A lo largo de la carrera de Raphael, han existido momentos clave fundamentales para entender su éxito. Sin embargo, es difícil determinar cuál de ellos sobresale por encima de los demás, ya que todos son consecuencia directa de los pasos previos. No obstante, el concierto en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, en 1965, marcó un verdadero punto de inflexión en la vida profesional del artista.
A mediados de los años sesenta, Raphael ya era un cantante reconocido. Para entender mejor su situación en aquel momento, es necesario retroceder un poco. Había regresado de París tras grabar un EP para Eddie Barclay y se embarcó en una extensa gira por España como artista y empresario. Esta gira, que llevaba los nombres Festival en color y Noches de ronda, fue una experiencia importante pero a la vez desafiante. De hecho, debido al desigual resultado económico, Raphael llegó a denominarla «la tournée del hambre».
En paralelo, había firmado un contrato exclusivo con Francisco Bermúdez y cosechado grandes éxitos actuando en locales de renombre como La Parrilla del Rex y Florida Park durante el verano de 1965. Además, su contrato con Barclay había pasado a manos de Hispavox, donde sus primeros éxitos, como Los hombres lloran también y Ma vie, empezaban a resonar con fuerza en las emisoras de radio. Raphael se convertía así en una figura popular no solo en España sino también en diversos países europeos e hispanoamericanos. Aunque ya era conocido y exitoso, el verdadero boom estaba todavía por llegar.
Con Hispavox logró finalmente un impacto notable en el ámbito discográfico y firmó un acuerdo para protagonizar su primera película -sin contar Las gemelas-. Aunque sus presentaciones en vivo seguían ganando terreno y su estilo comenzaba a arraigar entre un público cada vez más amplio, para él eso no era suficiente. A pesar de contar con el respaldo de Francisco Bermúdez, el principal representante del mundo del espectáculo en España por aquel entonces, Raphael soñaba con alcanzar metas aún mayores.
Su ambición trascendía las costumbres habituales de la época. Ya casi había conseguido que los espectadores dejaran de bailar mientras él cantaba, algo que era común en España durante esos años. En los salones de fiesta, escenarios usuales para los artistas, lo estándar era que la gente no permaneciera sentada. Raphael deseaba cambiar ese paradigma. Su modelo eran figuras internacionales como Edith Piaf en Francia o Mina en Italia, quienes ofrecían recitales en los que los espectadores permanecían sentados durante dos horas escuchando la interpretación. Este concepto era completamente nuevo dentro del ámbito de la música ligera o moderna en España, ya que hasta ese momento estaba reservado exclusivamente para los cantantes líricos. Por eso, cuando Raphael manifestó a su círculo más cercano su intención de dar un recital en solitario en un teatro importante de Madrid, muchos lo tomaron por loco.
Un recital en un teatro
Raphael recuerda en sus memorias cómo, unos meses antes, actuando en una sala de fiestas de Zaragoza, al comenzar su presentación el público se levantó y empezó a bailar. En ese momento detuvo a la orquesta y dijo: «He venido aquí a cantar para que ustedes me escuchen. Por favor, siéntense. ¿Se pueden sentar?». La audiencia obedeció y pasó el resto del concierto disfrutando desde sus asientos mientras lo aplaudían. Eso mismo quería repetir en Madrid, pero esta vez en un teatro emblemático.
En poco tiempo, la noticia se propagó y la prensa comenzó a hacerse eco de lo que se consideraba en ese entonces una audaz iniciativa: un «cantante moderno» dispuesto a actuar en un teatro de prestigio. Mientras algunos periodistas lo escribían con cierto sarcasmo, la mayoría aguardaba con expectativa ante el inusual evento.
En una entrevista publicada en Diez Minutos, bajo el título «Raphael dará un recital de dos horas de duración. Es la primera vez que un cantante moderno español se atreve con ‘los toros'», se destacaba que era un joven triunfador -Raphael como seudónimo- quien, por primera vez en la historia de su género, ofrecería al público de Madrid un auténtico recital. Aunque aún no había fecha confirmada, el intérprete aseguraba a la revista: «Todo ha sido muy meditado. Actuaré con una orquesta de veintiocho músicos, un conjunto ye-yé, una pequeña orquesta de jazz y dos guitarras españolas. Interpretaré temas de mi repertorio habitual y también algunos nuevos. Confío en que todo salga bien».
Esa confianza era algo exclusivamente suyo, pues ni Bermúdez ni Hispavox veían clara la idea. De hecho, estaban lejos de considerarla positiva. La situación iba bien; Raphael tenía múltiples actuaciones firmadas en diversos países, los discos se vendían… Entonces, ¿por qué arriesgar? Pero como ya quedó demostrado a lo largo de su carrera, el artista siempre buscó superar desafíos arriesgándolo todo a una carta. Esa mentalidad de «¿para qué arriesgar?» nunca formó parte de su enfoque profesional.
Muchos pensaban que la idea del cantante no llegaría a concretarse; que por mucho entusiasmo que él pusiera en el proyecto, nunca pasaría del terreno de lo hipotético. En repetidas entrevistas, se planteaba siempre la misma pregunta: «¿Ya tienes fecha? ¿Ya tienes teatro?». Raphael mantenía la misma respuesta: aún no, pero pronto se confirmaría. Sería hacia finales de año en un teatro importante. A menudo ocurre que los deseos de un artista, las giras planificadas o las negociaciones para cerrar contratos se quedan únicamente en palabras plasmadas en las entrevistas, sin materializarse. Pero si había algo que caracterizaba a Raphael, sobre todo en sus comienzos, era su tenacidad.
Hoy puede resultar difícil comprender la relevancia que tenía entonces el hecho de que un cantante no lírico ofreciera un concierto en un teatro como el de la Zarzuela. Sin embargo, en aquel momento era una auténtica revolución cuya viabilidad generaba muchas dudas y permanecía como una incógnita.
A pesar del apoyo limitado por parte de su entorno -probablemente solo el respaldo de Paco Gordillo-, el proyecto siguió adelante hasta lograr que el teatro confirmara una fecha. Fue tras la clausura de la temporada de Antonio y sus ballets de Madrid, la cual llevaba semanas colgando el cartel de «no hay localidades», y antes de algunas presentaciones de los Coros y Danzas junto con recitales de Lucero Tena.
Miércoles 3 de noviembre de 1965. Un día aparentemente común en medio de otra semana cualquiera, pero que marcaría un antes y un después en el panorama de la música moderna en España.
Antonio Ruiz, conocido como Antonio «el bailarín», el brillante artista español más internacional del momento, volvía a cruzar su camino con Raphael. Ya años atrás había formado parte del jurado que otorgó al cantante su carnet del Sindicato del Espectáculo y ahora le ofrecía nuevamente su apoyo al «cederle su teatro» para que realizara su primer y esperado recital. Aunque era evidente que el teatro de la Zarzuela no le pertenecía directamente, basta revisar la cartelera de aquellos años para notar cómo Antonio había hecho suyo prácticamente ese espacio: Antonio en el Zapateado de Sarasate, Rosario y Antonio en el zorongo gitano, Antonio y sus ballets de Madrid…
El Teatro de la Zarzuela ocupaba un lugar destacado entre los espacios culturales más relevantes de España. Construido en 1856, fue adquirido y renovado cien años después, en 1956, por la Sociedad General de Autores. En su reinauguración, el miércoles 24 de octubre de ese año, se eligió como obra inaugural Doña Francisquita. Para la ocasión, su director, el prestigioso José Tamayo, escribió unas líneas para el diario ABC: Madrid estrena esta noche su Teatro de la Zarzuela. Los muros centenarios se han revestido con la elegancia y el talento de los arquitectos y decoradores contemporáneos. Este renacimiento simboliza un gesto esperanzador y orgulloso que recoge el espíritu acumulado de un siglo de experiencias escondidas en su estructura. Mientras otros teatros desaparecen o enfrentan amenazas, hoy se inaugura este espacio excepcional, uno de los más espectaculares de Europa, donde la belleza, el confort y la suntuosidad de la sala rivalizan con un escenario equipado con lo mejor de la técnica escenográfica actual. La Sociedad General de Autores tiene como propósito fundamental cultivar el teatro musical en todas sus expresiones y estilos: zarzuela, opereta, comedia musical, ballet e incluso buen folklore desfilarán por este escenario. Además, alternando estas actividades cotidianas, también se dará cabida a la gran ópera y los conciertos.
Estas palabras, escritas por Tamayo nueve años antes, encajaban perfectamente con las aspiraciones de Raphael en 1965. El Teatro de la Zarzuela, abierto a una variedad de géneros musicales, parecía el lugar ideal para albergar un recital de música ligera, un territorio apenas explorado hasta entonces por un cantante moderno. Ese recital sería protagonizado por Raphael.
Un día llegó la confirmación mediante un anuncio en los principales periódicos del país: Teatro de la Zarzuela. Miércoles 3 de noviembre, 10:45 de la noche. Único recital. RAPHAEL. Orquesta dirigida por Gregorio García Segura. Waldo de los Ríos y su quinteto. Guitarras españolas: Los Gemelos. Localidades a la venta en taquilla. Se ruega puntualidad.
Así comenzó a gestarse uno de los momentos más icónicos en la historia de la música ligera española.
Y llegó el día
Las once menos cuarto del 3 de noviembre. Desde hacía horas, ya no quedaban entradas disponibles. Habían sido adquiridas por un público variado: desde admiradores del cantante hasta curiosos deseosos de saber cómo sería un recital en un teatro a cargo de un intérprete moderno, sin olvidar a quienes esperaban presenciar lo que creían sería el fracaso anunciado del joven artista. Un artista cuyo nombre escrito con «p» y «h» había generado cierto recelo, y que ahora enfrentaba el desafío de cantar durante dos horas frente a dos mil personas que debían permanecer inmóviles y atentas en sus asientos.
Para comprender lo que ocurrió en las horas previas al concierto, lejos del alcance de los medios, es imprescindible recurrir al propio Raphael y a sus memorias. Los músicos estaban listos, todo ensayado, pero su círculo más cercano, salvo Paco Gordillo, no daba señales. En su camerino sólo lo acompañaba Ana Mariñoso, locutora con quien tenía una estima especial desde su visita a Zaragoza. Mientras tanto, Gordillo no podía ocultar su tensión: entraba y salía sin detenerse en ningún momento. Raphael describe el ambiente: Paco iba y venía sin lograr quedarse quieto; aquello lo sobrepasaba completamente. Aunque entendía sus nervios, Raphael era consciente de que no podía permitir que lo dominaran. «Yo mismo habría querido echar a correr, pero no podía. Tenía que mantener la compostura y salir al escenario».
Finalmente, a las once menos cuarto, las luces del teatro se apagaron y Raphael salió a escena. A partir de ese instante, las crónicas periodísticas capturaron lo ocurrido aquel 3 de noviembre de 1965. El diario ABC describió el evento: Con el teatro lleno y ovaciones prolongadas y ensordecedoras por parte del público, mayoritariamente joven, Raphael ofreció su esperado recital en el Teatro de la Zarzuela. Un éxito rotundo […]. Raphael demostró ser un excelente cantante; la expectación estaba más que justificada […]. Puede decirse que canta tanto con su gestualidad como con sus cuerdas vocales. Su sola presencia llenó el amplio escenario con una personalidad carismática y contundente […]. La sonorización y la iluminación fueron elementos clave en este inolvidable evento artístico.
F. Galindo, en YA, lo expresaba así: Raphael alcanzó un éxito extraordinario. Este cronista, que presenció el debut de Hipólito Lázaro y Miguel Fleta en el Teatro Real, fue testigo del estreno de Doña Francisquita interpretada por Casenove, escuchó a Conchita Supervía en El barbero de Sevilla, disfrutó de Luis Mariano en el París de su mejor época y oyó la Novena Sinfonía interpretada por el Orfeón Donostiarra, asegura con absoluta convicción y mano en el corazón que jamás presenció unos aplausos tan intensos, apasionados y estruendosos como los recibidos por Raphael en el Teatro de la Zarzuela. Este hecho es el mejor indicador de su enorme éxito.
En otra crónica se destacaba que, por primera vez, un teatro español adquiría cierto aire del Olympia de París. Incluso se llegó a hablar de la posibilidad de un concierto en el Liceo de Barcelona, aunque esto tardaría años en hacerse realidad. No cabe duda de que lo ocurrido en el Teatro de la Zarzuela marcaba un precedente. Este escenario, habitual para grandes divas, orquestas sinfónicas y espectáculos majestuosos, se encontró con una figura capaz de conquistar tanto a la juventud actual como a las generaciones del pasado. Raphael demostró ser uno de esos talentos únicos, algo que quedó plenamente evidenciado tras su actuación en un marco tan excepcional como el madrileño teatro de la Zarzuela.
Al concluir el recital, ante las preguntas sobre la dificultad que implicaba aquella hazaña, el artista afirmó que siempre es complicado actuar, aunque ya lo había hecho en el extranjero. Sin embargo, reconoció que enfrentarse al público español era un desafío nuevo y lleno de incertidumbre. Todo podía suceder: desde el más rotundo éxito hasta el mayor fracaso.
Y lo que ocurrió fue lo primero. La noche del 3 de noviembre de 1965 cambió para siempre la historia de la música ligera en España, disipando las dudas sobre si era posible que un cantante de este género pudiera asumir en solitario un recital en un teatro.
No obstante, el triunfo arrollador tuvo una interrupción inesperada. Apenas días después de escuchar las ovaciones del público en pie tras cumplir uno de sus sueños más ambiciosos, Raphael tuvo que dejar todo para cumplir con el servicio militar. Con esperanza y determinación se despidió afirmando que aquello no era su máximo logro y expresando su disposición para enfrentar mayores desafíos: Sólo tengo veinte años y me gusta soñar. Hay metas más altas. Difíciles, pero no inalcanzables.