Aunque Raphael siempre ha afirmado ser un hombre de teatro, la ciudad de Las Vegas surgió en su horizonte en 1970 como una oportunidad irrechazable. Se presentaba como el escaparate por excelencia, un lugar donde los más grandes artistas del espectáculo se reunían para mostrar su talento al mundo. Era la capital indiscutible del entretenimiento, un escenario compartido por leyendas como Sammy Davis Jr., Tom Jones, Barbra Streisand, Frank Sinatra, Harry Belafonte, Dean Martin… y también Raphael.
En octubre de 1970, el año avanzaba hacia su tramo final con una agenda que convertía para Raphael la temporada en un auténtico desafío internacional. Los periódicos llenaban decenas de páginas anunciando sus próximos movimientos, asegurándose de que su público estuviera al tanto de dónde se encontraba su ídolo en cada momento.
En un tiempo sin Internet, ni redes sociales -aún faltaban unos 25 años para su llegada-, seguir el frenético ritmo de alguien que saltaba de continente a continente era especialmente complicado. Sin embargo, la discográfica Hispavox, su manager Francisco Bermúdez y las incontables portadas de revistas lograban mantener a todos informados sobre los pasos del astro.
El anuncio, publicado a página entera, detallaba:
11 de octubre: actuación en el Palladium de Londres
Del 19 de octubre al 16 de noviembre: temporada en el Americana Hotel de Nueva York
Del 17 de noviembre al 12 de diciembre: en el Flamingo de Las Vegas
18 al 25 de diciembre: en el Tívoli de Barcelona
29 de diciembre al 7 de enero: en el Palacio de la Música de Madrid
A partir del 12 de febrero: gira de seis semanas por Sudáfrica
Posteriormente: una nueva gira de veintidós semanas por Estados Unidos
Sin duda, se trataba de una logística tan espectacular como agotadora, algo fuera de lo común incluso para estándares modernos, cuando las distancias parecen más cortas gracias a la tecnología. En 1970, este itinerario era un verdadero hito transgresor, una muestra más del carácter pionero de Raphael, quien seguía marcando tendencias y desafiando límites mientras exploraba territorios desconocidos para artistas de habla hispana. Allí donde llegaba, convertía mercados remotos en oportunidades accesibles; lo inalcanzable se transformaba en cotidiano gracias a él. Era su sello distintivo, su audaz estilo. En esos años, además de construir su propia carrera, Raphael abría caminos para los demás músicos de su generación.
Su itinerario era un auténtico puente entre continentes. Raphael conectaba Europa con América trazando rutas por las cuales posteriormente transitarían otros artistas. Este espíritu innovador consolidaba el apogeo internacional del cantante español. Tras conquistar medio mundo -el otro medio llegaría muy pronto-, Raphael recibió una irresistible propuesta para actuar casi un mes en uno de los casinos más icónicos de Las Vegas: el Flamingo.
El debut en el Flamingo
El contrato fue gestionado por la Grade Organization, la prestigiosa agencia británica detrás de su éxito previo en el Talk of the Town de Londres. Aunque no era ninguna novedad para Raphael presentarse en escenarios célebres -lugares como el Patio en México, Florida Park y Pavillón en Madrid o el Royal Box del Americana en Nueva York ya lo habían acogido-, el Flamingo representaba algo único. Estaba situado en el epicentro del show business mundial, específicamente ese show business lleno de luces de neón que podría parecer superficial o artificial pero que impactaba fuertemente; un espacio que debía conquistarse y desde el cual podía proyectarse aún más.
Las Vegas reunía no solo al público estadounidense sino también al turismo internacional que llegaba al desierto de Nevada buscando tanto grandes clásicos como nuevos talentos. Para muchos, la ciudad simbolizaba la cúspide del entretenimiento y era imprescindible pasar por ella para consolidar un nombre a nivel global.
Raphael y su equipo aceptaron sin duda la propuesta. Era el momento ideal para sumar nuevos hitos a su meteórica carrera. Los preparativos para su presentación en el Flamingo estaban en su punto máximo. La promoción, liderada por los empresarios del casino junto con los agentes del artista, fue meticulosa y desbordante. Para empezar, Raphael acababa de aparecer como estrella invitada en el legendario programa The Ed Sullivan Show, conocido como Toast of the Town. En sus dos décadas de emisión, este espacio había visto desfilar a íconos como Frank Sinatra, Elvis Presley, los Rolling Stones, The Doors y los Beatles en su histórica primera actuación en Estados Unidos, alcanzando una audiencia aproximada de 60 millones de espectadores.
Raphael venía de triunfar rotundamente en el Madison Square Garden y de una exitosa temporada con lleno absoluto en el Royal Box del Hotel Americana, en Nueva York. La prensa especializada lo elogió con críticas excelentes publicadas en revistas musicales de renombre y periódicos de gran tirada como el New York Times, Washington Post, Chicago Tribune o Los Angeles Times. Este recorrido representó un escaparate invaluable para acercarse al público estadounidense menos familiarizado con la música latina.
La promoción alcanzó su punto álgido en Las Vegas. Desde el momento en que los turistas aterrizaban en la ciudad, los carteles de Raphael eran omnipresentes. En el aeropuerto, en las calles y en enormes vallas publicitarias, su nombre brillaba con fuerza. Además, se distribuyeron miles de pegatinas rojas con la frase «Viva Raphael. Flamingo. Las Vegas. Nevada», un guiño claro a la famosa película y a la canción Viva Las Vegas de Elvis Presley.
La competencia en los escenarios iluminados por neones era de primera categoría: Harry Belafonte, Dean Martin, Barbra Streisand, Perry Como, Sammy Davis Jr., Liza Minnelli… Frente a estas leyendas, Raphael, como recién llegado, debía luchar por hacerse un espacio entre las grandes figuras que dominaban la escena. Con decisión y confianza, este audaz cantante español buscaba presentarse como uno de los grandes.
El mes de actuaciones incluyó dos conciertos diarios de una hora cada uno, con la participación como telonero del humorista estadounidense Myron Cohen. Cohen, en la línea de Jimmy Durante, era uno de los comediantes más populares del momento y una figura recurrente en programas televisivos estadounidenses. Además, había ganado reconocimiento como el invitado especial en espectáculos de artistas icónicos como The Temptations.
El show de Raphael contaba con una gran orquesta y coros que no solo fueron contratados específicamente para Las Vegas, sino que formaban parte habitual del formato escénico del cantante.
El debut fue un absoluto éxito. Incluso la prensa angloparlante destacó la extraordinaria conexión entre Raphael y el público que llenaba la sala. Las ovaciones de pie al final del espectáculo provocaron varios bises por parte del artista. Esta recepción generó un inmenso interés y expectación por ver a una estrella hispana brillando en el firmamento musical estadounidense. Día tras día, espectadores de distintas partes del mundo abarrotaban la sala de fiestas del Flamingo. Este logro representó un triunfo extraordinario en una ciudad notoriamente exigente.
Conviene recordar algunos de los titulares de prensa que generó este hecho histórico —no olvidemos que hablamos de un cantante español en 1970—: «Raphael: the sound of success» (Raphael: el sonido del éxito); «El cantante español se está haciendo de oro en USA»; «Raphael triunfa en Las Vegas»; «La prensa norteamericana exclama: ‘¡Viva Raphael!»; «Éxito fabuloso de Raphael en Estados Unidos»; «Raphael siempre noticia: triunfo en Las Vegas»; «Raphael sigue en la cumbre: en Las Vegas casi todas las esquinas lucen carteles con vivas al español». Incluso la revista Discóbolo publicó un simpático titular que aseguraba: «Dean Martin dice: ‘A pesar del español, sigo llenando'».
Raphael se convirtió en la gran atracción del momento, el mimado de Las Vegas.
Este éxito arrollador, considerado quizás su primer gran impacto ante un público genuinamente estadounidense, dio lugar a dos nuevos contratos antes de regresar a España. Como consecuencia, las fechas previamente anunciadas para sus presentaciones en el Tívoli de Barcelona tuvieron que posponerse. Esto le permitió realizar conciertos en Chicago y Washington DC antes de su presentación navideña en el Palacio de la Música de Madrid.
Un mes extenuante
La trayectoria de Raphael durante esa temporada fue una mezcla de éxitos y adversidades. Lo que comenzó con gran ilusión, triunfando por primera vez en Nueva York y Las Vegas, marcando importantes hitos en su carrera dentro del mercado estadounidense, pronto se transformó en una experiencia extremadamente agotadora.
Al llegar a Las Vegas, Raphael ya cargaba mucho esfuerzo acumulado. Siguiendo las recomendaciones de sus empresarios, quienes buscaban evitar que el artista se mostrara demasiado en los espacios públicos del hotel o frecuentara las salas de juego, pasaba casi todo el día recluido en su suite. Allí permanecía sin interactuar con nadie hasta la hora de su primer espectáculo. Tras el show, regresaba al silencio hasta el segundo. Y esa rutina se repetía día tras día durante casi un mes.
Una vida prácticamente monástica en pleno desierto, tanto literal como metafóricamente. Este aislamiento tuvo un impacto significativo en el estado emocional del cantante, erosionando progresivamente su ánimo.
En un principio, los titulares celebraban los grandes logros de Raphael y detallaban casi al instante cada paso de su exitosa temporada en tierras estadounidenses. Sin embargo, esa narrativa positiva cambió repentinamente para dar lugar a mensajes alarmantes: «Raphael está agotado», «Raphael apenas duerme», «Se pospone el recital de Raphael».
A pesar de todo, frente a la prensa Raphael mantenía una actitud optimista, asegurando: «Estoy que reviento de contento». Sin embargo, la exigencia de cumplir con tantos compromisos, de mejorar día a día y de conquistar nuevos públicos sin pausa durante años estaba comenzando a pasarle factura.
Paco Gordillo, en una entrevista para la revista Sinfonía, comentó: «Raphael no tiene ni tiempo para salir a comer o dar un paseo por el parque. Intentamos hacerlo hace unos días y tuvimos que regresar rápidamente al hotel». Este nivel de presión era desmesurado, especialmente siendo tan joven y habiendo ascendido tan rápidamente a la cúspide del panorama musical desde sus comienzos humildes en locales de Madrid, buscando quien apostara por su talento. Todo sucedía con una velocidad vertiginosa y sin apenas margen para respirar.
La acumulación de fatiga condujo a Raphael a una profunda crisis física y emocional. Tras casi una década de carrera, y especialmente cinco años de éxitos consecutivos, el estrés acumulado finalmente hizo explosión.
Aunque cumplió con casi todas las funciones pactadas en el casino Flamingo, tuvo que cancelar los últimos dos espectáculos del contrato debido al agotamiento extremo. Afortunadamente, La Grade Organization demostró una gran comprensión, tratándose de colaboradores con quienes ya existía una relación estrecha y cordial. No hubo problemas contractuales.
Desde Las Vegas, Raphael partió hacia Washington DC. Como era habitual, la prensa siguió cada detalle: «Raphael llegó el jueves a Washington para debutar en el Constitution Hall, escenario principal de la capital federal, cuyas tres mil entradas ya están agotadas desde hace días».
Aún más conciertos, más expectativas, más desafíos…, y también más agotamiento.
Raphael logró presentarse en Washington con mucho esfuerzo, pero experimentó un desmayo justo antes de comenzar el recital. Según relata en sus memorias, consiguió reponerse e interpretar para su público como estaba previsto. Sin embargo, aquel titular repetido en múltiples portadas – «Raphael agotado» – capturaba perfectamente la dura realidad que atravesaba.
Al regresar a Madrid, se llevó a cabo una reunión importante con representantes de la URSS para iniciar conversaciones sobre proyectos futuros. Sin embargo, justo antes del estreno programado para el 29 de diciembre en el Palacio de la Música, se anunció lo inevitable:
«Por prescripción facultativa, queda aplazado el debut de Raphael hasta el próximo día 2 de enero».
Un anuncio sobrio pero contundente indicaba lo que los medios ya habían adelantado. Una vez más, Raphael estaba al límite.
Una agenda arrolladora le había dejado sin respiro. El engranaje que parecía funcionar sin descanso requería ahora un merecido descanso. Aquel fenómeno de la música en español que había conquistado los escenarios más prestigiosos de Europa y América enfrentaba un preocupante desgaste físico y emocional. En contraste con sus años de gloria, estos fueron probablemente los días más amargos en toda la carrera del artista.
Afortunadamente, esa máquina, que en realidad era un artista de carne y hueso, logró recuperarse. Raphael volvió a ponerse en marcha, retomó su energía y regresó al escenario. No tardó mucho en reaparecer, lleno de vigor, con la mirada fija en el futuro. Su objetivo no era solamente conservar lo que ya había alcanzado, sino también enfrentarse a retos mucho mayores, conquistar territorios más lejanos y seguir escalando posiciones como si nada hubiera sucedido.
Con el paso de los años, el artista regresó en múltiples ocasiones a Las Vegas, al Sands en particular, un lugar emblemático que acogió numerosas actuaciones del Rat Pack. Sin embargo, nunca volvió a permanecer tanto tiempo como en 1970, ni a recluirse durante un mes entero en un hotel en pleno desierto.