En 1968, Raphael se puso bajo la dirección de Vicente Escrivá para filmar «El golfo», su cuarta película como protagonista. Rodada en Acapulco y Nueva York, esta cinta se convirtió, según las propias palabras del artista, en su favorita y en la primera de una nueva trilogía que marcaba una ruptura con sus tres proyectos anteriores.
Como ocurre con muchas historias que terminan en éxito, el inicio del proyecto estuvo marcado por complicaciones que encendieron las alarmas y dificultaron la preproducción. Por suerte, una vez superados estos obstáculos iniciales, el rodaje transcurrió sin contratiempos. El primer incidente tuvo que ver con la elección de la coprotagonista. Según los requisitos del guion, se necesitaba una actriz estadounidense de renombre que fuera aproximadamente diez años mayor que Raphael, quien estaba a punto de cumplir los veinticinco años durante el rodaje.
Vicente Escrivá viajó a Nueva York, concretamente a las oficinas de Columbia Pictures, para evaluar opciones y llegar a un acuerdo. Tras las negociaciones con los representantes de varias estrellas, se decidió confiar el papel a Dorothy Provine, una actriz reconocida por su participación en la comedia «El mundo está loco, loco, loco» (1963), junto a figuras como Spencer Tracy y Buster Keaton, y en «La carrera del siglo» (1965), dirigida por Blake Edwards y compartiendo escena con actores como Jack Lemmon y Natalie Wood.
Una vez que Provine aprobó el guion, firmó el contrato y se estipuló el plan de ensayos y rodaje en México, la actriz se trasladó al Distrito Federal para unirse al resto del elenco. Sin embargo, la actriz no pudo anticipar lo que encontraría al llegar. La pasión que Raphael despertaba en México era espectacular: las multitudes clamorosas que lo seguían a todas partes, los tumultos generados por su presencia, la histeria colectiva y las estrictas medidas de seguridad eran algo completamente inesperado para ella. Tal fue su impresión que decidió abandonar el proyecto y regresar casi de inmediato a Estados Unidos.
Es posible suponer que Dorothy Provine comprendió que su papel en la película sería menos relevante de lo esperado. En ese momento de su carrera, optó por no implicarse en un proyecto donde el protagonismo recayera exclusivamente sobre Raphael, quien era el centro no solo de la trama del guion sino también de las estrategias de promoción, distribución y éxito comercial de la cinta.
Aunque no hay información sobre los conflictos contractuales derivados del abandono de Provine para Columbia Pictures, afortunadamente Escrivá y los productores ya habían considerado otras opciones. Entre las propuestas se encontraba Shirley Jones, quien rápidamente reemplazó a la actriz original y se incorporó a los ensayos en México. Jones también gozaba de gran popularidad gracias a su participación en películas icónicas como «Oklahoma!» (1955) y su premio Óscar como mejor actriz de reparto en 1960 por su papel en «El fuego y la palabra», junto a Burt Lancaster y Jean Simmons.
A diferencia de Provine, Shirley Jones no pareció preocuparle demasiado el fenómeno que rodeaba a Raphael —denominado por la prensa mexicana como «el raphaelazo»—, aunque este fenómeno complicaba ocasionalmente la rutina diaria del rodaje. Tal vez su experiencia profesional y el prestigio de haber ganado un Óscar le otorgaron suficiente confianza para integrarse en este entorno peculiar sin sentirse amenazada por la magnitud del fenómeno al que se enfrentaba.
Moreno por exigencias del guion
Durante las semanas previas al inicio del rodaje, se presentaron dos incidentes que sacudieron la producción. Solucionado el primero, relacionado con un cambio inesperado en la protagonista femenina, surgió el segundo: Raphael, quien interpretaba en El golfo a un joven porteño que vivía en una cabaña junto al mar y pasaba sus días caminando por la playa, recibió el consejo de que debía broncearse para adecuarse mejor físicamente al personaje. Siendo de piel naturalmente pálida, le recomendaron tomar algo de sol.
Comprometido al máximo con su profesión, Raphael se tomó esta sugerencia muy en serio. En su estadía en México, durante una pausa de preproducción en la que el elenco quedó libre mientras el director y el equipo técnico ultimaban detalles como la localización de exteriores, el cantante aprovechó para viajar a París. Allí se reunió con Manuel Alejandro para grabar las canciones que formarían parte de la banda sonora de la película, piezas como «Ave María», «Será mejor» y «En Acapulco», que luego serían usadas en los playbacks durante las filmaciones. Sin embargo, Raphael tenía una idea fija en mente: «Debo ponerme moreno y no tengo mucho tiempo».
La ajustada agenda del artista lo mantenía encerrado horas en el estudio de grabación, y abril, con su clima poco soleado en París, no ofrecía muchas oportunidades para broncearse de manera natural. Esto lo llevó a explorar una alternativa: los rayos UVA. Decidido y sin medir las consecuencias, comenzó a someterse a sesiones intensas y frecuentes durante su estancia en la capital francesa, sin ningún tipo de control.
Un día, cerca del término de las grabaciones de la banda sonora y antes de regresar a México para iniciar el rodaje, Raphael comenzó a sentirse mal tras salir de una de sus numerosas sesiones de rayos UVA. Esa noche, viajaba como copiloto en un coche conducido por Michel Bonnet, un amigo cercano desde la época en que Raphael fue premiado en el festival MIDEM de Cannes. Aunque Michel seguía trabajando para EMI —la competencia de Hispavox, sello que producía este nuevo proyecto— su amistad con el cantante permanecía sólida. Bonnet había sido parte de momentos importantes en la vida del artista, como ayudarlo a encontrar iglesia para su boda en Venecia; entre muchas otras cosas. En este caso, fue él quien lo llevaba al Royal Monceau, el hotel habitual durante sus estancias parisinas.
En el trayecto hacia el hotel, Raphael sintió cómo todo se nublaba. Una vez allí, Bonnet llamó urgentemente a un médico. Este confirmó que el cantante había sufrido una sobreexposición severa a los rayos UVA, lo que lo puso al borde de quemarse las retinas. Raphael dejó París rumbo a México todavía recuperándose de las lesiones en sus ojos y, para su desgracia, con una piel desfigurada y un tono morado imposible de retratar frente a las cámaras.
Juan Julio Baena, director de fotografía del filme, declaró que era inviable comenzar a rodar con el artista en aquel estado. Como consecuencia, los planes de trabajo se reorganizaron: el inicio del rodaje se retrasó algunos días y se comenzaron las pocas escenas en las que Raphael no tenía participación. Durante ese tiempo, su rostro desinflamó, pasó del color morado al deseado tono de piel moreno y todo quedó en un susto menor. Sin embargo, seguramente hubo una seria conversación con los productores del proyecto.
En sus memorias, Raphael asume responsabilidad por este error motivado por las prisas y la falta de reflexión. También señala cómo personas de su entorno —probablemente no tan allegadas— fomentaban una urgencia innecesaria y artificial por cumplir cada tarea. Para ellos, él era solo un negocio, una fuente de ingresos que debía mantenerse activa a cualquier costo. Esas presiones constantes lo llevaban a vivir al límite; algo que años más tarde sería evidente durante su primera temporada en el Flamingo de Las Vegas. Quizá todo sucedía tan rápido que al propio Raphael le resultaba imposible asimilar tantas experiencias a un ritmo agotador.
Superado este segundo contratiempo, finalmente todo volvió a la normalidad y el rodaje de El golfo arrancó.
Ava Gardner, el mito
Raphael había participado en tres películas de marcado dramatismo, dirigidas por Mario Camus, que habían tenido un gran éxito en taquilla y habían contribuido a consolidar su carrera tanto en España como en América. Sin embargo, El golfo representaba el cambio que él estaba buscando. Esta historia ligera ofrecía la oportunidad de mostrarse más espontáneo, sonriente y natural. Aunque estaba satisfecho con sus primeras películas -quizás menos con la segunda, Al ponerse el sol– su intención era dar un giro hacia temáticas que reflejaran mejor su personalidad: un joven alegre que deseaba proyectar esa jovialidad frente a las cámaras. Un joven que quería hacer reír.
El golfo fue ese proyecto ideal. La película, una coproducción de España, México y Estados Unidos, estuvo a punto de titularse Acapulco, mi amor, ya que la productora mexicana consideraba que incluir el nombre de la famosa ciudad turística sería un punto a favor para su éxito. La trama sigue a una solterona estadounidense en sus treinta y tantos, quien decide escapar de su rutina tras ver el póster de un joven (Raphael) promoviendo una ciudad costera mexicana en el metro. Ella viaja a Acapulco, donde conoce a Pancho, el chico del cartel, y surge un romance. El filme es optimista en todos sus aspectos: lleno de luz, música y alegría, y apenas pincelado con momentos dramáticos. En una escena emotiva cerca del final, se plantea la clásica tristeza de las películas románticas que se resuelve de manera luminosa en Nueva York. Allí, Pancho, tras recorrer media ciudad intentando reencontrarse con ella, descubre su propio póster de Acapulco en una estación del metro en Dyckman Street. El reencuentro culmina con un abrazo, un beso final y una explosión de alegría.
Durante la filmación, Raphael se hospedó en una majestuosa mansión con vistas a la bahía de Acapulco. Este entorno especial parece haber favorecido el excelente ambiente que predominó durante todo el proyecto. Desde el inicio, la atmósfera fue animada gracias a figuras como Vicente Escrivá, encargado de dirigir; Juan Julio Baena, maestro en fotografía luminosa y uso de cámaras panorámicas; grandes actores mexicanos como Pedro Armendáriz, Héctor Suárez y Ana Martín; y una Shirley Jones cuya simpatía y profesionalidad dejaron huella.
En medio del rodaje, Raphael celebró su 25 cumpleaños el 5 de mayo de 1968. En aquel entonces existía cierta confusión respecto al año de su nacimiento; muchos medios señalaban que cumplía 22 años, presumiendo que había nacido en 1946. Sin embargo, Raphael había nacido en 1943. La ocasión fue marcada con una fiesta memorable en uno de los locales más exclusivos de Acapulco, donde se reunió un reparto diverso: los actores de la película, Shirley Jones incluida; miembros de la jet set; productores; políticos y artistas.
Fue en esta fiesta donde Raphael conoció a Ava Gardner, quien pasaba unos días en la casa que Frank Sinatra tenía en la urbanización privada Las Brisas. Pese a llevar más de una década divorciados, Ava aún gozaba de acceso a las propiedades de Sinatra esparcidas por el mundo. Gardner y Raphael conectaron profundamente desde el primer momento y forjaron una amistad cercana. Aunque la diferencia de edad entre ellos era notable -ella tenía 46 años y él 25-, no dejó de surgir un vínculo especial entre ambos. Los detalles sobre su relación tal vez nunca lleguen a conocerse por completo. Lo que sí es seguro es que Ava Gardner representó para Raphael, como para tantos otros, un mito inalcanzable: una actriz única cuya belleza seguía siendo extraordinaria aun fuera de sus años dorados. Ava había protagonizado algunas de las películas más emblemáticas del cine bajo la dirección de leyendas como John Huston, quien dos años antes la había dirigido junto a Richard Burton en la inolvidable La noche de la iguana.
Es fácil imaginar lo que Ava Gardner representaba para Raphael: un joven que, a pesar de su arrollador éxito, apenas unos años atrás asistía al teatro para admirar a actores nacionales y acudía al cine para dejarse fascinar por estrellas de Hollywood como ella. Una historia que, probablemente, refleja uno de los tantos casos comunes en el mundo del espectáculo: ese giro abrupto que lleva a alguien de ser un espectador desconocido a convertirse en el centro de todas las miradas; un admirador anónimo que, de pronto, pasa a codearse tarde o temprano con figuras a las que antes idolatraba desde lejos.
Durante los dos meses que duró el rodaje de El golfo, Ava Gardner y Raphael estuvieron en contacto casi diariamente. Ella aparecía en el set cuando le venía en gana y no dudaba en expresarse. Daba opiniones sobre cualquier detalle, ofrecía consejos al joven artista sobre cómo lucir mejor frente a la cámara, cómo posar, cómo resaltar su atractivo… Sobre cualquier cosa que considerara necesaria. Y lo impresionante era que nadie se animaba a contradecirla. Nadie le decía absolutamente nada. Nadie osaba soltar un: «Disculpe, señora Gardner, el sol está bajando y estamos apurados». Era tal su magnetismo y autoridad que se detenía todo cuando Ava decidía ocupar espacio en el plano hasta que finalmente ella se apartaba.
Una vez finalizado el rodaje, Raphael y Ava Gardner no volvieron a cruzar caminos. No hubo más encuentros ni situaciones que propiciaran que sus vidas se reenlazaran.
El golfo resultó ser un éxito internacional, el primero bajo la colaboración con Columbia Pictures, y agregó un peldaño más en la ascendente carrera de Raphael, consolidando uno de sus momentos más importantes. La estrella seguía conquistando nuevos mercados incansablemente, avanzando siempre sin detenerse.