácticamente con el siguiente contrato ya firmado. De hecho, las dos siguientes giras japonesas fueron muy seguidas, en 1974 y 1976.

La prensa española, especialmente las revistas «del corazón», «, como Lecturas, Semana o Diez Minutos, dedicaron amplios reportajes a la primera actuación del artista en Japón y bajo títulos como «Gran éxito del cantante en su gira por el Lejano Oriente», o «Raphael, invitado de honor de las geishas», daban cuenta de los éxitos de sus conciertos. También dedicaban sus páginas, con profusión de fotografías, a anécdotas curiosas, como la visita de Raphael a una tradicional casa de t é en Kyoto, sus paseos por los lugares más emblemáticos o firmas de autógrafos a un numeroso grupo de colegialas que le había reconocido. «Decir que Raphael ha vuelto a triunfar ya no es noticia» «, afirmaba una de las publicaciones.

El artista regresó a Madrid para iniciar las retransmisiones de El Raphael Show de la cadena SER, el «espectáculo radiofónico» que él mismo presentaba y en el que tuvo como invitados a muchos de sus más importantes compañeros de profesión, españoles y extranjeros. Durante los meses que duró la emisión, Raphael simultaneó sus programas de los lunes con sus habituales conciertos, incluso en otros países, viajando de martes a domingo.

Durante el verano de 1973, Raphael enfrentaba una agotadora gira por España. Con tantos conciertos programados, el cantante declaró públicamente que necesitaría alquilar un avión para cumplir con todos sus compromisos. Fue entonces que El Cordobés, amigo cercano, le cedió su avioneta para facilitarle el desplazamiento.

En septiembre se estrenó Volveré a nacer, la última película de Raphael hasta ahora, y también la primera dirigida exclusivamente a mayores de dieciocho años. Poco después, el artista dio un paso sorprendente en su carrera: la primera gira por Japón.

Aunque su música ya era reconocida en el país asiático y Nippon Columbia había editado varios de sus discos, Raphael nunca se había presentado en directo ante el público japonés. Pero llegó la oportunidad y, tras hacer escala en Ámsterdam, aterrizó en octubre en el aeropuerto internacional de Narita, en Tokio. Allí lo aguardaba una sorpresa muy especial: su primer club de fans japonés ya estaba formado y presente para recibirlo. Las admiradoras, vestidas con uniformes similares a los que usaban sus seguidoras en España, llevaban falda negra y camisa roja, aunque con toques propios del estilo oriental.

Raphael fue contratado por el prestigioso Kyodo Group, la principal agencia de espectáculos de Japón, responsable de traer al país a figuras internacionales como Bob Dylan, The Beach Boys, Cliff Richard, B.B. King, The Eagles, Neil Young, Ray Charles o Abba, entre otros.

En aquellos años, Japón era un líder indiscutible en tecnología, dejando a España muy atrás en ese aspecto. Un recuerdo que el artista conserva vivamente es su experiencia en el famoso «tren bala», que conecta Tokio y Osaka. En pleno trayecto por un área remota, una voz por megafonía del vagón solicitó al señor Rafael Martos acercarse al teléfono para atender una llamada desde Madrid; algo que parecía casi ciencia ficción en 1973.

La primera visita incluyó cuatro conciertos en el Yubin Chokin Hall de Tokio y otros más en el Festival Hall de Osaka. El éxito fue rotundo y, como ocurrió anteriormente en países como México, Gran Bretaña o la Unión Soviética, Raphael abandonó Japón dejando prácticamente asegurada su próxima gira. De hecho, volvió al país en 1974 y luego en 1976 para nuevas actuaciones.

La prensa española, especialmente las revistas dedicadas al entretenimiento como Lecturas, Semana o Diez Minutos, brindó amplios reportajes sobre esta gira histórica. Bajo titulares como «Gran éxito del cantante en su gira por el Lejano Oriente» o «Raphael, invitado de honor de las geishas», se destacó la acogida del público japonés y los triunfos del artista. Además, documentaron anécdotas curiosas con numerosas fotografías: desde la visita de Raphael a una tradicional casa de té en Kioto hasta sus paseos por lugares emblemáticos y las firmas de autógrafos a un grupo de colegialas que lo reconoció. Uno de los artículos incluso afirmaba: «Decir que Raphael ha vuelto a triunfar ya no es noticia».

El cantante regresó a Madrid para iniciar las retransmisiones de El Raphael Show en la cadena SER. Él mismo dirigía este espectáculo radiofónico y contaba con invitados destacados del ámbito musical nacional e internacional. Durante los meses que duró el programa, logró compaginar los episodios semanales con sus habituales conciertos, incluso viajando al extranjero de martes a domingo.

En diciembre, acompañado por su esposa y su hijo, emprendió vuelo hacia su residencia en Nueva York. Sin embargo, este viaje no fue solo para disfrutar las fiestas navideñas. Raphael también participó en un programa especial de la NBC —a comienzos del año había actuado en otro de la misma cadena, llamado De costa a costa, donde compartió escenario con artistas como Paul Anka— y realizó conciertos en Los Ángeles antes de regresar brevemente a Madrid para el especial televisivo de fin de año. De ahí partió nuevamente hacia Estados Unidos para ofrecer presentaciones en ciudades como Miami, Puerto Rico, Washington, Dallas, Houston, Chicago y el legendario Carnegie Hall de Nueva York. Este emblemático teatro le abrió sus puertas por primera vez en 1974 y desde entonces ha sido escenario recurrente para el artista a lo largo de los años.

En el Carnegie Hall coincidió con Montserrat Caballé en la programación. Aunque no llegaron a encontrarse personalmente, quizá fue entonces cuando surgió la idea de invitarla como estrella especial, meses después, al programa de variedades El mundo de Raphael, que él mismo presentaba en Televisión Española.

La agenda del cantante continuó con una intensa gira de conciertos por casi toda América. Entre los eventos más destacados se encuentran sus presentaciones en el estadio Luna Park de Buenos Aires, una serie de espectáculos multitudinarios retransmitidos por televisión y considerados algunos de los momentos más significativos de su trayectoria. Posteriormente dio inicio a una histórica temporada en el Palacio de la Música de Madrid, donde presentó un espectáculo de gran producción con orquesta, coros, bailarines y en el que la segunda parte estuvo dedicada a estrenar los números más emblemáticos de la ópera-rock Jesucristo Superstar. Este estreno adelantó la llegada del musical completo a España a finales de 1975, protagonizado por Camilo Sesto. Durante estos conciertos se grabó gran parte del documental Rafael en Raphael, dirigido por Antonio Isasi, que también capturó imágenes en Nueva York, Tokio y Moscú, además de entrevistas con personalidades como El Cordobés, Manuel Alejandro, Massiel, José María Pemán o Mario Camus, quienes compartieron sus opiniones sobre el artista.

El 24 de septiembre de 1974, Raphael volvió a Japón para ofrecer seis conciertos hasta el 3 de octubre. Luego pasó por Ecuador antes de viajar a la Unión Soviética para realizar su tercera gira en ese país con un total de veintiséis conciertos.

A finales de ese año regresó a varias ciudades de Estados Unidos y sorprendió nuevamente al cantar por primera vez en el Uris Theater de Broadway —hoy conocido como Gershwin Theater—, con casi dos mil localidades, siendo el mayor recinto del legendario epicentro del musical neoyorquino. El teatro, construido pocos años antes, alternaba musicales con conciertos de grandes estrellas internacionales como Frank Sinatra, Sammy Davis Jr., Andy Williams, Ella Fitzgerald, Count Basie, Margot Fonteyn y Rudolph Nureyev, Paul Anka o Bing Crosby. Raphael fue el único cantante hispano que actuó allí durante esos años.

Cantar en los cinco continentes

En este período aún faltaba por materializar uno de los momentos más brillantes de su carrera. Siguiendo la división tradicional del mundo —América, Europa, África, Asia y Oceanía—, Raphael alcanzó otro hito personal a finales de 1975: cantar en los cinco continentes. Con su gira por Australia en noviembre de ese año logró algo reservado a muy pocos artistas: presentarse en escenarios alrededor del mundo.

Los carteles que llenaron las calles de siete importantes ciudades australianas anunciaban con entusiasmo: «First time in Australia. Spanish Superstar Raphael. Live in concert». La gira, compuesta por once conciertos, arrancó en uno de los templos sagrados de la música mundial: la Opera House de Sídney, donde actuó los días 12 y 19. Además, cantó el día 15 en el Hordern Pavillion también en Sídney; los días 14 y 16 en el Town Hall de Wollongong; el día 17 en el Civic Center de Newcastle; y cerró con presentaciones el 21 en el Festival Hall de Brisbane, el 24 en el Concert Hall de Perth, el 25 en Her Majesty’s Theater de Adelaida y los días 26 y 27 en el Festival Hall de Melbourne.

Este logro marcó un capítulo destacado en la carrera artística de Raphael. Uno de los más relevantes.

En 1976 comenzaron las celebraciones por su XV aniversario o, más bien, continuaron las giras tras quince años ininterrumpidos sobre los escenarios. Además de recorrer España y América, Raphael regresó al Reino Unido después de varios años para ofrecer una exitosa semana de conciertos en el reconocido London Palladium. Antes de sus actuaciones, habían pasado por este prestigioso escenario Shirley MacLaine y Eddie Fisher —ya separado de Elizabeth Taylor— quien recibió a Raphael en su camerino para conversar y simbolizar un «cambio de testigo» entre artistas. Un gesto inusual entre músicos acostumbrados a llevar vidas agitadas con giras constantes.

Luego llegaría la tercera gira de Raphael por Japón, una travesía que se convirtió en la más extensa hasta entonces, con quince conciertos. Muchas de estas presentaciones tuvieron lugar en el Teatro Hall de Tokio. Además de actuar y aparecer en diversos programas de televisión, Raphael grabó su éxito Amor mío en japonés, especialmente para la edición local de su álbum. Esta fue la primera vez que incursionó en la grabación en ese idioma.

Tras concluir su etapa en Japón, el artista puso rumbo a Filipinas, donde ofreció dos conciertos en Manila: el primero el 18 de abril en el Cultural Center of the Philippines, y el segundo el 19 en el Folk Arts Theater.

Posteriormente, viajó directamente a Caracas después de un agotador trayecto de treinta horas y más de 17,000 kilómetros. Apenas unas horas tras pisar suelo venezolano, se presentó en concierto. Luego continuó hacia Colombia, donde cautivó a treinta mil personas en la Media Torta de Bogotá, antes de iniciar su gira nacional. Y después…

Raphael seguía siendo el artista incansable que desafiaba cualquier noción de ocaso profesional. En los inicios de su carrera, había proclamado en entrevistas que cantaría hasta los cincuenta años. Tiempo después, en declaraciones al Diario de León en 1973, extendió ese límite diciendo: «Voy a estar en esto hasta los sesenta».

Hoy, con ambos números superados, uno se pregunta cuánto tiempo más seguirá siendo Raphael esa figura tan brillante e incombustible.