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La trayectoria de Raphael está marcada por un sinfín de premios y homenajes que reflejan la trascendencia de su música en varias generaciones. Dejando de lado los logrados discos de oro, platino y uranio, que incluso desencadenaron la publicación de un libro dedicado a ellos, los numerosos reconocimientos provenientes de gobiernos, ciudades, instituciones, academias de música y clubes de fans evidencian la profundidad con la que su talento ha calado en el público.

Uno de los primeros premios obtenidos por un joven Raphael, aunque aún no llevaba la famosa «p» ni «h» y se hacía llamar Rafael Granados o Marcel Vivanco, fue un bote de Cola Cao ganado en un concurso de radio en los últimos años de la década de 1950. Ese modesto galardón dio inicio a una interminable cadena de éxitos y distinciones que, hasta el día de hoy, no tiene fin.

En sus comienzos como Raphael, el cantante participó en el Festival de la Canción de Benidorm, donde obtuvo su primera estatuilla como mejor intérprete: una sirena plateada. Este premio marcó un punto de inflexión en su carrera, abriendo paso a otros muchos reconocimientos. En principio, estos provenían mayoritariamente de emisoras de radio españolas que destacaban la creciente popularidad del joven artista que comenzaba a hacerse un espacio en el competitivo mundo de la música.

A partir de 1966, los premios comenzaron a alcanzar una dimensión internacional. La llegada de Raphael a diferentes países trajo consigo títulos y trofeos que destacaban en titulares como «Raphael regresa de su primera gira por América con más de treinta preseas». Cualquier lugar que visitara le otorgaba sus máximos honores. Con tan solo veintitrés años, Raphael había pasado de competir por botes de Cola Cao en concursos locales a coleccionar reconocimientos internacionales, consolidándose como una de las figuras más destacadas de la música en español.

Su irrupción en el panorama internacional rompió barreras y desafió la hegemonía musical hasta entonces dominada por artistas de Francia, Italia, Reino Unido y Estados Unidos. Raphael ocupó un lugar único junto a estas grandes estrellas, llevando el idioma español a un mercado global. Esto no pasó desapercibido para el público ni la crítica, y fue respaldado por las instituciones y organizaciones que decidían qué figuras merecían ser homenajeadas.

Un cúmulo de logros

Durante sus primeras giras internacionales, Raphael obtuvo importantes galardones en prácticamente todos los países que visitó. Entre ellos destacan el Heraldo y el Sol Azteca de México, el Rafael Guinad y el Guaicaipuro de Oro de Venezuela, y el Disco de Oro al mejor cantante en el festival MIDEM de Cannes. Además, México le otorgó la medalla de oro con brillantes del Ministerio de Turismo.

En España no fue diferente. Raphael fue nombrado Ilustrísimo Señor de la Orden de Cisneros, además de recibir distinciones como «popular» y «superpopular» del periódico Pueblo junto a figuras emblemáticas como Manuel Benítez el Cordobés o Manuel Santana. También obtuvo los primeros trofeos como mayor vendedor de discos y ganó los primeros OLES de la canción. La década de 1960 se convirtió en la época de «los primeros», pero está claro que esos logros no fueron el final; simplemente eran el inicio.

Aunque durante esos años ya se le entregaron múltiples reconocimientos, pocos sospechaban que su carrera se convertiría en una de las más perdurables a nivel internacional. Los premios seguirían llegando con frecuencia durante décadas, celebrando una trayectoria impecable que aún hoy continúa enriqueciéndose. Sin duda, era cuestión de tiempo y paciencia para completar una colección histórica y singular.

Desde entonces, Raphael ha acumulado una impresionante lista de homenajes a lo largo de su carrera. Entre estos se incluyen múltiples premios OLÉ, trofeos como artista «superventas», el reconocimiento del Sindicato Nacional del Espectáculo, y el galardón al mejor cantante español. También ha recibido las llaves de oro de numerosas ciudades en América, así como diplomas que lo acreditan como hijo adoptivo o visitante ilustre en lugares como México, Ecuador, Perú, Colombia, New Jersey, Uruguay, Argentina, Miami, Venezuela, Chile, Sevilla y otros. Algunos de estos homenajes incluso han marcado fechas emblemáticas: por ejemplo, «el día de Raphael en Los Ángeles». También se le otorgaron el Quijote de Oro de Televisión Española y medallas tan relevantes como la de Oro de las Bellas Artes, que compartió con Joaquín Sabina ese mismo año, lo que tal vez inspiró la idea de su colaboración para el álbum 50 años después. Otros reconocimientos incluyen la Medalla de Oro de Andalucía, la del Mérito en el Trabajo, la del Círculo de Escritores de Madrid o la del Círculo de Bellas Artes. Por si fuera poco, ha recibido trofeos como las Antorchas de Plata y Oro y las Gaviotas del Festival Internacional de Viña del Mar en cuatro ediciones (1982, 1987, 2005 y 2010), seis premios Aplauso en Miami, Boyas de Oro y Plata del Festival Internacional de Iquique, la Hoja de Plata y el Gran Galardón de la Sociedad General de Autores y Editores de España.

Otros logros destacados incluyen ser el primer artista no cubano con una estrella en el Paseo de la Fama de Miami. Además, ostenta premios como la Estrella de la Prensa y importantes nombramientos como Excelentísimo Señor Comendador de Isabel la Católica o miembro del Claustro Universitario de las Artes en la Universidad de Alcalá de Henares, junto a grandes figuras como George Moustaki y Jordi Savall. También recibió el Premio Shanghai por su trayectoria y tiene una estrella en el Paseo de la Música de Moguer. En Nueva York, ha sido galardonado con cuatro premios de la Asociación de Cronistas del Espectáculo (ACE) que distinguen sus álbumes y conciertos en dicha ciudad.

En años recientes, Raphael ha sumado a su vitrina reconocimientos como el Premio de la Academia Nacional de la Música de México, el Premio Ondas y el Lunas del Auditorio Nacional de México al mejor concierto. Asimismo, fue honrado con el Premio de Honor por parte de la Academia de las Artes y Ciencias de la Música de España, ingresando a un selecto grupo que incluye leyendas como Joan Manuel Serrat, Plácido Domingo, Montserrat Caballé, Miguel Ríos y Paco de Lucía. Todos ellos son compañeros que han dejado una huella imborrable en la música en español durante el último medio siglo.

Además de estos reconocimientos musicales, Raphael ha sido distinguido como «español universal» por la Cámara de Comercio Española en Miami y «andaluz universal» por la revista Andalucía en el Mundo. También ha recibido títulos como «jiennense del año» y «linarense del año», junto con el premio New Yorker otorgado por la Cámara Española en Estados Unidos. Su legado se refleja hasta en los billetes de lotería nacionales tanto en España como en México. Asimismo, dos calles llevan su nombre: una en Linares y otra en Estepona.

Aunque cabe destacar que aún no ha ganado un Grammy, a pesar de haber sido nominado en tres ocasiones, es probable que este prestigioso premio llegue con el tiempo. Sin embargo, pocos galardones han quedado fuera de su alcance.

Por último, sería imposible enumerar todos los reconocimientos y trofeos que decoran las paredes y estanterías del Museo Raphael en Linares. Este espacio guarda muchos objetos significativos, especialmente en una sala al final del recorrido, donde se exhiben los premios más importantes junto con el esperado lugar para los futuros que están por venir.

El galardón principal

Los «grandes honores», las medallas y premios entregados por presidentes, reyes, gobernadores y congresistas encuentran un complemento especial en los reconocimientos procedentes de sus fans. Estos son igual de significativos, ya que llevan en su esencia un componente de cariño único y, al igual que los demás, resumen más de medio siglo de historia compartida. Desde las primeras placas grabadas que muestran el paso del tiempo, como aquellas que rezan «A Raphael, con amor de tu club de amigos de Puerto Rico» —o de Madrid, México, Barcelona, Lima, Buenos Aires, Gijón, Nueva York, Miami, Santiago, Caracas, Medellín, Guadalajara, San Petersburgo, Valencia, Chicago, Tokio, Bilbao, Puebla, Quito, Montevideo, Moscú, Sevilla…— hasta los regalos provenientes de lo que podría llamarse su época intermedia, como la maqueta del estadio Santiago Bernabéu obsequiada por el club Amigos de Raphael de Madrid en el marco del 25 aniversario artístico del cantante. Se suman también los gestos más recientes de la Asociación Raphaelista con motivo de sus 50 años de carrera. Raphael no ha pasado un solo año sin recibir una muestra de genuina fidelidad por parte de aquellos que han estado a su lado desde siempre ni de los nuevos admiradores que se suman para llenar vacíos generacionales, manteniendo un equilibrio admirable que parece eterno.

A este vínculo especial con sus seguidores se suma el reconocimiento de instituciones y prensa. Los periodistas han dedicado innumerables titulares y artículos a Raphael durante su extensa trayectoria. Hace relativamente poco, el artista fue homenajeado en Montevideo, Uruguay. En el Palacio Legislativo de la República, donde también fue nombrado visitante ilustre de la ciudad, se le entregó una estatuilla como el «artista hispano más elogiado por la prensa mundial», reflejo del aprecio de quienes lo descubrieron y continuaron valorando su arte. Este evento recopiló cuatrocientos apelativos otorgados por más de doscientos periodistas internacionales durante cinco décadas para describir al destacado artista de Linares.

Aunque Raphael y otros artistas suelen responder que «el mayor premio es el aplauso del público» cuando se les cuestiona acerca de sus reconocimientos —y no hay razón para dudar de la sinceridad en dichas respuestas—, lo cierto es que los galardones y homenajes sirven como un fiel indicador del impacto de su carrera. Al igual que los discos de oro y platino reflejan ventas exitosas, estos reconocimientos muestran hasta qué punto su trabajo y música han dejado huella en distintas generaciones.

Por ello, aunque Rudyard Kipling afirmaba que tanto el éxito como el fracaso son impostores que deberían tratarse con igual indiferencia (algo que muchos desearían conseguir), para artistas como Raphael recibir tal cantidad de distinciones alcanza un significado más profundo. Es una reafirmación tangible de que su labor no ha pasado desapercibida; que su legado en la música y en los escenarios perdura en el tiempo; que ese desfile de premios exhibidos en la sala blanca al final del museo se integra también en su estudio personal como constancia material de momentos cumbre en México, España, Francia, Chile, Estados Unidos, Venezuela y Colombia. Es significativo observar diplomas en las paredes junto a los discos de oro apuntando fechas memorables consagradas como «el día de Raphael», recibir declaraciones elogiando sus logros musicales por parte del Congreso estadounidense o sentir orgullo frente a las numerosas Antorchas —de plata y oro— y Gaviotas del Festival de Viña del Mar que brillan detrás del cristal protector. Más allá del imprescindible aplauso del público, es conmovedor contemplar la estatua de Rafael Guinad junto a estos premios que firman un capítulo irrepetible en la historia artística.

Es fácil sucumbir a la idea de imaginar, aunque sea por un instante, que como si se tratara de una de esas mágicas películas animadas de Pixar, los premios y figuras que reposan en el Museo de Raphael despiertan a la vida al cerrar las puertas. En esta fantasía, la figura en bronce de Raphael —con un brazo erguido hacia el cielo, una chaqueta arrastrando y sujeta por el otro, regalo de la Asociación Raphaelista para celebrar sus cincuenta años en la música— emprendería un pausado recorrido entre vitrinas llenas de estatuillas, placas y medallas. Sería un desfile por los hitos más importantes de una carrera que ha marcado medio siglo de música en el mundo hispanohablante.

La estatua contemplaría con orgullo el Premio de Honor de la Academia de las Artes y las Ciencias de la Música, las placas dedicadas por sus clubes de fans, el excepcional Disco de Uranio, la Medalla de Oro de Andalucía, el Guaicaipuro de Oro, el Disco del MIDEM, la Medalla de Oro de las Bellas Artes, el diploma que lo declara Hijo Adoptivo de Sevilla, las llaves simbólicas de Miami que le permiten «entrar sin permiso», el Gran Galardón de la Sociedad General de Autores de España, sus nominaciones a los Grammy y hasta la emblemática sirena del Festival de Benidorm, obtenida en 1962.

Seguramente, esa figura se sentiría profundamente satisfecha por todos los honores recibidos a lo largo de su trayectoria. Reconocimientos entregados por presidentes, reyes y políticos que tan solo han materializado el sentir popular al concederle premios fundamentales para comprender la música en español como un fenómeno global.

Al llegar el amanecer y con la apertura del museo cerca, la misma figura regresaría a su pedestal. Pero quizá, en su silencio metálico, extrañaría algo tan humilde pero simbólico como aquel bote de Cola Cao que remite a una infancia llena de sueños.