Al fin, Nueva York Aunque es cierto que el público merece el mismo entusiasmo independientemente de la ciudad donde se presente un artista, y así lo ha demostrado Raphael en su carrera, sería absurdo ignorar que existen escenarios emblemáticos con un significado especial. El debut y triunfo de Raphael en Nueva York es, sin duda, uno de esos momentos destacados.
A comienzos de 1969, después de un periodo agotador y prolongado que incluyó giras, rodajes de películas, actuaciones en televisión, grabaciones de discos y sin haber tenido un descanso real en tres años, Raphael decidió tomarse quince días de vacaciones. Este hecho, considerando su frenética actividad profesional, ya resultaba casi insólito. Que el artista pidiera a Francisco Bermúdez no agendarle ninguna actividad en ese intervalo era algo completamente inusual.
Raphael aprovechó ese merecido pero breve tiempo libre para viajar una semana a Las Vegas y ser espectador de lo más destacado del mundo del espectáculo del momento. Para artistas como él, tan inmersos en su trabajo que apenas tienen tiempo para disfrutar como público, esta experiencia era más que un lujo. Le brindaba la oportunidad de ver lo que se estaba haciendo en otros escenarios, aprender de grandes figuras y analizar tanto sus aciertos como sus fallos.
Las Vegas era, sin duda, el lugar ideal para desconectar de la presión del espectáculo diario y disfrutar de las actuaciones de estrellas internacionales cuyos nombres iluminaban los carteles de los casinos más prestigiosos: Caesars Palace, Dunes, Sands, Flamingo, Golden Nugget, Sahara, Riviera… En el famoso Strip de la ciudad se congregaban los mayores talentos del momento. Durante esa semana, Raphael disfrutó como auténtico amante del espectáculo de los shows de figuras legendarias como Barbra Streisand, Shirley Bassey y Dean Martin.
Sin embargo, lo que sucedería poco después permite inferir que esa visita no fue únicamente recreativa. Es casi imposible no pensar que esa experiencia en Las Vegas le inspiró para dar un paso decisivo en su carrera: conquistar el mercado estadounidense. De hecho, antes de finalizar sus vacaciones, llamó a Francisco Bermúdez para transmitirle su deseo de aceptar las ofertas que tenían pendientes y debutar definitivamente en Estados Unidos.
La segunda semana la dedicó a descansar en Grecia junto a algunos de sus amigos cercanos. Entre ellos estaba Alfredo Tocildo, quien por entonces escribía la primera biografía autorizada de Raphael. Según se relata en el libro, el cantante le comentó: «¡Ah, biógrafo! Se me olvidaba decirte: voy a debutar en el Madison Square Garden… Sí, sí, primero en la sala pequeña… y después en la de veinticuatro mil almas. Claro que cantaré en inglés y español… Hay nuevos mercados que abrir… No hay más remedio».
Después de varios años cosechando éxitos irrumpiendo con fuerza en Europa y Sudamérica, parecía lógico que el siguiente paso fuese intentar conquistar Estados Unidos. En 1969 la carrera de Raphael estaba en plena ascensión hacia metas aún desconocidas y desafiantes.
Tres creencias erróneas
Raphael ya había cantado con gran éxito en Estados Unidos en 1968, en lugares como el Centro de Convenciones de Miami y, naturalmente, en Puerto Rico, estado libre asociado. Sin embargo, necesitaba conquistar el «núcleo duro» del país y enfrentarse a los más grandes del panorama artístico.
Al abordar este tema, es necesario aclarar algunas cosas que, con el paso del tiempo, se han desvirtuado. Incluso los propios protagonistas, incluido Raphael, han tenido algunas confusiones respecto a ciertos hechos. Es común leer en biografías autorizadas y entrevistas al artista o su equipo cercano que debutó en el Madison Square Garden de Nueva York en 1967, supuestamente respaldado por Brian Epstein, el famoso mánager de los Beatles. Pero esta versión no es completamente precisa.
Primero, se debe desmentir que Raphael debutara en Nueva York en 1967. Ese año estuvo dedicado a otras actividades: su segunda participación en Eurovisión, conciertos en Francia y Sudamérica, y la producción de su tercera película. Además, el emblemático Madison Square Garden que actualmente se encuentra en la Octava Avenida entre las calles 31 y 33 fue inaugurado el 11 de febrero de 1968. Aunque el Madison ya había tenido tres ubicaciones diferentes desde 1879, el recinto actual aún no estaba terminado cuando se menciona que Raphael actuó allí.
Otro hecho incorrecto es la idea de que Raphael debutó en la sala principal del Madison Square Garden. En realidad, sus primeros conciertos en Nueva York tuvieron lugar en la sala más pequeña del recinto, conocida como Felt Forum en ese entonces. Con capacidad para 5,600 espectadores, Raphael ofreció dos actuaciones consecutivas los días 5 y 6 de septiembre de 1969. Esta sala homenajeaba a Irving Felt, el primer director del nuevo Madison Square Garden, pero su nombre ha cambiado varias veces a lo largo de los años, adoptando denominaciones como Paramount o WAMU.
Esos primeros conciertos de Raphael en Nueva York fueron un rotundo éxito, con llenos absolutos que confirmaron al cantante y a su equipo que existían razones para aspirar a actuaciones aún mayores. Sin embargo, el reto de llenar la sala principal con capacidad para veinte mil personas representaba un desafío considerable. Nueva York, una ciudad rebosante de espectáculos cada noche, donde captar la atención del público nunca es tarea sencilla, suponía un entorno competitivo y lleno de riesgos.
La tercera creencia errónea relacionada con el debut neoyorquino del artista sostiene que Brian Epstein produjo el evento. Para comprobar que este dato es falso basta con revisar los carteles que anunciaban los conciertos por las calles de la ciudad. En ellos se podía leer: «Madison Square Garden Productions and Sid Bernstein present RAPHAEL». Del nombre de Epstein no hay rastro.
Cualquier fanático medianamente informado sobre los Beatles sabe que Brian Epstein —a quien se conocía como el «quinto Beatle»— no pudo haber producido espectáculo alguno en 1969. Lamentablemente, falleció a los treinta y dos años en 1967. Entonces surge una pregunta lógica: ¿por qué se originó esta confusión?
La respuesta es bastante sencilla. Francisco Bermúdez fue el empresario español responsable de traer a los Beatles a España en 1965 para sus inolvidables conciertos en Madrid y Barcelona. Como parte de esta gestión, negoció directamente con Epstein, el mánager del grupo británico, con quien entabló una buena relación profesional. Durante ese tiempo en Madrid, Raphael tuvo la oportunidad de conocer personalmente a Epstein en el hotel donde se hospedaban los Beatles.
En las conversaciones que Raphael mantuvo con Epstein y Bermúdez sobre su proyección internacional y sus aspiraciones dentro del mundo anglosajón, Epstein sugirió al empresario contactar con Sid Bernstein, figura clave detrás de los primeros pasos del artista español en Nueva York.
Bernstein era un reconocido productor musical y empresario que, entre sus múltiples logros, llevó por primera vez a los Beatles al Carnegie Hall de Nueva York tras su exitoso debut en el Ed Sullivan Show. También organizó numerosas giras por Norteamérica para artistas como los Rolling Stones, Frank Sinatra y Jimi Hendrix. Fue pionero en la realización de conciertos de rock en estadios, espacios que hasta entonces estaban reservados exclusivamente para eventos deportivos. Por ello, Sid Bernstein, tal como lo recordaba el cartel, fue el encargado de producir, junto al emblemático recinto, el gran espectáculo de Raphael en el Madison Square Garden.
Dados estos antecedentes, pasemos a lo que ocurrió en esa ocasión.
Raphael ante el desafío neoyorquino
Raphael ya había conquistado a los países hispanohablantes y había iniciado su triunfo en ciudades icónicas como París y Londres. Sin embargo, Nueva York representaba otro nivel de desafío. Aunque la población hispana de la ciudad, predominantemente puertorriqueña por entonces, aseguraba cierto éxito de público, un posible tropiezo en esa etapa de su carrera podría traerle consecuencias negativas. Hay que recordar que Raphael llevaba apenas tres años disfrutando de un éxito masivo, aunque pareciera que su carrera ya estaba completamente consolidada.
Quizá por estas razones, a pesar de su deseo explícito de debutar en el espacio principal del Madison Square Garden —el legendario estadio con capacidad para más de veinte mil personas— su equipo (Bernardo Bermúdez, Paco Gordillo e incluso el propio Bernstein) le sugirió realizar primero una prueba más modesta. La idea era organizar recitales previos en el Felt Forum para evaluar la reacción del público en taquilla y atraer la atención de los medios locales, incluyendo grandes periódicos estadounidenses. Este movimiento estratégico ayudaría a generar suficiente expectativa para el «gran acontecimiento» de llenar el Madison Square Garden meses más tarde.
Entre los recitales iniciales y el gran concierto transcurrió alrededor de un mes y veinte días, periodo que Raphael aprovechó para continuar trabajando incansablemente. Durante ese tiempo realizó una extensa gira por España que incluyó catorce recitales consecutivos en el Palacio de la Música de Madrid. Fue una etapa intensa que incluso estuvo marcada por una gastritis, pero terminó apenas dos días antes del gran evento en Nueva York.
Raphael concluyó su última actuación en Madrid el domingo 19 de octubre con dos recitales ese mismo día, y el lunes 20 partió rumbo a Nueva York. Ya en el aeropuerto Kennedy, lo esperaba Paco Gordillo, quien había viajado previamente para ultimar los detalles del concierto. Raphael se encontraba algo debilitado por los efectos de la enfermedad y la agotadora serie de presentaciones, pero la emoción por lo que estaba por venir compensaba cualquier malestar físico. Este no sería simplemente «otro concierto», sino un evento clave para su carrera.
Fue informado de las novedades respecto a las ventas de entradas. Aunque inicialmente habían sido algo bajas comparadas con lo que estaba acostumbrado, la promoción había surtido efecto y los números crecieron considerablemente. El evento estaba cerca de colgar el cartel de «todo vendido». Esta noticia tranquilizó al cantante; aunque no faltaron bromas sobre cómo «sold out» se parecía fonéticamente a «desolao», relatos humorísticos que él mismo recordaría en sus memorias.
La fecha llegó: viernes 24 de octubre de 1969, día de San Rafael. Un momento histórico estaba por delante.
El escenario se encontraba en el centro del estadio, diseñado como una plataforma redonda y giratoria, con la orquesta justo debajo. Las puertas del Madison Square Garden se abrieron para recibir a veinte mil personas que ocuparon cada rincón disponible hasta llenarlo por completo.
Raphael ingresó desde uno de los laterales del recinto y caminó hacia el centro del inmenso espacio acompañado por Gordillo y escoltado por la policía, como si se tratara de un boxeador entrando al cuadrilátero. Allí lo esperaba no solo su entregada audiencia, sino también el juicio crítico de Nueva York sobre su talento.
Un posible fracaso habría sido devastador. Este no era cualquier escenario: se trataba del Madison Square Garden y la noche había sido anunciada y publicitada ampliamente. Toda la industria musical estaba pendiente; productores estadounidenses y periodistas observaban con curiosidad y sus bolígrafos listos para plasmar cualquier detalle significativo. La campaña promocional había generado grandes expectativas, pero Raphael sabía que al igual que su recordado concierto en el Olympia de París, cada gesto y cada nota serían examinados con minuciosidad.
El concierto, en el que Raphael incluyó en su repertorio habitual dos o tres canciones en inglés, fue simplemente apoteósico y, en ese preciso instante, se consolidó como uno de los hitos más importantes de su carrera. Además, recibió críticas maravillosas en los principales periódicos que destacaban su impresionante dominio del escenario y la histeria colectiva que generaba entre el público.
Tras finalizar el recital, ya entrada la madrugada, Raphael se dirigió a una elegante cafetería acompañado de Paco Gordillo, Alfredo Tocildo y otros colaboradores para esperar la salida de los periódicos. Aunque la respuesta del público había sido indiscutible y arrolladora, todavía permanecía la expectativa por las reseñas de la prensa.
Finalmente llegó la prensa, puntual como cada mañana. Entre los primeros periódicos en publicar se encontraba el prestigioso The New York Times, donde el crítico musical Robert Sherman dedicó un artículo bajo un título sencillo pero directo: «Raphael appears in concert here» (Raphael se presenta en concierto). En su reseña, Sherman afirmó que «intentar describir a Raphael en concierto es casi como verbalizar un tornado». Además, elogió sus dotes musicales señalando que «Raphael tiene una gran voz, de la escuela de Tom Jones y Elvis Presley, pero considerablemente mejor que la de ambos y con más encanto». Estos halagos provenientes de un medio tan influyente tuvieron una enorme repercusión a nivel global, especialmente entre aquellos empresarios estadounidenses que interesaban particularmente a Raphael y su equipo, Bermúdez y Gordillo.
Raphael había logrado un triunfo rotundo en Nueva York, la capital del mundo, y al día siguiente, con las críticas bajo el brazo, Bermúdez recibió decenas de llamadas provenientes de programas de televisión y productores musicales de prácticamente todas las principales ciudades norteamericanas. El éxito en el Madison Square Garden fue esencial para abrirle las puertas de Estados Unidos. Confirmó así su participación en programas como el Ed Sullivan Show, su temporada en Las Vegas y sus primeros conciertos en ciudades como Chicago, Washington, Nueva York, Los Ángeles y otras tantas.
Era el inicio de la conquista de un nuevo público que hablaba otro idioma, reflejo de su determinación por llegar al mayor número posible de personas.
Un esfuerzo enfocado en alcanzar escenarios que años atrás eran apenas un sueño.