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La canción «El tamborilero» marcó el primer gran éxito discográfico de Raphael. «Gran», con todas las letras. Fue un factor decisivo para que, a finales de 1965, el artista dejara de ser solo otro cantante más. Ese momento dio inicio al despegue definitivo de una carrera meteórica, convirtiéndose en un fenómeno musical y social que sorprendió a todos, incluso a sus detractores. A partir de entonces, empezaron a ocurrir cambios significativos en su vida y trayectoria que nunca antes se habían presenciado en el contexto musical.

En diciembre de 1965, Raphael ya contaba con cierta fama en el mundo artístico. Su contrato con Hispavox había dado lugar a temas como «Los hombres lloran también» o «Ma Vie», canciones que alcanzaron una importante presencia en las listas de éxitos, compitiendo con otros artistas nacionales e internacionales. Mientras que algunos lograron mantenerse relevantes con el paso del tiempo y los cambios de moda, otros quedaron en el olvido. Raphael, por su parte, acababa de protagonizar un acontecimiento clave: apenas dos meses antes había ofrecido su triunfal recital en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, una actuación que recibió una ovación unánime tanto del público como de la crítica especializada. Su EP con cuatro temas navideños había salido recientemente al mercado y estaba teniendo un desempeño decente, aunque sin resultados extraordinarios comparados con lo que estaba por suceder.

La grabación de ese disco navideño marcó un momento importante en su relación con el director artístico de Hispavox. Más que una discusión, fue un enfrentamiento de ideas. Raphael había escuchado una canción grabada por Frank Sinatra el año anterior, titulada «The Little Drummer Boy» (El pequeño tamborilero), y estaba empeñado en hacer su propia versión en español. El tema, originalmente conocido como «Carol of the Drum» (Villancico del tambor), ya gozaba de gran popularidad en el mundo anglosajón y había resultado exitoso allí. Sin embargo, los directivos del sello no estaban convencidos. En España, la versión de Sinatra no había sido el éxito comercial esperado, lo que les llevó a desestimar la idea de grabar una adaptación. Pero Raphael insistió, defendiendo que una versión en español hecha por él tendría un impacto completamente diferente al de una interpretación en inglés, incluso si esta última provenía de un artista tan consagrado como Sinatra. Finalmente, Raphael logró imponer su visión y grabó la canción.

Éxito modesto del disco

Una vez lanzado al mercado, el nuevo EP de Raphael tuvo un desempeño satisfactorio, aunque sin excesos. Las críticas, aunque escasas debido a que el artista aún no gozaba de la proyección que alcanzaría pocos meses después, no fueron unánimes. Algunos expertos consideraban que La canción del tamborilero era una pieza destacada y bien interpretada, mientras que otros, como Auditor, el crítico bajo seudónimo del diario ABC, opinaban lo contrario. Para él, la elección de incluir canciones navideñas en la carrera aún emergente de Raphael no había sido un paso acertado. En su análisis, tras elogiar los discos navideños de figuras como Bing Crosby, Frank Sinatra, Fred Waring y Petula Clark, comentó: «No ocurre lo mismo con Raphael. Su primera incursión discográfica tras su recital en el teatro de la Zarzuela de Madrid llega también con un álbum de Navidad. Cuando el recital, se nos prometió ‘un nuevo Raphael’, algo similar a un Charles Aznavour español. Sin embargo, en este microsurco, Raphael -que pese a la PH es de Linares y tiene por apellido Martos- se muestra muy inferior al intérprete que conocimos en Ma vie o Los hombres lloran también. Ofrece cuatro canciones navideñas -La canción del tamborilero, Campanas de plata, Noche de paz y Navidades blancas-, pero con un tono melodramático fuera de lugar. La canción navideña no debería ser así».

Con el tiempo, la historia demostraría que este pronóstico estaba lejos de ser acertado. El éxito que cosecharía La canción del tamborilero desmentiría aquellas palabras. Sin embargo, como ocurre con todas las opiniones, tanto negativas como positivas, esta crítica no dejaba de ser subjetiva. A Auditor no le agradó el estilo ni la interpretación navideña del artista, aunque su comentario sobre «la PH» parece revelar un prejuicio inicial difícil de ignorar.

Para entonces, Raphael comenzaba a consolidarse como un artista muy conocido, pero nadie -ni siquiera él mismo- podía prever el giro extraordinario que ocurriría en tan poco tiempo. Lo que sí resultaba evidente era su confianza inquebrantable en su talento; una seguridad compartida por quienes estaban a su alrededor, como Paco Gordillo. Tanto Raphael como su equipo estaban convencidos de que los mayores sueños estaban al alcance; las grandes apuestas les habían resultado hasta ese momento, pero desconocían que ese «villancico americano», al que el cantante tanto había insistido en grabar, daría inicio a tantas alegrías a finales de 1965 y comienzos de 1966.

Por aquellos días, Raphael cumplía con su servicio militar y frecuentemente abandonaba el cuartel -más veces de lo aceptable según los mandos- para atender compromisos importantes provocados por el éxito del recital en la Zarzuela. Un día cualquiera recibió una llamada de Francisco Bermúdez, su representante. Televisión Española quería contar con él para interpretar La canción del tamborilero y otras canciones en el especial navideño que preparaba la cadena.

La propuesta era tremendamente apetecible: una plataforma extraordinaria para la difusión del villancico. Sin embargo, existía un inconveniente bastante significativo: Raphael se había cortado el pelo casi al ras en el cuartel de Colmenar, ubicado a las afueras de Madrid donde prestaba servicio militar. Bajo ninguna circunstancia estaba dispuesto a aparecer ante millones de espectadores con ese aspecto.

Aunque por momentos consideró rechazar la oferta, resultaba imperativo buscar una solución para aparecer en ese especial navideño interpretando La canción del tamborilero. La promoción que ofrecía era invaluable. En aquellos años, Televisión Española era la única cadena existente y aunque no todos tenían acceso al televisor, la audiencia era masiva y más aún en épocas festivas como esa. Después de intensas discusiones con el director artístico de su discográfica, el villancico se había convertido prácticamente en una apuesta personal para Raphael. Participar en uno de los eventos televisivos más importantes del año interpretando esa canción era crucial para su carrera.

No obstante, Raphael tenía el cabello prácticamente rapado al cero, y por más que intentaba buscar una solución, terminaba dando vueltas inútiles sobre sus propias ideas, regresando siempre a la misma evidencia. Frente a esta realidad, Paco Gordillo encontró la única opción viable: una peluca.

El artista se negó por completo. Para él, la propuesta era absurda. Y si nos ponemos en su lugar, es comprensible el porqué. No cuesta imaginar cuál fue la primera imagen que cruzó su mente —literalmente— cuando Gordillo mencionó la palabra «peluca». Sin embargo, no había alternativa para resolver el problema.

Se desconoce cuántos días duró el debate entre el cantante y su manager; probablemente no muchos, dado que la grabación del programa especial era inminente. En cualquier caso, Raphael, cuya obstinación ya era conocida por todos —como él mismo admite en sus memorias al narrar este episodio— permanecía firme en su negativa.

Por su parte, Paco Gordillo, que compartía ese mismo carácter tenaz con el artista, decidió reunirse con Edouard, uno de los peluqueros más reconocidos de Madrid, para presentarle su idea. Tras confirmar que el profesional encontraba factible la propuesta, lo llevó a casa de Raphael. A pesar de la resistencia del cantante —más evidente aún al ver al peluquero sujetando una mata de cabello sin cortar ni peinar—, Gordillo logró convencerlo para realizar una prueba. Después de un largo rato, tijera en mano, Edouard consiguió que la peluca instalada sobre la cabeza de Raphael luciera exactamente como su cabello antes de ser cortado en el cuartel de Colmenar.

La ocurrencia de Paco Gordillo, lejos de ser descabellada, probó ser acertada. Rápidamente se confirmó la presencia del artista en los recién inaugurados estudios de Prado del Rey.

Según relata Raphael en sus memorias, nadie en el plató de Televisión Española notó algo fuera de lo común. De hecho, no hay registro en las crónicas ni noticias de aquella época sobre el tema. Salvo algunas personas con quienes el cantante compartió su secreto para asegurarse de que no sería objeto de burlas por parte del público al día siguiente, la situación pasó completamente desapercibida. Sin embargo, aunque la solución funcionó a la perfección en aquel momento, lo cierto es que, con el conocimiento previo, las imágenes del programa revelan el truco a los ojos más atentos.

Pasada la anécdota de la peluca, es necesario centrarse en lo esencial. Raphael ya estaba en Prado del Rey, en su camerino, preparándose para vivir uno de los momentos más trascendentales de su carrera, tanto pasada como futura. Mientras ultimaba detalles, un periodista le entrevistaba sobre sus influencias musicales, sus metas y sus gustos personales. Sin saberlo nadie, esa sería la última entrevista a un Raphael que al día siguiente sería irreconocible.

Al finalizar la entrevista, el cronista escribió: «Vienen a buscarlo. Todo está listo en el estudio para comenzar la grabación. Raphael ha traído varias botellas de coñac envueltas en una bolsa de papel, destinadas como obsequio para los cámaras y el técnico de sonido. Antes de salir del camerino, quienes pasaron allí le pidieron que dedicara algunos discos. Raphael los firmó y se los entregó. ‘Ahora, sacarme guapo’, dijo con simpatía». Poco después, en el estudio resonaron las primeras notas de un villancico americano: *El tamborilero*. Desde el área de control, el realizador José María Quero observaba las imágenes captadas por las tres cámaras exclamando: «Es tan artista que no sé cuál escoger». Mientras tanto, dentro del plató todos tarareaban las melodías interpretadas por Raphael.

Aquella noche marcó un hito. Por primera vez frente a las cámaras de televisión y cantando en directo con música también en vivo, Raphael presentó su versión de *El tamborilero* en un escenario adornado como una venta castellana. El villancico se transformaba en ese preciso momento en uno de los clásicos indiscutibles de la música popular en español.

El programa fue transmitido en vivo y aquel villancico americano se transformó al día siguiente en un éxito arrollador, convirtiéndose en un fenómeno de ventas que nadie habría podido prever. Apenas unas semanas después, en enero de 1966, la revista Dígame publicaba un artículo dedicado a Raphael y su primer gran éxito: su última grabación, El pequeño tamborilero, logró reavivar de forma espectacular un tema aparecido por primera vez hace unos años. En poco más de un mes se han vendido doscientos cincuenta mil ejemplares, y se han tenido que producir nuevas ediciones para suplir la creciente demanda.

Y así fue. Las ventas de El tamborilero se convirtieron en un ejemplo claro de la expresión popular «se vende como pan caliente». Según testimonios ligados a la industria discográfica, lo que sucedió con este EP era algo sin precedentes en España. Se producían miles de copias a diario y, en cuanto llegaban a las tiendas, se agotaban instantáneamente. Literalmente, no había tiempo para fabricar al ritmo que se vendía.

Este disco se destacó por lograr, entre otros méritos, ser el sencillo más vendido en el menor tiempo posible en muchas partes del mundo. Naturalmente, La canción del tamborilero alcanzó el primer lugar en todas las listas de ventas, primero en España y luego en los países de habla hispana. Muy pronto comenzó a compartir protagonismo con otra grabación emergente: Yo soy aquel.

Según Raphael en sus memorias, este puede ser el disco más vendido de toda su carrera. Lo creo porque no solo fue un éxito rotundo aquel año, sino porque desde entonces y hasta la fecha, todas las Navidades continúa vendiéndose. Siempre en cantidades masivas. Todo debido a que no ha habido otro disco navideño que haya alcanzado tanta popularidad como El pequeño tamborilero, o El niño del tambor, como se le conoce en América.

Más allá de las cifras, este villancico marcó el primer gran hito de la carrera de Raphael, una escalera de éxitos que ya comenzaba a extenderse internacionalmente.

Con una escolanía como apoyo, un simple tambor, y a capela… Raphael nunca ha dejado de interpretar La canción del tamborilero en sus conciertos. No hacerlo sería sin duda una omisión imperdonable.