El ingreso de Rafael Martos en el colegio-escolanía de San Antonio marcó, entre otras cosas, el inicio de su formación musical a manos del padre Esteban de Cegoñal. Este religioso fue la primera persona en dedicar tiempo y esfuerzo a moldear la voz del joven Rafael, una capacidad vocal que ya entonces dejaba a todos asombrados.
La familia Martos Sánchez había llegado a Madrid en 1944, apenas cuatro años antes, instalándose en un apartamento ubicado en la esquina de las calles Carolinas y Bravo Murillo, en el barrio de Cuatro Caminos. Justo frente a su nueva residencia y coincidiendo con su mudanza a la capital, daban inicio las obras de la iglesia de San Antonio.
La creación del templo fue impulsada por María del Carmen Fernández de Córdoba, condesa de Gavia. Mujer devota y poseedora de un considerable poder económico, estaba convencida de la necesidad de construir más iglesias en las zonas humildes de los suburbios madrileños para atender el crecimiento demográfico. Decidió financiar personalmente la construcción de la iglesia, que sería consagrada en 1947. Además, desde el principio expresó su intención de construir un colegio junto al templo, así como la creación de un coro destacable. En consonancia con estos objetivos, tras la inauguración de la iglesia, se contrató al padre Esteban de Cegoñal, un franciscano capuchino con gran experiencia musical y habilidad como organista, para dirigir el colegio y formar el coro de niños.
El 8 de enero de 1948 se dio anuncio oficial al proyecto mediante la convocatoria pública para formar la escolanía. Se distribuyeron octavillas por todo el barrio informando a las familias sobre los detalles del plan. Los requisitos para formar parte del coro incluían tener entre ocho y doce años, estar empadronado en Cuatro Caminos, preferentemente provenir de familias con recursos limitados y poseer habilidades naturales para el canto.
La convocatoria fue un éxito rotundo, según un informe publicado por el colegio. Más de cuatrocientas solicitudes fueron recibidas, aunque solo cincuenta niños pudieron ser aceptados en la primera promoción. Entre ellos estaba Juan, hermano mayor de Rafael. Al ver las habilidades musicales y artísticas de su hermano menor, al que apodaban «Falín», Juan decidió mencionarlo al padre Esteban como posible candidato. Fascinado por la descripción de su energía y talento, el fraile pidió conocerlo. Poco tiempo después, Juan llevó a Rafael a la iglesia donde tuvo lugar lo que sería su primer casting. Ante la pregunta «¿Sabes cantar?», Rafael interpretó sin titubeos La Tani, una canción popular de ese momento. El padre le preguntó luego: «¿También sabes bailar?». Sin vacilar, Rafael comenzó a bailar sin parar.
Para el padre Esteban no había dudas: había encontrado la pieza clave para elevar su proyecto. Con Rafael como solista y con su evidente desparpajo para las presentaciones escénicas, tenía tanto una voz prometedora para el coro como un joven «artista» capaz de participar en obras musicales y zarzuelas complementarias a las actividades religiosas.
Aunque Rafael tenía solo cuatro años, lejos de cumplir con el requisito mínimo de edad establecido entre ocho y doce años, fue admitido sin problema alguno en la primera promoción de la escolanía como su solista principal.
Los primeros pasos
Una vez seleccionados los integrantes del coro y con el proyecto convirtiéndose en realidad, se habilitaron dos amplios salones anexos a la iglesia. Nuevamente bajo el patrocinio de la condesa de Gavia, se adquirió todo el mobiliario y los materiales necesarios para empezar tanto las clases como los ensayos dirigidos por el padre Esteban.
El 30 de enero se inauguró oficialmente el colegio-escolanía de San Antonio de Cuatro Caminos. Ese día, aunque ya cantaba tanto en casa como en la calle, Rafael Martos comenzó oficialmente a desarrollar su voz y su pasión por el canto.
En su autobiografía, el propio Raphael recuerda cómo ni él ni el padre Esteban, quien lideraba el proyecto, podían imaginar hasta qué punto la música se convertiría en el eje central de su vida y su carrera. «Ni el padre Esteban ni el niño simpático y travieso que era yo imaginábamos que mi vida estaría destinada completamente a la música», detalla Raphael.
No tardaría mucho tiempo en demostrarse la habilidad especial del padre Esteban de Cegoñal para llevar adelante esta iniciativa. Apenas tres meses después de haber iniciado los ensayos con cincuenta niños sin experiencia previa, el coro infantil realizó su primera presentación pública el 1 de mayo, durante una misa vespertina en la iglesia del colegio. Según cuentan testigos, los fieles quedaron maravillados con la interpretación: «Ese día, primero de mayo, reinó un silencio inesperado mientras los niños avanzaban lentamente hacia el presbiterio, donde se colocaron en un semicírculo alrededor del sacerdote. Al escuchar las primeras notas del órgano y el inicio del canto, las bóvedas de la iglesia se llenaron con melodías tan perfectas que parecían provenientes de los mismos ángeles. Era un auténtico milagro que, tras apenas tres meses de preparación, aquellos pequeños sin formación musical lograran alcanzar tal nivel».
La noticia del talento de la escolanía comenzó a propagarse por todo el barrio y más feligreses acudían a las misas con el único objetivo de disfrutar del mágico coro. El éxito fue tal que, con Rafael como solista principal, la escolanía empezó a participar en varias celebraciones religiosas cada semana, especialmente en la misa sabatina y la del mediodía los domingos, ambas con gran afluencia. Podría decirse que esos fueron los primeros «llenazos» de lo que años más tarde sería una gran carrera para Rafael, quien aún estaba lejos de convertirse en la figura musical que conocemos hoy.
La escolanía no solo creció en popularidad dentro del barrio, sino que su fama comenzó a extenderse por toda la capital. Así, se cumplía uno de los principales deseos de la condesa de Gavia, benefactora del proyecto: las misas ganaron mayor significado gracias al coro y lograron atraer a más fieles. En algunas celebraciones, los niños cerraban la liturgia interpretando el himno del templo:
San Antonio de Cuatro Caminos,
de la Iglesia doctor bondadoso,
por amor a ese niño precioso
danos pan y tesoros divinos.
En septiembre comenzaron las clases regulares en el colegio y Rafael inició su vida académica formal. Aunque esta etapa trajo consigo nuevos retos y dificultades debido a sus constantes problemas de disciplina, también marcó el inicio de su educación escolar.
Mientras que su desempeño como escolano era impecable —cumplía sus deberes religiosos como monaguillo con dedicación y asumía su rol de solista del coro con una entrega total— su comportamiento como estudiante era diametralmente opuesto. Fuera del ámbito religioso, Rafael parecía transformar su carácter: era inquieto, generaba desórdenes en clase y no mostraba interés en los estudios. Este comportamiento lo llevó a ser expulsado del colegio en al menos tres ocasiones por los directores académicos.
Sin embargo, el talentoso pero travieso Rafael tenía un lugar especial dentro de los planes del padre Esteban. Para el sacerdote, poco importaba si se trataba de un ángel en el coro o un pequeño demonio en el aula; su voz era indispensable para las actividades musicales y teatrales del colegio. Por eso, siempre luchó para que Rafael fuese readmitido una y otra vez. En aquellos años ya era evidente que Rafael estaba desarrollando de manera consciente su voz y habilidades artísticas como herramientas esenciales para construir lo que sería su vida futura.
El 14 de diciembre de 1948 tuvo lugar la celebración del primer aniversario de la consagración del templo. Durante esta ocasión, la escolanía presentó su nueva bandera, que lucía la cruz de San Antonio adornada con azucenas y una lira sobre un fondo blanco. En el reverso, se podía ver la imagen de San Antonio pintada al óleo por el señor Mena, profesor del colegio-escolanía. Desde entonces, este estandarte se convirtió en un símbolo indispensable en todas las ceremonias y procesiones del coro. El encargado de portar la bandera solía ser uno de los niños más fuertes y mayores. Rafael, el miembro más pequeño del grupo, aún no tenía la fuerza necesaria para llevarla.
El 31 de mayo de 1949 falleció la condesa de Gavia, quien había sido la gran benefactora del centro educativo. Su entierro tuvo lugar en el presbiterio de la iglesia. Para toda la comunidad religiosa y estudiantil del colegio, aquel día fue profundamente significativo. Durante el funeral solemne, la escolanía acompañó el féretro desde la entrada al templo y se ubicó a ambos lados del sacerdote durante la misa. Raphael, aunque tenía seis años en ese entonces, no guarda recuerdos de este acontecimiento tan relevante.
El tiempo siguió transcurriendo lentamente, como suele ser en la vida de cualquier niño. Las jornadas escolares se sucedían entre cánticos, celebraciones religiosas y diversas dinámicas del colegio, incluidas expulsiones y readmisiones. Mientras tanto, el padre Esteban se esforzaba por corregir exitosamente el problema de rotacismo de Rafael, quien tenía dificultad para pronunciar correctamente la «erre». Según relata el propio artista en sus memorias, el fraile lo hacía repetir una y otra vez la frase: «Soy el zorro, como butifarras, porras y churros hasta reventar». Aunque fuera un ejercicio tedioso, logró finalmente su propósito. Pensar en lo que podría haber sucedido si Rafael no hubiera superado este obstáculo es curioso, especialmente considerando que ser cantante requiere una claridad impecable en la pronunciación.
Con el paso del tiempo, la escolanía adquirió una creciente popularidad en toda la capital. Un momento decisivo fue su actuación en Radio Madrid durante la festividad del Día de Reyes. Gracias al locutor Eduardo Ruiz de Velasco, quien conocía al padre Esteban, la emisora instaló un estudio improvisado en el Colegio de Sordomudos en la calle Alcalá para retransmitir la cabalgata. Durante este evento, los niños del coro estrenaron un villancico titulado ¿Qué tienen tus ojos?, compuesto por el padre Daniel de Meire. La interpretación fue muy bien recibida tanto por los presentes como por los oyentes que sintonizaron el programa.
El acto que tuvo mayor impacto para la escolanía fue su participación en la primera comunión de Casilda, hija de los duques de Medinaceli, el 26 de junio de 1949. Fueron transportados en autobús a la basílica de la Milagrosa para la ceremonia, donde ofrecieron una selección destacada de su repertorio. Tras finalizar la Eucaristía, los niños fueron invitados a un almuerzo en los jardines del palacio de los duques. En una fotografía tomada allí, se puede observar a la duquesa de Medinaceli sosteniendo al pequeño Rafael en brazos. Por su corta edad, además de ser solista, Rafael era considerado casi como la «mascota» del grupo.
La actuación durante esa primera comunión otorgó gran notoriedad a la escolanía. Desde ese momento, comenzaron a recibir numerosas invitaciones para cantar en celebraciones religiosas como bodas, bautizos y primeras comuniones.
En 1952, el padre Esteban fue trasladado a la iglesia de Jesús de Medinaceli. Allí se le asignó una misión similar: formar un coro infantil. Aunque nuevamente puso todo su empeño y experiencia en esta tarea, algo faltaba… aquel pequeño solista cuya voz se había destacado con tanta claridad entre los demás, el mismo niño que él había descubierto cuatro años atrás.
Las iglesias de San Antonio y Jesús de Medinaceli alcanzaron un acuerdo para colaborar de manera especial. Según este pacto, la primera «prestaba» a Rafael, y en ocasiones a un grupo más numeroso de niños, a la segunda siempre que el padre Esteban lo considerara necesario. Además, el franciscano consiguió que se cubriera el coste del transporte en metro para Rafael y su hermano Juan, quien, siendo unos años mayor, lo acompañaba para evitar que hiciera el trayecto solo. En esa época ya existía una línea directa entre Cuatro Caminos y Atocha, desde donde Rafael debía caminar unos diez minutos hasta Medinaceli.
Con esta nueva escolanía, Rafael participó en diversos eventos, incluido su presencia en la emblemática procesión del Viernes Santo, uno de los actos más populares de la Semana Santa madrileña.
Ese mismo año, bajo la dirección del recién incorporado padre León de Magaz, Rafael y sus compañeros de la escolanía de San Antonio emprendieron viajes con el fin de competir en festivales a lo largo de España, con paradas destacadas en ciudades como Vigo y Zaragoza. Estos eventos no solo les brindaron éxito de público y crítica, sino que también prepararon el terreno para un hito notable en la infancia musical de Rafael: su participación en un festival internacional celebrado en Salzburgo, Austria. Allí, por primera vez en el extranjero, Rafael obtuvo el reconocimiento como la mejor voz infantil de Europa, mientras que la escolanía logró el tercer puesto general.
El premio representaba un logro monumental para un grupo de niños del humilde barrio madrileño de Cuatro Caminos. Sin embargo, al regresar a Madrid, la euforia inicial de Rafael dio paso a un desánimo marcado. Por un lado, la iglesia de Jesús de Medinaceli dejó de brindar apoyo económico para el transporte; por otro, la escolanía de San Antonio ya no era la misma sin el liderazgo del padre Esteban. Además, en el colegio seguía enfrentándose a grandes dificultades académicas.
Ante este panorama y con apenas nueve o diez años, Rafael decidió abandonar el colegio de San Antonio, la escolanía y su actividad como cantante. Para garantizar que continuara con sus estudios, su madre lo inscribió en una academia ubicada en la glorieta de Cuatro Caminos.
Con una creciente pasión por el cine y el teatro como espectador y una economía familiar cada vez más precarizada, Rafael estaba a punto de iniciar una nueva etapa en su vida.