Desde mediados de los años noventa, el estado de salud del cantante comenzó a enfrentar serios problemas hepáticos que se agravaban progresivamente con el tiempo. A pesar de su incansable rutina, prácticamente sin descanso, hacia finales de 2002 la situación alcanzó un punto crítico. Raphael estaba gravemente enfermo.
Este episodio podría resumirse con facilidad en el libro Quiero vivir, publicado por Temas de Hoy en 2005, donde el artista narra en colaboración con Luis del Val los detalles sobre su enfermedad, trasplante y recuperación. Sin embargo, tratar de sintetizar todo lo que representó esta vivencia en estas líneas sería una osadía y un error; resulta más acertado concentrarse en los acontecimientos concretos. La experiencia personal del artista sobre todo lo sucedido únicamente puede ser contada por él mismo.
Aunque su salud se había ido deteriorando progresivamente, fue durante las representaciones de Jekyll & Hyde en Barcelona en septiembre de 2002 cuando Raphael comenzó a darse cuenta de que algo estaba realmente mal. El daño interno acumulado finalmente se manifestó visiblemente; su cuerpo aparecía hinchado. En lugar de acudir al hospital, optó por consumir grandes dosis de medicamentos para eliminar líquidos y así poder continuar con las funciones. Contra todo pronóstico, logró mantener el ritmo hasta el final del ciclo teatral.
De regreso a Madrid—postergando nuevamente las pruebas médicas necesarias—viajó junto a su esposa Natalia Figueroa a Bulgaria para asistir a la boda de Kalina, hija de los reyes Simeón y Margarita, amigos cercanos de la pareja desde hace años. Luego volvió a España para estrenar el musical en Valencia y cumplir con una temporada de aproximadamente un mes. Una vez más logró desempeñar su trabajo a base de masajes y medicamentos hasta regresar finalmente a la capital. El 11 de diciembre, visitó al fin a su médico habitual, el doctor Vicente Estrada, quien quedó alarmado ante el precario estado físico del cantante: Raphael estaba extremadamente pálido y su abdomen enormemente inflamado.
Tras extraerle alrededor de doce litros de líquido debido a una ascitis severa, recibió el alta médica para grabar al día siguiente su tradicional especial navideño para Televisión Española. Durante el programa, muchos artistas invitados—especialmente los más cercanos como Rocío Jurado—quedaron impactados con su desanimado estado tanto físico como emocional. A pesar de esas evidencias y preocupaciones externas, Raphael seguía insistiendo en que no ocurría nada grave. Sin embargo, su deterioro avanzaba rápidamente.
Síntomas alarmantes
El día siguiente fue ingresado nuevamente, pero esta vez le extrajeron cerca de veinte litros de líquido abdominal. Su hígado presentaba un endurecimiento notable. En ese momento aún no se sabía si era consecuencia del consumo regular de alcohol o si el virus de la hepatitis B se había propagado. Como relata en su libro, «todos los parámetros típicos de la cirrosis estaban alterados: anemia, reducción significativa de leucocitos y plaquetas».
A partir de ese instante, Raphael comenzó a sufrir encefalopatías. La sangre que circulaba por su hígado, incapaz de funcionar correctamente, no era purificada como debía, lo que provocaba que su cerebro se intoxicara con sustancias como el amoníaco. Estos episodios generaban pérdida de conciencia y lo que comúnmente se denomina «locura hepática». Con ingresos hospitalarios cada vez más frecuentes, usualmente en ambulancia y durante la madrugada, se le habló por primera vez de la posibilidad de someterse a un trasplante de hígado. Inicialmente, se negó.
Con el fin de evitar los continuos traslados y el acoso de la prensa, se decidió instalar una especie de «hospital casero» en la vivienda del artista. Durante tres meses recibió atención en su propia casa con los equipos necesarios, asistido por enfermeros como Sonia Santos y Justo Moreno, habituales de la clínica La Luz. Este método logró frenar las encefalopatías y reducir los ingresos hospitalarios, proporcionando una relativa tranquilidad. No obstante, el deterioro de su hígado continuaba progresivamente.
Frente a una situación que se volvía cada vez más crítica, el doctor Vicente Estrada le habló sobre la Unidad de Trasplantes del Hospital Universitario Doce de Octubre, dirigida por el profesor Enrique Moreno. Finalmente lo convenció de que la única opción viable para salvar su vida era realizar un trasplante. Tras practicarle una biopsia y confirmar la gravedad de su condición, no hubo lugar para dudas: era imprescindible proceder con el trasplante. Consciente del avance irreversible del daño en su organismo, Raphael aceptó y fue inscrito en la lista de espera de la Organización Nacional de Trasplantes.
Ante los rumores que empezaban a circular en los medios, el 6 de febrero de 2003 uno de sus hijos, Jacobo Martos Figueroa, emitió un comunicado a través de la agencia EFE para informar sobre el estado de salud del cantante. Al día siguiente, la nota fue recogida por periódicos de todo el mundo. En El País, por ejemplo, se sintetizaba así: «El cantante Raphael está en lista de espera para ser sometido a un trasplante de hígado, única solución para la dolencia hepática que padece y que se agravó en las últimas semanas, según informó ayer su hijo Jacobo Martos en un comunicado. Con ello, la familia busca evitar ‘que los rumores sean más alarmantes que la realidad’. En las últimas semanas, Raphael, quien cumplirá sesenta años en mayo próximo, tuvo que ingresar varias veces en una clínica madrileña debido al agravamiento de su condición. Según Jacobo, los médicos Vicente Estrada y Enrique Moreno han determinado que ‘el trasplante es la única solución para una recuperación total’. Aunque familiares y amigos cercanos fueron sometidos a pruebas para determinar compatibilidad con su grupo sanguíneo, ninguno resultó apto para donar un lóbulo hepático. Tras agotar esas opciones, se iniciaron los trámites habituales del protocolo para trasplantes, quedando Raphael inscrito en lista de espera. Cuando sea posible realizar la operación, esta será llevada a cabo por el profesor Enrique Moreno. Finalmente, la familia pidió ‘respeto y privacidad’ ante esta difícil situación».
A pesar del pedido explícito de privacidad, durante los meses siguientes las puertas del hogar del artista se llenaron a diario con decenas de fotógrafos y cámaras que intentaban captar imágenes cada vez que Raphael salía brevemente.
La búsqueda de un posible donante entre familiares o amigos cercanos continuó. Aunque su hija Alejandra era compatible, no podía ser donante debido a su embarazo. Al extender la búsqueda fuera del círculo familiar, se aplicaron estrictos protocolos que descartaban automáticamente a quienes hubieran tenido o pudieran tener vínculos laborales con Raphael para prevenir cualquier posible tráfico de órganos. Los interrogatorios realizados fueron exhaustivos y muchas personas cercanas al artista ofrecieron su ayuda, pero casi todos fueron descartados por diferentes razones.
Finalmente, llegó el anhelado momento. El 1 de abril, Raphael recibió la llamada que él y su familia esperaban: habían encontrado un posible donante. De inmediato fue trasladado al Hospital Universitario Doce de Octubre. A las nueve y media de esa noche ingresó al quirófano y la operación concluyó exitosamente a las cinco de la madrugada del día siguiente.
Al día siguiente, los medios publicaron la noticia junto con un comunicado médico. El doctor Moreno, premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Médica, informó que Rafael Martos padecía una insuficiencia hepática terminal complicada con insuficiencia renal, como consecuencia de una cirrosis de etiología viral. Debido a la severidad del estado del paciente, quien presentaba ascitis, ictericia y extrema delgadez que ponían su vida en riesgo, se había programado para la semana siguiente una donación parcial, es decir, un trasplante de un fragmento de hígado donado por un familiar o conocido. Sin embargo, el día anterior surgió la oferta de un órgano que cumplía con los requisitos necesarios según la lista de espera, peso, tamaño y grupo sanguíneo.
El 6 de abril, cinco días después de la operación, el Hospital Doce de Octubre difundió un nuevo comunicado: Rafael Martos evoluciona favorablemente y ha dejado la Unidad de Cuidados Intensivos para ser trasladado a la Unidad Quirúrgica. El injerto hepático funciona adecuadamente, su estado clínico es excelente; se encuentra consciente, orientado, sin necesidad de asistencia respiratoria, en proceso de reducción progresiva de medicación y dando inicio a la alimentación oral. El comunicado fue firmado por el doctor Enrique Moreno González, jefe del Servicio de Cirugía General, Aparato Digestivo y Trasplante de Órganos Abdominales; la doctora Marín, directora médica del hospital; y el coordinador de trasplantes, el doctor De Andrés.
Desde ese momento, la recuperación de Raphael fue notable. Todos sus planes artísticos, como la grabación de un nuevo álbum y su retorno a los escenarios, se cumplieron en tiempos inesperadamente cortos. El 29 de abril, en las oficinas de EMI, su entonces casa discográfica, el artista se presentó ante los medios de comunicación tras el trasplante. En la rueda de prensa habló brevemente sobre su experiencia y expresó palabras de agradecimiento hacia sus seres queridos: A mi enfermera jefe, que es mi esposa; a mis hijos, a mi yerno, a mi nuera, a ustedes; a mi médico personal durante treinta y cinco años, Vicente Estrada, quien me puso en contacto con el doctor Enrique Moreno y su equipo del Doce de Octubre, que son maravillosos; y a los donantes.
A finales de mayo, habiendo cumplido sesenta años, Raphael celebró con una cena en su hogar rodeado de grandes amigos, muchos de los cuales habían sido un apoyo constante durante los difíciles meses previos.
De vuelta a la vida
El regreso a los escenarios ocurrió el jueves 25 de septiembre de 2003 en el teatro de la Zarzuela, el lugar donde casi cuatro décadas atrás había dado su primer recital en solitario. Con el público en pie y una ovación interminable, Raphael fue recibido nuevamente en esta nueva etapa de su vida. Natalia Figueroa escribió en el prólogo del libro Quiero vivir: Cuando vi a Raphael en el escenario del teatro de la Zarzuela apenas seis meses después de la operación, entendí que realmente la vida había comenzado otra vez para él. Y, con él, para mí. Para nosotros. Gracias, doctor Enrique Moreno. Gracias infinitas. Al final he querido recordar al donante, verdadero protagonista de esta historia. No sé quién es esa persona que le dio una segunda oportunidad a Raphael. Lo único que sé es que no pasa una noche sin que le agradezca desde lo más profundo de mi alma. Gracias también a todos los donantes y a sus familias por ese gesto único e invaluable. ¿Existe alguna forma suficiente para expresar gratitud hacia quienes están salvando vidas? Yo aún no encuentro las palabras.
Tras sus conciertos en la Zarzuela, Raphael retomó sus giras habituales. Su mejora física, ya casi absoluta, se hizo aún más evidente con el paso de los meses.
Desde entonces inició una campaña personal para promover la donación de órganos y concienciar al público sobre este acto de solidaridad supremo: ofrecer vida a otros. Desde 2003 son contadas las entrevistas en las que no menciona su trasplante ni cómo transformó su existencia. Como figura pública, Raphael ha logrado ser inspiración para muchas personas que están en espera de un trasplante. Su recuperación total y la energía renovada que le ha proporcionado su nuevo hígado son un faro de esperanza para quienes enfrentan esta difícil espera que parece interminable.
Ese «Quiero vivir» de Raphael se expresaba, entre otras muchas cosas, de la siguiente manera: «quiero vivir para dar esperanza a quienes esperan un trasplante y para invitar a quienes me escuchen a convertirse en donantes».
Terminaba afirmando: «De vez en cuando, mi mano izquierda se posa sobre mi costado derecho. Al principio podía ser un gesto instintivo, pero hoy es como un saludo amistoso, un diálogo silencioso entre mi mano y mi hígado trasplantado. A mi mano le gusta ese viaje hacia el costado, y creo que agradece el esfuerzo y el saludo que le brinda a mi nuevo hígado. Y hay ocasiones en las que me parece percibir algo más, aunque no puedo asegurarlo del todo. Es como si mi mano captara un grito que surge del costado, un grito lleno de optimismo, convencido y lleno de ilusión, que afirma: ‘¡quiero vivir!’. Estoy dispuesto a seguir esa consigna con entusiasmo, mientras mis fuerzas me lo permitan y siga acompañado por las personas que quiero y amo».