Obtener una séptima posición en 1966, en el prestigioso festival de Eurovisión, no fue un obstáculo para que Raphael volviera a intentarlo al año siguiente, cuando alcanzó la sexta posición. Aquellas actuaciones marcaron un antes y un después en su carrera, disparando su fama como artista y extendiendo su nombre por toda Europa.
Raphael atravesaba un momento crucial en su camino profesional, en una de esas etapas decisivas que lo impulsaban a seguir sumando logros. Un año antes, había ofrecido su mítico y transgresor concierto en solitario en el teatro de la Zarzuela de Madrid, sorprendiendo tanto al público como a la crítica. En ese mismo periodo, La canción del tamborilero dominó todas las listas de éxitos en España, vendiendo más de 250,000 copias en tan solo un mes. Además, estaba a punto de estrenarse su primera película como protagonista, Cuando tú no estás. Así que recibir la invitación para representar a España en «la Eurovisión», como se conocía entonces el festival, parecía la consecuencia natural de su ascenso meteórico.
Si se revisan las listas de discos más vendidos y las canciones más populares en las emisoras de radio de 1966, dos nombres dominaban ese panorama. Por un lado, los Beatles; por otro, Raphael, quienes compartían los primeros puestos con sus respectivas obras. Era habitual encontrar varias canciones del grupo británico y del artista español disputándose los primeros lugares. Entre las más destacadas estaban Help! y Yesterday de los Beatles, quienes revolucionaron el rock mundial, y Yo soy aquel y La canción del tamborilero de Raphael, que transformó la música popular en España y estaba a punto de extender su impacto al mundo hispanohablante.
Un ejemplo de este dominio musical es la lista de discos más vendidos en España del 1 al 15 de marzo de 1966. En ella, Raphael lideraba con Yo soy aquel, en una época que hoy recordamos con nostalgia y admiración por su impresionante calidad musical. Esa lista incluía una variedad de artistas y grupos icónicos, que iban desde los Rolling Stones con Satisfaction y Elvis Presley con Crying in the Chapel hasta Domenico Modugno con Dio, come ti amo y Nancy Sinatra con These Boots Are Made for Walking. También aparecían Charles Aznavour con La Bohéme, los Brincos con Mejor, los Sirex con La Escoba, The Who con My Generation, The Byrds con Turn Turn Turn, Tom Jones con Thunderball y Jimmy Fontana con Il mondo. Fue un año de explosiva creatividad en todos los géneros musicales.
Raphael ya se había consolidado para muchos como «el primer cantante español», una voz que comenzaba a cruzar fronteras y posicionarse como una gran promesa internacional. En una época donde esto era algo prácticamente inaudito, ver a un artista español codeándose con los grandes nombres de Francia, Alemania e Inglaterra resultaba sorprendente. Aunque todavía estaba lejos de alcanzar un éxito global total, en España el nombre de Raphael ya resonaba como uno de los más importantes del siglo.
Yo soy aquel
El artista era una presencia constante en los escenarios más prestigiosos del país, viajaba incansablemente de un lado a otro y su nombre resonaba en todos los medios de comunicación posibles. Entonces llegó Eurovisión.
España no había participado en las primeras cinco ediciones del festival; fue Conchita Bautista quien debutó en el certamen en 1961. Posteriormente, Víctor Balaguer, José Guardiola, el trío TNT y nuevamente Conchita Bautista representaron al país en las ediciones siguientes. Exceptuando el noveno puesto de 1961, los resultados fueron bastante discretos, acumulando escasos votos del resto de los participantes.
Cuando se anunció la candidatura de Raphael para representar a España, surgió una oleada de expectativas. Numerosos medios resaltaban la posibilidad real de que el cantante se coronara ganador. Por primera vez, los españoles parecían creer seriamente en una victoria en el festival. Todo indicaba que el primer premio podría acompañar a Raphael en su regreso a casa.
La canción seleccionada, Yo soy aquel —compuesta por Manuel Alejandro— ya era un éxito rotundo y había alcanzado las primeras posiciones en ventas y popularidad gracias a la magistral interpretación de Raphael. Incluso la había grabado en varios idiomas, lo que afianzó aún más su alcance internacional.
Luxemburgo, 5 de marzo de 1966. La competencia era formidable, dado que en aquellos años los países enviaban a sus artistas más destacados. «Raphael representará a España enfrentándose a los mejores cantantes europeos», afirmaba la prensa. Para hacernos una idea, Austria estaba representada por Udo Jürgens e Italia por el legendario Domenico Modugno.
A pesar del nivel de los competidores, Raphael partía como uno de los favoritos. El ensayo general fue especialmente alentador para el cantante. Un periodista narraba en su crónica que «Raphael, número once en el orden de actuación, nos ha dejado atónitos. Su interpretación fue prodigiosa: electrizante y sensacional. Aquí se habla de España como posible ganadora. Tanto que Domenico Modugno, tras escucharle, se acercó para felicitarlo: ‘¡Bravo, muchacho! ¡Has estado maravilloso!'».
Llegó el esperado momento de la verdad. Sin embargo, aunque Yo soy aquel y la aclamada actuación de Raphael impresionaron a la audiencia, no fueron suficientes para convencer al jurado. España se conformó con un meritorio séptimo puesto, lejos de las expectativas iniciales.
El triunfo fue para Udo Jürgens con la canción Merci, Chérie.
Pese a ello, Raphael recibió elogios unánimes y la votación generó fuertes críticas. Una vez más, varios países fueron acusados de intercambiar votos estratégicamente, perjudicando a otras naciones, una polémica que ha sido recurrente en Eurovisión durante años.
Para muchos, Raphael merecía haber ganado o al menos conseguido un segundo lugar. «La prensa europea reconoce a Raphael como el verdadero ganador de Eurovisión» se leía en algunos titulares. Aunque tal afirmación era quizás exagerada, gran parte de los medios —especialmente los españoles y franceses— daban por hecho que debía haber ocupado la primera posición. Otros, sin embargo, consideraban justa la victoria de Udo Jürgens pero sostenían que Raphael merecía al menos la segunda plaza.
Una crónica destacaba que los gustos del público rara vez coincidían con los del jurado. Como muestra, mencionaba un ensayo previo en el que la orquesta interrumpió su actuación para ovacionar a Yo soy aquel.
El prestigioso diario francés Le Figaro publicó el 7 de marzo: «La gran víctima fue el joven español Raphael, quien defendió con talento y pasión una excelente canción, Yo soy aquel». Por otro lado, una encuesta realizada entre los televidentes franceses por la revista L’Aurore reveló que la mayoría del público consideraba como ganadora a la composición española.
Incluso Udo Jürgens reconoció el peso artístico de su rival. Durante una visita posterior a Madrid para participar en un programa de Televisión Española presentado por Raúl Matas, Jürgens admitió que, de haber tenido voto en el certamen, se lo habría otorgado a Raphael. Fue un gesto amable, pero significativo.
Lejos de ser un revés para su carrera, ese séptimo lugar representó un gran impulso para la proyección internacional del artista. Desde Luxemburgo llegaron ofertas para actuaciones en directo en París y en la BBC británica. Eurovisión se convirtió en una plataforma invaluable que permitió a Raphael consolidarse no solo ante el público europeo, sino también entre productores y empresarios del continente.
Al regresar de Luxemburgo, Raphael, quien hizo una escala en París para participar en la grabación de un programa de televisión, fue recibido en el aeropuerto de Barajas por miles de seguidores. Este evento marcó posiblemente el inicio de los grandes recibimientos que desde entonces se tornaron habituales en su carrera. El personal del aeropuerto quedó completamente desbordado, ya que nunca antes se había congregado tal multitud para recibir a un artista musical.
Hablemos del amor
Aunque el artista expresaba abiertamente su desencanto con el resultado, estaba satisfecho con lo que el festival había significado para su carrera. Tanto así que, al año siguiente, cuando le plantearon la posibilidad de representar nuevamente a España, aceptó convencido, quizás creyendo que esta vez la victoria no se le escaparía.
El anuncio del regreso de Raphael al festival por segundo año consecutivo se hizo público pocos días después del estreno de su primera película, Cuando tú no estás. Si en su primera participación su fama ya estaba en pleno auge, ahora había escalado incluso un nivel más.
La canción escogida fue Hablemos del amor, también obra de Manuel Alejandro. Para muchos, era un tema potente con todos los ingredientes necesarios para ganar. Al igual que ocurrió con Yo soy aquel, la canción alcanzó rápidamente el número uno en las listas de ventas.
Sin embargo, la competencia volvía a ser feroz. Entre los participantes destacaba la inglesa Sandie Shaw con su Puppet on a string (Marioneta en una cuerda), que partía como favorita. Pero en esta ocasión Raphael era mucho más reconocido que el año anterior y realizó una gira por diez países europeos para promocionar su canción.
La periodista Encarna Sánchez, en una entrevista para la revista Alta fidelidad, le auguraba un tercer puesto con Hablemos del amor. Raphael respondía diplomáticamente: «Con tu pronóstico no sé si sonreír o ponerme triste. Después del 8 de abril lo veremos». Sánchez cerraba la entrevista con palabras cargadas de admiración: «Me inspira confianza este rebelde de Linares, que en un solo año rompió la barrera de la pandereta y abrió las puertas a la melodía internacional. Se le odia. Se le adora. Es lógico… es Raphael».
La pregunta que resonaba entre múltiples periodistas era clara: ¿era Raphael el ídolo español tan esperado?
El 8 de abril de 1967, en Viena, la expectación por ver al artista era inmensa. Raphael ya era un fenómeno consolidado, conocido en países como Gran Bretaña, Alemania, Francia y Suiza. Ahora se enfrentaría, de tú a tú, con los artistas más populares del resto de Europa.
Raphael salió al escenario con una seguridad renovada respecto al año anterior, mostrando más aplomo en su interpretación. Su presentación de Hablemos del amor, con una voz imponente y una gestualidad más contenida de lo habitual, fue recibida con grandes aplausos.
Al término de las actuaciones, el artista esperaba sereno el resultado de las votaciones. Su interpretación había generado muy buenas sensaciones entre el público y los expertos.
Pero nuevamente llegó la desilusión. Obtuvo nueve votos, igual que en la edición previa. En esta ocasión logró escalar posiciones en la tabla, pero quedó muy lejos, demasiado lejos, de los cuarenta y siete puntos obtenidos por Sandie Shaw, la gran ganadora según los pronósticos.
Raphael y Hablemos del amor se posicionaron en el sexto lugar. Sin embargo, como en su primera participación, este resultado marcó un punto de inflexión que lo llevaría a los escenarios más prestigiosos de Europa, y poco después, de Estados Unidos y Sudamérica.
Aunque pueda parecer contradictorio, esas dos experiencias en Eurovisión fortalecieron enormemente la trayectoria del artista. A pesar de no alcanzar el objetivo principal —ganar—, la posibilidad de mostrar su música frente a millones de espectadores de toda Europa se tradujo en una avalancha de contratos internacionales. Y no solo en su mercado natural de habla hispana, sino también en países donde el público no entendía el idioma pero quedaba cautivado por su excepcional voz y energía contagiosa. Raphael poseía un estilo inconfundible que trascendía cualquier frontera lingüística; tenía eso —esa esencia tan difícil de explicar— que capturaba corazones independientemente del idioma o el contexto cultural.
Mirando hacia atrás, recordando cómo compartía las listas de éxitos con los Beatles, Raphael había expresado en alguna entrevista: «Si los Beatles triunfan aquí cantando en inglés, ¿por qué yo no voy a triunfar allí cantando en español?». Y así fue.
Porque él, en ese entonces, no conocía límites. No había rincón que no soñara con conquistar, ni continente que no deseara pisar. No existía escenario en el mundo al que no aspirara a cantar. No había techo. No había final.
El fenómeno crecía rápidamente, casi sin que nadie fuera plenamente consciente de lo que estaba ocurriendo. Paco Gordillo, Francisco Bermúdez, Manuel Alejandro, Hispavox y, en el centro de todo, Raphael. Cuatro pilares que daban forma a un huracán de talento que apenas comenzaba a arrasar allí donde llegaba. Incluso cuando obtuvo el sexto y séptimo lugar en un festival donde muchos consideraban que merecía haber triunfado.
Pero aquello ya no tenía importancia. Raphael había iniciado una trayectoria única, una mezcla entre un sprint fulminante y una maratón imparable, cuyo límite todavía era desconocido para todos. Los escenarios más emblemáticos del mundo esperaban su llegada. Miles de admiradores ya estaban listos para recibirlo. Cientos de canciones aguardaban ser creadas y transformadas por él en clásicos eternos.
Eurovisión se convirtió en trampolín, escaparate y plataforma de impulso. Dos años consecutivos, con dos actuaciones que superaban las expectativas, cada una más imponente que la anterior. Eurovisión fue la ventana para demostrar que Yo soy aquel y Hablemos del amor eran solo un anticipo de lo extraordinario que estaba por venir. Una breve introducción a un fenómeno que todavía no vestía de negro; un joven talento que pasó rápidamente de Te voy a contar mi vida a Yo soy aquel, de una promesa ilusionante a la certeza de un gigante consolidado.